TEATRO › EL CIRCULO, DE DONALD MARGULIES, DIRIGIDA POR AGUSTIN ALEZZO, EN EL DUENDE
Un escritor que repentinamente se convierte en best seller debe volver a su Brooklyn natal, a reencontrarse con su padre enfermo, de quien estaba distanciado. Sobre esa base, la obra invita a reflexionar acerca de cuánto hay de predeterminado en la vida.
› Por Facundo Gari
La madre de Eric Weiss no ha muerto, como la de Meursault, de El extranjero. El que agoniza en El círculo es el padre de este escritor, repentino autor best seller; su progenitora es, en la comedia dramática adaptada y dirigida por el experimentado Agustín Alezzo y el debutante Nicolás Dominici, una ausencia tierna pero intensa, cuyo amor aparece como objeto del deseo que enfrentó, hasta hoy, a marido e hijo. Más allá de eso, es otro el elemento que une las historias escritas, respectivamente, por Albert Camus y Donald Margulies: ese acongojado extrañamiento frente a lo que apriori debería aparecer como familiar. El propio dramaturgo norteamericano concedió sobre su pieza –cuyo nombre original es Brooklyn Boy– que ese barrio neoyorquino representa “el metafórico hogar de cualquiera que alguna vez se haya visto a sí mismo como un forastero”. Asimismo, otra cuestión distingue las tramas: en la novela de Camus, el destino es siempre caótico y absurdo, mientras que en la pieza de Margulies cierta redención religiosa liga finalmente los espinosos hechos que enfrenta el protagonista y que gambetean a sus determinaciones.
Con una progresión dramática distinta a la del texto original y actuaciones sólidas que amparan esa búsqueda, en la adaptación que se presenta en el estudio-teatro El Duende, Weiss (Lizardo Laphitz) es el outsider que regresa a su ciudad natal, primero escéptico como Meursault (“Yo creo en la supervivencia”, dice), a visitar a su padre (Néstor Ducó), enfermo e internado en un hospital. Tras haberse marchado de joven, como fuga antes que como búsqueda de realización personal, llega con un ejemplar de su tercer libro (titulado, para más, Brooklyn Boy) como obsequio para el anciano. En ese primer diálogo se observa la tirantez de la relación y el afecto suspendido por una severidad viciosa (“Mirá, papá, éste es mi nuevo libro”. “¿Vos hiciste la encuadernación, acaso?”). Weiss encuentra al viejo mirando en la tele El abrazo de la muerte, clásico film noir (aquí conocido como Sin ley y sin alma) del realizador Robert Siodmak, que huyó hacia Europa en tiempos de persecución nazi. Y esa película constituye –además de una premonición de la Parca– la primera de una serie de metáforas, guiños y observaciones satíricas, primordialmente sobre el judaísmo. “Imaginarse un judío es más fácil que verlo”, dirá el protagonista. O, también: “Los judíos somos ‘exóticos’ y al resto les importamos muy poco”.
Claro que la ardua relación entre padres e hijos ha sido abordada infinidad de veces por las artes, tanto como las fisuras en otros mandatos. Margulies ya lo había hecho con el matrimonio en Cena entre amigos, que Alezzo puso en escena en 2009. En El círculo lo hace a través de la mixtura entre la realidad y la ficción: el libro de Weiss es sobre una familia con un padre como el suyo, que luego una productora de cine (Cristina Dramisino) reconocerá como propio y que muchos de los asistentes evocarían. Y lo hace con una utilización refinada del humor. El propio autor ha manifestado que Brooklyn Boy fue inspirada por su amigo Herb Gardner, caricaturista, dramaturgo y guionista fallecido en 2003 que es autor, precisamente, de Conversations With My Father (“Conversaciones con mi padre”), obra estrenada en Broadway en los ’90. Weiss también alega haberse basado en personas de carne y hueso para confeccionar las criaturas de su novela y, sin embargo, ante las inagotables vacilaciones de la profesión y la insistencia de quienes se le acercan, comienza a ofuscarse: “¿Por qué todos preguntan si esto pasó de verdad? Pudo haber sido...”, larga. El espectador peca en el mismo sentido: ¿Será Weiss el propio Margulies?
En una escenografía sintética, hecha de unos pocos muebles bajos y una cama, todo revestido de blanco, el escritor –que en la pieza original ronda los 40 pero que aquí se ve mayor– es víctima y victimario en otras situaciones, hiladas en encuentros individuales, enmarcados en el contexto grande que es la vertiginosa gloria profesional como contrapunto de la lenta decadencia íntima. Su difícil divorcio de Nina (Cecilia Chiarandini), que le reprocha una falta de atención; su inmanejable encuentro en la habitación de un hotel con Alison (Carolina Alliani), una joven estudiante universitaria naïf que se ofrece como groupie; su desafortunada cita con Tyler Shaw (Francisco Prim), actor cholulo que se postula para protagonizar la versión cinematográfica de Brooklyn Boy; y, fundamentalmente, su reencuentro con Samy Zimmer (Bernardo Forteza), amigo de la infancia, miembro de una familia judía tradicional; son algunos de los pasos en círculo que Weiss hace, entre conferencias de prensa y firma de ejemplares, hasta ese otro regreso, el de la fe.
En el camino surgen varios de los interrogantes existenciales que plantea la pieza: ¿Cuánto puede uno escaparse de lo que le toca, cuánto hay de predeterminado en la vida? ¿Es posible dar marcha atrás en caso de un mal paso? ¿Será siempre demasiado tarde? ¿Qué es lo importante? ¿Volver nunca es ir para adelante? La única certeza es la que atiza el anciano padre de Weiss antes de morir: más allá de todo, el tiempo pasa. “Y es la peor mierda del mundo.”
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