TEATRO › BALANCE DEL FESTIVAL INTERNACIONAL DEL MERCOSUR
En su octava edición, el encuentro desarrollado en Córdoba reafirmó su perfil desprejuiciado. Muchas de las obras ofrecidas dieron cuenta de una saludable independencia estética y temática. Hubo espectáculos en cárceles y en el espacio público.
› Por Cecilia Hopkins
Desde Córdoba
Una programación variada y a precio accesible, con un alto grado de presencia del público local, marcó al Festival Internacional de Teatro Mercosur, que terminó ayer. En su octava edición, el encuentro reafirmó su perfil desprejuiciado, muy poco atento a las modas que, en materia de festivales, suelen imperar sobre el gusto de los programadores, especialmente a la hora de armar la grilla de los espectáculos internacionales. Un ejemplo de esa independencia estética y temática fue la presencia de los vascos de la compañía Kulunka Teatro con su espectáculo André y Dorine, una obra sin palabras que, con delicadeza e inteligencia, contó la historia de una pareja de ancianos que deben aprender a convivir con la enfermedad, el Alzheimer en este caso. A pesar de los peligros que sin dudas entraña el tema elegido, el grupo conducido por Iñaki Rikarte brilló con su propuesta, pasando con soltura del registro tierno al humorístico. Otro espectáculo que estuvo fuera del modelo festivalero fue Nunzio, de Spiro Scimone, obra procedente de Italia. A partir de pequeños diálogos y gestos mínimos, los dos actores (Francesco Sframeli y el propio autor) describieron un momento en la vida de dos singulares amigos, un asesino a sueldo y un operario atrapado en un trabajo insalubre.
En los días que duró la muestra hubo aires de cambio en el Teatro Real (cuyo director, Raúl Sansica, es también el director del Festival) y su elenco estable, la Comedia Cordobesa. Así, a los efectos de generar una apertura en este elenco oficial de más de medio siglo de existencia, fue convocado Paco Giménez, el máximo exponente del teatro independiente local, para realizar un montaje. Luego de aceptar el desafío, Giménez decidió animar a estos actores “mezcla de empleados públicos y artistas”, según su definición, a que busquen sus propios personajes, buceando en la historia compartida en la institución que representan. Tesoro público, el espectáculo resultante, generó encendidas polémicas: algunos lo consideraron una suerte de poético desahogo colectivo, a otros les pareció panfletario y hermético. No obstante, actores y espectadores festejaron la decisión de abrirse al cambio. En tren de alentar a que el Teatro Real albergara otras experiencias, también fue un acierto respaldar el proyecto del director Rubén Segal y de Giovanni Quiroga (actor emblemático de La Cochera, el grupo de Giménez) que condujeron a un grupo de chicos en situación de riesgo en una espléndida versión de Derechos torcidos, el musical de Hugo Midón.
También con actores provenientes tanto de la Comedia Cordobesa como del teatro independiente, el director Omar Viale estrenó en el mismo Teatro Real una versión de El niño argentino, de Mauricio Kartun, muy ajustada en términos de ritmo, tema crucial para la puesta de esa obra. Sus sólidos intérpretes sortearon con éxito el desafío de un texto frondoso, cuya complejidad mayor es la rima de sus versos plagados de dichos y giros populares de otros tiempos.
Uno de los espectáculos de mayor despliegue visual, acaso el más bello y complejo de la grilla internacional, fue Odisea, interpretado por el grupo boliviano Teatro de los Andes, con dirección del argentino César Brie. En el gran escenario del Teatro San Martín, tradicionalmente dedicado al ballet y la ópera, la compañía describió con intenso lirismo el viaje de regreso del gran Ulises, de Troya a Itaca. El humor de las situaciones reescritas sobre el texto clásico dio lugar a la aparición de sensibles escenas que mostraron la lucha contemporánea de quienes desean regresar a su lugares de origen luego de esforzados períodos de trabajo en tierras extrañas, o de quienes intentan emigrar en búsqueda de una vida mejor. Es una pena que este montaje no llegue a Buenos Aires, en el marco de la gira que está realizando por buena parte del país.
Como es usual en este festival, hubo espectáculos que se ofrecieron en cárceles de la ciudad, como Antígonas, con dirección de Leonor Manso; Trak, por la Compañía Teatro Delle Radici, de Suiza; y la mencionada André y Dorine. Y como novedad se dio el caso inverso: el penal se abrió al público para mostrar el resultado de los talleres de teatro con internos. Así, un dúo humorístico, Los Biólogos, presentó Plácido Domingo, un show que discurre sobre la ley y el delito, en el Complejo Penitenciario Bower, cárcel de máxima seguridad. Entre los espectáculos realizados en plazas se destacó por su originalidad el proyecto Diez Dramaturgos en Espacios Públicos, propuesta del director uruguayo Sergio Blanco. Junto a viejas máquinas de escribir, los dramaturgos locales se instalaron en la céntrica Plaza San Martín para recibir del público ocasional ideas de historias para desarrollar y devolver en el momento. De este modo fue posible, según Blanco, “volver visible lo que nadie ve: el oficio del dramaturgo”.
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