TEATRO › ENTREVISTA AL CATALáN JORDI GALCERáN, AUTOR DE CANCúN
Es considerado un dramaturgo de éxito internacional desde que publicó El Método Gronholm, en 2003. La obra que se acaba de estrenar en Beckett Teatro describe un momento en la vida de dos matrimonios que desde hace veinticinco años comparten sus vacaciones.
› Por Cecilia Hopkins
Nacido en Barcelona hace 47 años, Jordi Galcerán logró visibilidad como autor dramático con el estreno de Palabras encadenadas, obra merecedora del premio Butaca, en 1995. A partir de entonces, Galcerán cambió de circuito teatral: “¡En tres meses pasé de hacer teatro con los amigos en el Poble Nou a estrenar en el Poliorama!”, se asombraba entonces. Pero fue recién después de 2003, cuando dio a conocer su obra El Método Gronholm, que fue considerado un autor de éxito a nivel internacional: de esta pieza se conocen, solamente en Europa, más de cien versiones. Poco después, Galcerán comenzó a escribir guiones para la televisión y a realizar versiones teatrales sobre autores clásicos, como Shakespeare y Gogol. “Aunque escriba ciencia-ficción, siempre intento hablar de lo que conozco, de lo que pasa a mi alrededor”, asegura el autor que, en Burundanga, su última obra –estrenada este año en Madrid–, imagina el final de la organización ETA en medio de un conflicto de pareja: “Quería hablar de ETA sin perder el tono de comedia –afirmó Galcerán–, como lo hizo Ernst Lubitsch con los nazis en To be or not to be, rodada en plena guerra mundial”.
Comedia estrenada en 2007 en Barcelona, Cancún acaba de subir a escena en Beckett Teatro (Guardia Vieja 3556, sábados a las 23), bajo la dirección de Rubén Segal. El elenco está integrado por Mercedes Diamantz Hartz, Matías Galimberti, Esteban Fiocca y Florencia Pineda. Adaptada al habla local, la versión pertenece a Paulo Ricci. La obra describe un momento en la vida de dos matrimonios que desde hace 25 años comparten sus vacaciones. El balneario mexicano del título se convierte en el escenario de una crisis que involucra a los cuatro amigos, a partir del comentario casual de una de las mujeres. La trama, que toma un rumbo equívoco entre la realidad y la fantasía, plantea los interrogantes que el autor atribuye a individuos de una clase social desahogada económicamente, sobre el rumbo que, a lo largo de los años, ha tomado su vida afectiva y laboral. ¿No nos habremos dejado llevar por lo que el destino nos planteó desde el vamos sin hacer valer nuestro deseo? Esa es la pregunta que, más o menos desembozadamente, intentan contestarse los protagonistas. En esta entrevista telefónica con Página/12, Galcerán define las claves de su teatro.
–Usted suele decir que el teatro debe entretener al espectador. ¿Cuáles son los ítem que toma en cuenta para lograrlo?
–En primer lugar, una buena historia que atrape al espectador, que lo agarre de la chaqueta y lo arrastre hasta el final sin tiempo de tomar aliento. Eso es lo principal, el primer (y casi único) objetivo que debe tener en mente todo dramaturgo. Luego vienen otras cosas, más secundarias: si consigues hablar de algún asunto que afecte a tus contemporáneos tendrás algo más de ganado; si los personajes son de carne y hueso, tienen verdad y no son unas simples marionetas, seguirás por el buen camino; y si en su viaje se juegan lo que más quieren, miel sobre hojuelas.
–Luego el texto dependerá de su puesta en escena...
–Claro, porque en el teatro dependes de muchas otras cosas que ya no están bajo tu control: que aparezcan unos actores que sepan dar vida a tus criaturas, un director que no se dedique a aumentar su ego a costa de tu texto, un productor que se ocupe sólo de su trabajo... Entretener no es fácil, hace falta un montón de cosas.
–¿Escribe a partir de una situación, una imagen, una idea?
–Creo que es una acción dramática por donde empiezo. Siempre intento partir de algo que ponga a los personajes en un problema, algo que, de entrada, los cambie, los empuje a tomar decisiones. Es una forma de iniciar las historias un poco suicida, porque habitualmente no me llevan a ninguna parte, pero cuando avanzan, cuando la historia se va formando a partir de acciones cada vez más sorprendentes y, mágicamente, al final, concluye y todo toma sentido (lo cual no sucede casi nunca), surge una obra de teatro.
–¿Cómo procedió cuando empezó a concebir el texto de Cancún?
–La idea vino de una conversación con un amigo. Me contó que les regaló a sus padres un crucero de una semana por el Mediterráneo. Cuando volvieron, su madre sólo le dijo una cosa: “Nunca vuelvas a hacerme un regalo así”. Su madre no dijo más, y mi amigo nunca ha sabido qué pasó en ese viaje.
–De algún modo, usted se propuso averiguarlo.
–Sí. Y para eso envié a mis parejas a Cancún y las puse a actuar. Partí de una noche de borrachera en la que una de las mujeres confiesa que hizo algo para que las parejas se formaran de ese modo y no de otro.
–De este modo influyó en el destino de todos...
–Claro, porque quizás en el presente cada uno estaría casado con la pareja del otro... A partir de ahí, la historia creció sola. En mis obras el azar siempre está presente, porque creo que también lo está en la vida, y en las relaciones sentimentales especialmente. Nuestra pareja siempre lo es por casualidad, porque nos la encontramos en una discoteca, porque nos destinaron a X y allí estaba, porque tropezamos con ella de alguna manera. Podría ser ésta o no. Puro azar del que depende nuestra vida entera.
–¿Cuáles son las influencias que usted reconoce que han gravitado sobre su obra?
–Lo único que te influye verdaderamente, de modo profundo, es aquello que has visto y vivido en tu infancia y adolescencia. Todo lo demás es artificial. Yo viví en una familia muy estable, de clase media, y pasé horas y horas leyendo libros de aventuras y viendo películas norteamericanas en blanco y negro. Creo que todo el problema viene de ahí.
–¿Le brinda un material diferente el momento de crisis que vive Europa?
–Acabo de escribir una pieza breve sobre ello. Es la historia de un hombre que va a un banco a pedir un crédito. Siempre intento hablar de lo que conozco, de lo que pasa a mi alrededor, aunque escriba ciencia–ficción. El teatro es una asamblea de ciudadanos y hay que contar algo que pueda interesarles, que tenga que ver con sus vidas.
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