TEATRO › “WALTER”, DE ENRIQUE GOMEZ BLOTTO
En versión libre de Silvia Vladimivsky, se ofrece en El Grito esta obra que tiene como personaje principal a un joven enfermo de sida. “Es un homenaje a los que padecen”, dice la coreógrafa.
› Por Hilda Cabrera
En 1992, el sida era “una fea sorpresa; la medicación se daba sólo al enfermo terminal”. En ese año se desarrolla la historia de Walter, el joven personaje de la obra homónima del médico psicoanalista Enrique Gómez Blotto, que en versión libre de Silvia Vladimivsky se ofrece en el Teatro - Taller El Grito. Basada en una historia clínica real, y después de dos años de experimentación artística, llega a escena a modo de interrogante y apertura. “Walter murió, pero dejó la autorización para que su caso fuera contado”, puntualizan la coreógrafa Vladimivsky y el actor Joaquín Berthold. En el programa de mano, Blotto aclara el propósito de este montaje: “Walter existió. Fue mi primer contacto con el HIV; no llegó a hacer un tratamiento sino entrevistas preliminares y encuentros interrumpidos a lo largo de un año y medio. Es el fantasma que me revela la limitación. La obra es un homenaje a él y a millones de hombres y mujeres que padecen”.
Como recuerda la coreógrafa, en aquellos primeros años de la década del ’90 se sabía poco sobre el sida en la Argentina: “Nos faltaba sincerarnos”. Las reacciones frecuentes eran de aislamiento y vergüenza, miedo e impotencia. Quizá por eso en la puesta dominan los fantasmas que Vladimivsky y su equipo fueron descubriendo en el soliloquio del psicoanalista que recompone la historia de Walter. Fantasmas que se relacionan con la fragilidad de la vida: “Este chico de 22 años no puede entender la ausencia del padre ni el rechazo de la madre, y menos la proximidad de la muerte”, sostiene la dramaturgista, que en los próximos días viaja a Italia, invitada a dictar seminarios de danza teatro en las ciudades de Milán, Roma, Nápoles, Siena, Torino y Bolonia y estrenar Cómo te llamas, con dos bailarines argentinos, y luego un espectáculo en Torino (con intérpretes italianos) y otro más, La Divina Comedia, con Gian Franco Zanetti como régisseur. Berthold, por su lado, actuará en un film nacional, en tanto proyecta un nuevo trabajo en El Grito, de Costa Rica 5459, espacio fundado por la actriz Virginia Lago.
–¿Cómo imaginan la vida de Walter?
Joaquín Berthold: –Walter pertenecía a una familia burguesa que esperaba de él un título convencional: abogado, médico... Era alumno de danza. Cuando le diagnostican la enfermedad, pide ayuda al psicoanalista. Silvia nos trajo esta historia y comenzamos a improvisar y a recrear situaciones posibles sobre la relación de Walter con su familia.
Silvia Vladimivsky: –Se nos hizo presente el tema de lo irremediable de la muerte y el rechazo de unos padres incapaces de cuidarlo.
–¿De no poder ni querer hacerse cargo?
S. V.: –Exactamente, porque esto pasa no sólo con los enfermos de sida, sino también con los crónicos y terminales. Esto es tan doloroso que decidimos desplegar la obra con personajes que abren puertas. La Muerte está allí para cumplir la tarea de llevárselo, pero también Nijinsky. Walter lo admiraba. El diario del bailarín era su libro de cabecera.
–¿Qué pretenden al poner en escena esta historia?
J. B.: –Quisiera que se tome conciencia de cuánto lastima el abandono en seres que más que nunca necesitan del abrazo. El arte de Nijinsky hace trascender a Walter. Lo libera de una situación en la que falta afecto y alguien que lo contenga.
S. V.: –En mi versión del texto de Gómez Blotto incluí aquello que les estaba pasando a los actores en las improvisaciones. Esta es una obra sobre el amor y una pieza no didáctica, aunque algunos la ven como un aporte que ayuda a sensibilizar sobre las consecuencias del desamparo.
–¿El trabajo coreográfico es esencial en el tratamiento de estos temas?
S. V.: –Antes que de coreografía, prefiero hablar de acción desplegada en un mundo onírico donde la palabra es casi inútil. En este montaje se intercalan planos diferentes: el de las sesiones psicoanalíticas,absolutamente cotidianas, y el de las imágenes que rondan al médico. El acierto del autor es señalar que existen límites a la omnipotencia habitual del profesional de la salud, sea médico, psicoanalista o enfermero. Porque, ¿quién puede responder a ese misterio que es el desprendimiento de la vida?
–¿Se busca que el movimiento no diga lo mismo que la palabra?
J. B.: –El contenido es fuerte, y Silvia lo desarrolla a partir del cuerpo.
S. V.: –Nos encontramos históricamente en un momento de pasaje: teatro es todo, y el conflicto está en el cuerpo. Hay gente que insiste en seguir compartimentando disciplinas, cuando lo que hay que hacer es unificar. Recuerdo que en una mesa de trabajo del Festival de Teatro Experimental de El Cairo, al que estaba invitado Osvaldo Dragún, se discutía sobre la inclusión o no de diferentes artes en la escena sin llegar a un acuerdo. Dragún, entonces, poniéndose de pie, acabó con todas las dudas, diciendo simplemente: “Señores, hay que complementar, sumar; el secreto está en la unidad”.
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