TEATRO › “BUDIN INGLES”, UNA NUEVA OBRA DEL CICLO BIODRAMA
Martha Lubos y Elvira Onetto integran el elenco que abre la cuarta temporada del ciclo creado por Vivi Tellas, con una pieza de Mariana Chaud que “no tiene un final, sigue de largo como un segmento de algo que continúa fluyendo”.
› Por Cecilia Hopkins
En ésta, la cuarta temporada del ciclo Biodrama, creación de Vivi Tellas para la Sala Sarmiento, acaba de producirse el primer estreno. Se trata de Budín inglés (sobre la vida de cuatro lectores porteños), obra en la que Mariana Chaud aporta un giro personal a la particular consigna de esta propuesta teatral que consiste en basar el espectáculo en la vida de un argentino contemporáneo. Formada como actriz con Nora Moseinco, Ricardo Bartís y Guillermo Angelelli, Chaud participó, entre otras obras, en Pornografía emocional, de José María Muscari, y La escuálida familia, de Lola Arias. Luego de trabajar como asistente de guión en el programa Magazine For Fai, de Mex Urtizberea, y antes de estrenar Sigo mintiendo, Chaud escribió junto a Moro Anghileri dos obras: Puentes y Alicia murió de un susto. Budín inglés, su primer estreno dentro del circuito oficial, recrea la historia de una joven pareja que decide pasar su última noche en el departamento que ambos compartieron. La obra da comienzo cuando sus respectivas madres llegan para mostrarle el inmueble a un probable comprador. Junto a Esteban Lamothe, Laura López y Santiago Gobernori, Martha Lubos y Elvira Onetto completan el elenco. “La obra no tiene un final determinado, sigue de largo como un segmento de algo que continúa fluyendo”, comentan las actrices en la entrevista con Página/12. “En esto es muy diferente a cuando uno termina un libro, un momento tan contundente que, en alguna medida, siempre implica un duelo.”
La obra elude el relato testimonial en pos de precisar una serie de características de personalidad sobre la que se elaboran relaciones y circunstancias. El mundo propio de la lectura –los títulos que marcaron a fuego a sus lectores, la diversa modalidad de elección de los libros, los temas preferidos– actuó de disparador para los intérpretes, basados en las encuestas realizadas por la directora a cuatro lectores porteños de diferentes edades. “Estas personas no se conocieron entre sí; tampoco las conocimos nosotras antes del estreno”, aclaran las actrices, “porque nunca nos propusimos ‘hacer’ de ellas, sino que sus opiniones fueron utilizadas solamente para construir una historia ficcional”, detallan. Las preguntas que contestaron los lectores seleccionados giraron en torno de los libros que más influyeron en la niñez o la adolescencia: “La mención a estas preferencias aparece en los diálogos que mantienen estas dos mujeres y, a veces, operan como un refuerzo de la situación que se está planteando”, explica Lubos, para quien éste es el tercer biodrama (los anteriores fueron Temperley, de Luciano Suardi, y Squash, de Edgardo Cozarinsky). Lo complejo de esta propuesta consistió en que el elenco comenzó a ensayar casi a ciegas: “Teníamos un boceto de apenas tres páginas”, cuenta Onetto. “Casi lo único que sabíamos nosotras era que las dos madres buscarían intervenir de alguna forma en la separación de sus hijos, tal vez porque sentían que su propia amistad estaba amenazada si la pareja, finalmente, se separaba”, concluye quien, junto a su compañera de elenco, espera emprender la tercera temporada de Un hombre que se ahoga, versión de Daniel Veronese de Las tres hermanas, de Chejov.
–¿Hay coincidencia entre los gustos literarios de ustedes y los de sus personajes?
Martha Lubos: En mi infancia y adolescencia, sin televisión, los libros y las películas representaron el acceso a otros mundos. En ese sentido, la lectura para mí también representa una ampliación de la propia experiencia.
Elvira Onetto: En relación con mi personaje, yo no me reconozco tan lectora, incluso me admiro de la memoria que tiene. Uno a veces conserva el impacto que le produjo un libro pero no recuerda datos concretos, ni siquiera los nombres de los personajes. En cuanto a las lecturas de ficción, cuando no siento el placer de entregarme a un relato determinado recuerdo aquello que decía Borges en relación con que uno no debe guiarse por el prejuicio instituido de lo que debe ser leído. Uno debe buscar sólo a partir de sus propios intereses.
–¿Pero ustedes se identifican con las lecturas de sus personajes?
M. L.: El mío lee todo lo que le cae entre las manos, desordenadamente. En un momento de su vida lee mucho a los griegos –a Eurípides, luego a Aristófanes–, pero en sus conversaciones nunca se refiere a las situaciones que se plantean en esas obras, sino que reflexiona sobre aspectos ligados a lo sociológico o a lo histórico y son estas relaciones las que cruzan su discurso permanentemente. A mí también siempre me han interesado los aspectos sociales que se desprenden de la literatura y la pintura.
E. O.: En cambio, mi personaje se compromete con una lectura esotérica que a mí no me atrae demasiado. Aunque, en realidad, esto no es lo importante: la anécdota de este biodrama está atravesada por una temática más amplia que está más allá del detalle de una vida en particular. Y esto es lo que lo vuelve más interesante.
–¿Cómo sienten que se articula con la historia este afán que estos personajes experimentan por la lectura?
E. O.: Por un lado, las madres establecen una especie de competencia entre ellas acerca de cómo relacionan lo que leen con las situaciones que ellas viven. Por otro, aparece una veta cómica muy definida, aunque en ningún momento se buscó arrancar la carcajada.
M. L.: Todos los personajes leen, los materiales más disímiles y en distinta medida. Está aquel que nunca llega al final de un libro, el que lee historietas y es partidario de la imagen, el que lee acerca del pensamiento y las ideas, el que casi no lee nada. Pero hay que aclarar que la obra no hace un mito acerca de la lectura porque no se pone a una forma de lectura por encima de otra sino que, simplemente, se muestran.
E. O.: En la obra también aparecen las razones por las cuales uno puede volcarse a la lectura, la idea del autor como un padre ideológico que influye en nuestro pensamiento, a quien uno siempre querría recurrir para indagar acerca de otros temas.
M. L.: También hablar sobre la lectura hace pensar en la realidad: el común de la gente no tiene el hábito de leer por una situación de empobrecimiento económico. El placer de la lectura tiene que ver con un tiempo disponible, con las posibilidad de estudiar.
E. O.: Aunque me parece que, si los padres leen a sus hijos, ellos sentirán en algún momento la curiosidad de ver qué les pasa con los libros, como compañeros, y también como objetos.
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