TEATRO › ROBERTO PERINELLI PRESENTA SU OBRA UN HOMBRE AMABLE ENTRó A ORINAR
Creador junto a Mauricio Kartún de la carrera de dramaturgia de la EMAD, Perinelli sostiene que una de sus batallas es conseguir la distinción del dramaturgo como escritor “de un género particular que tiene su concreción definitiva en un escenario”.
› Por Facundo Gari
La vida es un cut-up, y de la combinatoria de al menos dos recortes de los días de Roberto Perinelli surgió la dramaturgia de la comedia “casi” musical Un hombre amable entró a orinar, que se presenta los sábados a las 21 y los domingos a las 20.30 en el Teatro Anfitrión (Venezuela 3340). Estos son, según detalla el autor de 71 años, los problemas de próstata, en tiempos en que hallar un sitio en la vía pública para descargar los restos líquidos del organismo es una odisea, y la comunicación en una de sus formas más rudimentarias, la conversación cara a cara. Sobre el primero, denuncia que hace unos años hacer pis en un cine, un bar o una confitería no traía complicaciones, hasta la aparición de esos odiosos cartelitos que indican “baños para clientes”. “Es un cambio de costumbre que hace más áspera la vida ciudadana”, nota. Sobre el segundo, dice que es un “arte” que le cuesta. “Seguramente es responsabilidad mía”, admite a Página/12.
Tras La boca del ratón y Desdichado deleite del destino, en esta pieza dirigida por Corina Fiorillo y protagonizada por Mónica Buscaglia y Osvaldo Djeredjian, reincide en el experimento de un elemento bizarro largado en la pecera de lo cotidiano. En esto anda la ama de casa Zulema cuando Silvio Gerardi, un vendedor ambulante de artículos de ferretería, se manda por una puerta abierta, directo al toilette. Da la “causalidad” de que se trata de dos llaneros solitarios con el caballo cansado, y la posibilidad de cierta felicidad en un encuentro excepcional como contrapunto al atropello de sus vidas de siempre les resulta tentadora. “Una situación trivial se complejiza por lo inesperado”, enfatiza Perinelli, que fue partícipe de Teatro Abierto y director de la Escuela Metropolitana de Arte Dramático (EMAD) y es miembro de la comisión directiva de Argentores y uno de los pilares de la Fundación Carlos Somigliana (SOMI), que dirige al Teatro del Pueblo.
Entre baladas románticas latinoamericanas (suena “Mi tristeza es mía y nada más”, de Leonardo Favio, entre otras), que introducen al espectador a la psicología de Zulema, y las narraciones de Silvio, que estructuran la narración, una serie de llamados empieza a incomodar la cita a ciegas, en un formato que el dramaturgo denomina “vodevil telefónico”. “En el teatro de las puertas, uno piensa que va a aparecer Juan y lo hace Pedro, y eso complejiza la trama. Aquí esas puertas están reemplazadas por teléfonos. Con la salvedad de que no quería que hubiera una cuestión sexual en el medio: el tipo no fantasea nada, la mina tampoco, sino que hay un momento de encuentro entre dos personas anhelantes”, salva. ¿Por qué buscó suprimir esa pulsión primal? “Porque no hacerlo era lo más fácil.”
Con un elemento “raro” que dispara la tensión dramática, el costumbrismo aparece como “género despreciado a rescatar”. “Soy víctima de un periodismo, de un medio teatral, que repudiaba lo realista. SOMI nace precisamente para defender al autor. Hubo una famosa polémica (a mediados de los ’60) entre los realistas y los absurdistas, cuando aparecieron Tito Cossa, (Ricardo) Halac y (Griselda) Gambaro; una polémica desatinada porque se pretendió enfrentarlos”, enjuicia. Sobre sus recurrentes personajes “de barrio”, que cargan con su pasado como con un “cadáver”, Perinelli explica que le interesan porque “son vulnerables”. “Me gusta mucho Tennessee Williams, que trabaja mucho con personajes así. Vi Un tranvía llamado Deseo (adaptación de Daniel Veronese que se exhibe en el Teatro Apolo), y Blanche Dubois no tiene defensa. En mi obra, destruyo una módica felicidad con un llamado telefónico.” Otra de sus particularidades, llamativa, está en las condiciones climáticas en las que se desarrolla la acción: en varias de sus más de treinta dramaturgias aparecen las mañanas soleadas y calurosas de verano. “Soy de San Isidro, y las mañanas de verano allá eran emocionalmente muy sentidas”, concede.
En cuanto al humor de la pieza, que Fiorillo caracteriza como “muy inglés”, el dramaturgo gambetea la influencia foránea, pero sostiene que disfruta de hacer reír siempre que entren en juego subtextos. Amplía: “Una de las leyes inexorables para que el teatro sea atractivo es decir lo menos posible para que el espectador complete el cuadro”. Claro que no es lo mismo que “decir menos de lo que se debe” por imposición. De hecho, apunta que el fenómeno de multiplicación de salas independientes de los últimos años se debe en buena medida a la “extrema libertad” de expresión desde el retorno de la democracia. “Tengo más años con censura que sin ella, y ahora se respira libertad.”
Miembro de “una generación que tenía una suerte de conciencia sobre rubros exclusivos y una esperanza remota y a veces ilusa de que un director mejoraría lo escrito”, Perinelli “envidia” a los autores-directores, sobre todo “a los que lo hacen bien, como (Javier) Daulte, (Rafael) Spregelburd y Veronese”. En los ’70, reseña, existía “una dependencia absoluta de una forma de producir que ahora por suerte se ha roto”, transformación que él implica a la aparición de escuelas y talleres durante los ’90. Creador junto a Mauricio Kartún de la carrera de dramaturgia de la EMAD, sostiene que uno de sus batallas es conseguir la distinción del dramaturgo como escritor “de un género particular que tiene su concreción definitiva en un escenario”, aspiración que debe ser acompañada por un ejercicio profesional a tono: “Es necesario que se escriba bien, con los signos de puntuación en donde corresponde y con acotaciones significativas, que se diga algo, no simplemente ‘sale, entra’, porque eso es de una dramaturgia vieja. Yo sé que el actor se va a sentar si la situación dramática lo lleva a sentarse”. O que, amablemente, entrará a orinar si le entran ganas.
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