TEATRO › ENTREVISTA AL ACTOR, DIRECTOR Y DRAMATURGO ESPAñOL PACO ZARZOSO, QUE PRESENTA DOS OBRAS EN BUENOS AIRES
El teatrista valenciano montó dos piezas, Hilvanando cielos y El hipnotizador, donde desarrolló –fundamentalmente en la primera de ellas– el concepto de “teatro ebrio”. “Lo importante es saber cómo expresar ese dolor, cómo transformarlo en belleza”, señala.
› Por Hilda Cabrera
El proverbio latino in vino veritas in aqua sanitas –que tiene un equivalente en griego– inspiró al actor, dramaturgo y director valenciano Paco Zarzoso, un tipo de teatro que acuñó “ebrio”. La historia teatral le daba ejemplos: personajes desmesurados y capaces de concentrar en sí mismos mentiras y verdades por hallarse ebrios de poder o de amor, de locura o de odio. De ese teatro nació Hilvanando cielos, una pieza que se viene ofreciendo en la Sala Cunill Cabanellas, creada por encargo de Alberto Ligaluppi (de la dirección artística del CTBA) para el Proyecto Dramaturgos-Directores, del que participan autores extranjeros, directores de sus propias obras. Un ciclo que incluirá trabajos de Guillermo Calderón, de Chile; Cibele Forjaz, de Brasil, y Fabio Rubiano, de Colombia. Esta no es la única obra en cartelera de Zarzoso, quien presenta El hipnotizador, en el Teatro SHA, donde la música y la iluminación juegan un importante papel. Este espectáculo fue estrenado en octubre de 2010, en el cine teatro Rivadavia, de Unquillo, con el mismo intérprete que ahora se presenta en el SHA: el actor, cantante, músico y artista plástico cordobés Marcelo Vázquez. Se trata de una coproducción de la Fundación Pluja (Argentina) y la Companyia Hongaresa de Teatre, fundada por Zarzoso en 1994, junto a Lluisa Cunïllé, autora, Premio Nacional de Literatura Dramática 2010, en España; y Lola López, autora, actriz y codirectora de El hipnotizador.
Autor de más de 20 obras, algunas en colaboración con Cunïllé y López; de un guión para cine y una pieza de teatro de marionetas para adultos, Zarzoso trajo en 2008 otra pieza suya, la premiada Umbral, a ElKafka, donde actuó junto Lola López. Esta misma obra se había visto a finales de 2000, interpretada por Beatriz Spelzini y Ricardo Merkin, dirigidos por Fernando Piernas, en el Teatro del Sur y el Payró.
Hilvanando... se desarrolla en una casa aislada en el campo, descuidada, como su jardín, y en medio de un paisaje lila de jacarandaes. Allí, cinco personajes reaccionan de modo visceral ante la anunciada amenaza de la caída de un meteorito y la consecuente catástrofe. En diálogo con Página/12, Zarzoso aclara que el concepto de “teatro ebrio” domina en la obra, pero admite que algunos elementos de esa búsqueda se encuentran en El hipnotizador, creación muy anterior. “Es un concepto que desarrollé en un taller de escritura sobre personajes que considero ebrios, como el rey Lear, de William Shakespeare; personajes ebrios de poder, vino, venganza, sexo, amor... Esa ebriedad permite potenciar la escena, pasar de una emoción a otra con más rapidez, como le ocurre a Brick, en La gata sobre el tejado de zinc caliente, de Tennessee Williams; y al Woyzeck de Georg Büchner.”
–¿El propósito es ubicar al personaje en un estado que perturbe y fuerce a una acción incontrolada?
–Cuando en una obra se halla sólo conciencia, el resultado es demasiado racional. La idea es generar situaciones conscientes e inconscientes.
–¿Descubrió “ebriedad” en otras artes, por ejemplo, en las pinceladas pastosas de la pintura, en el expresionismo?
–Este concepto se puede aplicar a muchas de las obras de Goya, y a otras disciplinas diferentes de la pintura, porque hay ebriedad de fe, de agresividad... Este no es un invento mío. Hasta podría haber una música ebria, esa que arrastra y parece conducirnos a otra dimensión. En el teatro sirve para comunicarse mejor y no para escapar del mundo.
–Las distintas historias de las cinco parejas de su obra Umbral se referían a los padecimientos del desencuentro, al temor a forzar los límites, a descubrir verdades y mentiras. ¿Relaciona aquel trabajo con esta propuesta?
–Imagino a esas parejas ebrias del otro, de la necesidad del otro. Aquellos personajes se colocaban al borde, en lugares fronterizos, de peligro, como éstos de Hilvanando... Los humanos somos tan complejos que –creo– es importante mostrar todas las caras, y ver cómo se adopta una y otra máscara. Este concepto de teatro ebrio es un signo de apertura dentro de la dramaturgia, y ayuda a avanzar en un camino personal.
–¿El desequilibrio emocional ante la idea de la muerte se produce sólo por una amenaza que proviene del exterior?
–Aquí, el catalizador, aquello que intensifica la ebriedad, es una pregunta: qué ocurriría si supiéramos que vamos a morir dentro de seis meses. Esto es lo que plantea la obra. Otras dramaturgias lo han hecho mostrando a un personaje ante una enfermedad terminal.
–¿Este planteo de una próxima catástrofe encierra una visión política?
–No. Me interesaba el apocalipsis visto desde el individuo, desde personajes de distintas edades: un abuelo (interpretado por Luis Campos) que ha sido actor de teatro clásico y es un gran bebedor de cerveza; su hijo, también actor, pero de telenovelas; su nuera, una arquitecta que diseña una extraña clínica que nunca se construirá; la nieta adolescente (Cordelia) y una vecina. A pesar del elemento apocalíptico, quise hablar menos de la muerte y más sobre la vida, sobre cómo enfrentarla. El concepto de ebrio me permite aquí colocar a cada uno de estos personajes en su punto de mayor intensidad, en sus catástrofes interiores.
–¿Por qué centrarse en un grupo familiar?
–Porque en la familia, por ausencia o presencia, se combinan de forma potente los conflictos metafísicos con aquellos otros que atan a la tierra. Las relaciones entre hermanos y de pareja, las que sostenemos con nuestros hijos, son las que más nos atan y nos generan más miedo.
–El miedo es también un elemento importante en El hipnotizador. ¿Se trata de una reescritura?
–La he sintetizado. La puesta es diferente, porque desde el estreno en España, hace diez años, yo fui cambiando. También porque el actor es Marcelo Márquez, un artista que utiliza una estrategia de hipnosis vanguardista, una manera no habitual de trabajo, original, aunque no tan rara, porque –creo– todos hemos sido hipnotizados así, alguna vez. Esta obra –que presentamos el año pasado en Córdoba– se refiere a una sociedad adormecida, a la que el personaje-actor intentará hipnotizar, primero al espectador y después a esa sociedad.
–¿De dónde parte ese deseo?
–Se supone que de los espectadores. Me inspiré en una noticia que apareció diez años atrás. Uno de los más grandes teatros de México DF había perdido espectadores. El único que convocaba gente era un hipnotizador: unas cuatro mil personas, todos los días. El público estaba compuesto por gente con adicciones, problemas de soledad... La gente iba para que la hipnotizara y le quitara dolores. Pensé en un teatro como un lugar interesante para el hipnotizador, un actor que pudiera llevar a sus espectadores a una especie de sueño, pero no para evadirse del mundo. A ese teatro irían personas que desean ser adormecidas por muchas razones, también por no querer vivir despiertas. En esa función de hipnotizar aparecerán los propios fantasmas del hipnotizador. El intento es, de alguna manera, reflejar también qué piensan los espectadores.
–¿Se ha dado ese “adormecimiento teatral” en España?
–Pienso que en esta época el teatro tiene menos importancia, aunque estando en Buenos Aires no puedo decir lo mismo. Aquí hay tanta necesidad de nutrirse del teatro que me asombra. Pero ¡bueno!, me gusta jugar con la paradoja de convertir la hipnosis en un espectáculo. Creo que la gran materia prima del teatro es el dolor y que lo importante es saber cómo expresar ese dolor, cómo transformarlo en belleza y, si fuera posible, en risa.
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