TEATRO › ENTREVISTA A LA ACTRIZ Y DIRECTORA GABRIELA IZCOVICH
Estrena la versión teatral de La venda, de Siri Hustvedt, quien vendrá a la Feria del Libro a presentar su novela.
› Por Hilda Cabrera
Una reunión de consorcio puede transformarse en atractivo material de teatro para la actriz y directora Gabriela Izcovich: “Tengo cabeza pensante teatral”, dice a propósito de ese imaginario suyo ante circunstancias comunes de la vida diaria y como respuesta a las transcripciones que viene realizando de la literatura a la escena: “Cuando me gusta un relato, quiero que la lectura no termine. Entonces aparece en mí la necesidad de la puesta”. De ahí que ahora estrene otro texto extraído del campo de la narrativa. Se trata de La venda, novela de la estadounidense Siri Hustvedt, de padres noruegos, poeta, ensayista y especialista en artes plásticas que publicó, entre otras novelas, El hechizo de Lily Dahl y Todo cuanto amé. La escritura y ensayo de La venda le demandó a Izcovich un año de trabajo. Acudió primero a la traducción española y luego al original en inglés, por aquello de las traiciones. Una excepción en este punto –señala– son las traducciones de los libros de Antonio Tabucchi, quien lee y habla español y supervisa el trabajo editorial. La directora sabe de las dificultades de encontrarle un equivalente a la obra de los autores contemporáneos que utilizan un lenguaje coloquial. Lo cierto es que varios celebrados escritores la han autorizado a escenificar sus creaciones. En su trayectoria figuran, entre otros títulos, Un poeta en la calle (sobre textos de Jacques Prévert); Faros de color y Fuera de cuadro, de Javier Daulte; Varios pares de pies sobre piso de mármol (adaptación de Traición y Viejos tiempos, de Harold Pinter, con dramaturgia de la directora, Rafael Spregelburd y Julia Catalá); Cuando la noche comienza e Intimidad, de Hanif Kureishi; y Nocturno hindú, de Tabucchi.
La venda será gala en La Carbonera (Balcarce 998), donde se ofrecen funciones los sábados y domingos. Protagonizada por la misma Izcovich, Federico Buso, Gonzalo Kunca, Alfredo Martín y Daniel Polo, tendrá como espectadora a Hustvedt, esposa del escritor Paul Auster e invitada por el Malba para dictar una conferencia en la Feria del Libro de Buenos Aires. Será entre el 21 y el 22 de abril. “Para estos autores hasta resulta pintoresco venir a la Argentina y estrenar en una humilde salita de San Telmo”, apunta Izcovich.
–¿Lo consideran una aventura?
–David Lodge estaba anonadado cuando estrenamos la adaptación teatral de su novela Terapia. Mis escenarios son despojados, y él creyó que la sala era el hall del teatro. Los famosos no están acostumbrados a lugares como ése. Además, era la primera vez que le trasladaban una novela a la escena. Se entusiasmó tanto que resolvió hacer él mismo una versión para presentar en Londres. Con Hanif Kureishi sucedió algo parecido. Es autor de teatro, pero nunca se ocupó de adaptar sus novelas. Aprobó mi trabajo sobre Intimidad y Cuando la noche comienza.
–¿Cómo fue con Hustvedt y su historia sobre un único personaje femenino y cuatro varones?
–Esta es una historia llena de simbolismos. No trata un problema de identidad, aun cuando el nombre del personaje central, Iris, tenga su origen en Siri. La trama se conecta con lo sensorial, y a ese nivel las acciones no son claras. Al contrario, lo que sucede allí resulta misterioso.
–Un clima que no siempre se logra en teatro...
–No podemos competir con el cine, pero sí atrapar al espectador con lo imprevisible. Lo más difícil sigue siendo tocar el corazón de la gente, y más todavía el de nuestros colegas. Yo misma, leyendo o viendo una película, puedo llegar a tener la ingenuidad de una nena y experimentar lo que leo y veo libre de prejuicios. En el teatro, en cambio, mantengo una postura analítica y muchas veces me quedo afuera de lo que me quieren contar.
–¿Desempeñar varias funciones es un signo de esta época?
–Me formé en plena dictadura militar, egresando del antiguo Conservatorio de Arte Dramático, un lugar que adoré en esa época terrible. Todo estaba prohibido y la información nos llegaba recortada. Me decían que estudiar a Shakespeare o leer a Beckett era importante, pero entonces no tenía conciencia de cuánto. Ese estado de cosas me impulsó, como a otros compañeros, a escribir mis textos. Trabajé con Felisa Yeni y Jorge Goldenberg, quienes defendían el Teatro Payró junto a Jaime Kogan. Muchos años después supe que había sido afortunada. La última dictadura militar había intentado cercenar la literatura escénica. Algunos de nuestros profesores habían emigrado y otros, desaparecido. Por eso, creo, nuestra dramaturgia volvió a ser joven en los ’80.
–En este deseo de abarcar todo, ¿teme equivocarse?
–Sé que no podría hacer todo lo que me propongo si no contara con un equipo de trabajo: con Leandra Rodríguez, quien me acompaña en la iluminación; Alicia Leloutre, en escenografía y vestuario; Iván Barenboim en música y Carolina Zaccagnini ayudándome a dirigir y sostener un punto de vista más objetivo. En el elenco los roles están mezcladísimos. Todos me apoyan, y si me agoto, me apuntalan.
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