TEATRO › FABIáN VENA Y EDUARDO BLANCO HABLAN DE MEDIOS, PODER Y POLíTICA
Los actores acaban de reponer El reportero, pieza teatral en la que encarnan, respectivamente, a un exitoso conductor televisivo y a un empresario con aspiraciones políticas. El anclaje con la realidad mediática actual es inevitable.
› Por Emanuel Respighi
La televisión y el teatro hicieron las pases hace tiempo. Tras años de prejuicio sobre la calidad artística de uno y otro medio, las relaciones entre el escenario y la pantalla chica se volvieron cotidianas. Hoy no llama la atención que actores formados y de vasta trayectoria en el teatro protagonicen alguna serie televisiva, y viceversa, de la misma manera que son varios los autores que saben lo que es escribir para uno u otro arte (Javier Daulte, Mario Segade, Marcos Carnevale, Marcelo Camaño). Lo que resulta novedoso de El reportero, la obra protagonizada por Fabián Vena y Eduardo Blanco, es que el cruce entre medios da un paso más allá, en una puesta teatral que incorpora cámaras y monitores que funcionan mucho más que como meros adornos escenográficos. Es que la obra, que acaba de reponerse en el Teatro de la Comedia (de jueves a domingo), transcurre en lo que sería un estudio de TV, en donde un reportaje en vivo entre un exitoso conductor televisivo y un empresario con aspiraciones políticas sirve de excusa para abordar la compleja trama que relaciona a los medios de comunicación, el poder y la política. Un vínculo histórico que adquiere, sin embargo, ribetes actuales, dado el proceso de revisión del que los medios vienen siendo objeto en el país desde hace años.
Bajo la dirección de Héctor Díaz y la coordinación artística de Daulte, El reportero muestra en tiempo real una suerte de late night conducido por Alejandro “Ruso” Levi (Vena), uno de los conductores más populares de la TV, en un envío muy especial, ya que debe entrevistar a Horacio Carreras, un empresario minero, dueño del canal en el que se emite el programa, que decide lanzar su campaña política en un lugar que, cree, será complaciente. La obra comienza con los preparativos del programa y el posterior desarrollo del envío, en un ajustado verosímil televisivo, necesario para que la obra pueda “desnudar” el mecanismo que se pone en marcha detrás de lo que la gente en sus casas puede ver a través de la pantalla del televisor. Entre risas, tensiones y un reportaje que abandona el “protocolo” por el que supuestamente debería correr, El reportero pone al descubierto el estrecho vínculo existente entre poder, medios y política, a la vez que expone de qué modo la ecuación de esa relación se modifica en función de las circunstancias. Una historia teatral, pero en la que la lógica televisiva no juega un papel menor.
“La obra tiene la particularidad de hacer un programa de TV arriba de un escenario”, cuenta Vena, en la entrevista que, junto a Blanco, le concedió a Página/12. “Nosotros –explica el actor– tenemos una actuación teatral, pero tampoco podemos estar exentos de las cámaras que toman nuestros gestos en primer plano y que se reproducen en vivo a la platea a través de las pantallas. Lo curioso es que gente que no tiene una vasta cultura televisiva, al momento en que se genera algún escándalo elige ver los monitores en vez de hacerlo por vía directa, a través del escenario y sin mediatización alguna. Esa relación teatral-televisiva de la obra implica una exigencia actoral doble y nueva. Fue un ejercicio actoral muy interesante.”
–Usted, Blanco, ¿también tuvo que lidiar con la complejidad de componer un personaje televisivo para el teatro?
Eduardo Blanco: –A mí, como actor, no se me antepuso la actuación televisiva tan claramente, a pesar de que tenemos cámaras que nos toman en vivo. Pero es cierto que los monitores y las cámaras trascienden el hecho meramente escenográfico, ya que su funcionamiento hace que jueguen un rol dramático, subrayando gestos. Pero yo traté de posicionarme más en la composición del personaje, que no es otro que un empresario minero dueño del canal en el que se le hace la entrevista y que desea volver a conectarse con la imagen pública para lanzarse a la arena política, un espacio en el que estuvo hace años, pero al que ahora aspira a volver en el plano nacional. Para eso compró el canal y para eso se permite dejarse entrevistar en el programa de mayor rating. Y lo hace creyendo que en ningún lugar lo van a tratar mejor que allí, sin suponer lo que el conductor le tenía preparado para esa noche.
–Los espectadores tienen la posibilidad de ver lo que ocurre detrás de escena de un programa de TV. ¿Creen que la lógica del espectador que va a ver la obra también se ve condicionada por esta particularidad?
Fabián Vena: –La gente va a ver un espectáculo diferente. Va a ver un espectáculo teatral, lo encuentra, pero a la vez siente que está formando parte de un programa televisivo. Tenemos tan incorporada la cultura televisiva y toda la locura que estamos viviendo diariamente en los medios de comunicación, que la realidad supera a la ficción. Cuando rozamos algunos temas de la realidad, como los accidentes de tránsito o el hecho de que el dueño del canal sea entrevistado en un programa de la grilla de su emisora, lo que ocurre es que la gente se identifica inmediatamente, lo asocia con cosas que pasaron y pasan en nuestra realidad cotidiana. Todo lo que sucede en el mundo de los medios supera lo que podamos hacer en una obra de teatro. Por eso no me parece que a la gente le resulte exagerado o ridículo lo que acontece en El reportero. La televisión está muy incorporada a la cultura argentina. A punto tal que a muchos las escenas del escándalo se les vuelven mucho más ricas al verlas a través de una pantalla de TV que de manera directa y sin mediatización alguna.
E. B.:–Coincido con eso. La gente se sienta en su butaca a ver una obra de teatro. Pero como la convención está muy bien lograda, lo que ve es una obra de teatro en un estudio de TV. Tanto es así que la gente ni siquiera se pregunta dónde están los camarógrafos. La gente compra la convención naturalmente. No rompemos la verosimilitud de lo que es un programa de TV. Hoy se ve cada cosa en la tele que el hecho de que en El reportero, en una tanda comercial, se estén agarrando a trompadas, no es ninguna sorpresa.
–El reportero es una comedia con ribetes dramáticos. No sólo por lo que les ocurre a los personajes, sino también por su anclaje en la vida social de cualquier ciudadano y por el modo en que el poder, la política y los medios suelen confundirse. ¿Ese abordaje temático fue una tentación a la hora de aceptar la obra?
F. V.: –Para mí, sí. No es común encontrarte con una obra que hable del poder, los medios y la política. Uno puede hablar de política y poder en los clásicos, incluso de medios en alguna que otra obra, pero tener la posibilidad de entrelazar los tres temas en una misma obra no es frecuente. Y El reportero se arriesga a aportar una mirada sobre la locura mediática en la que estamos inmersos, dentro de una estructura y registro que también asume riesgos.
E. B.: –Lo que me interesa es que la obra aborda las relaciones entre medios y poder sin levantar el dedo acusador desde un sector u otro. Lo magnífico de El reportero es que cuenta una historia de venganza en la que emergen las particularidades y el funcionamiento de un medio en su relación con el poder y viceversa. Estamos viviendo un momento histórico en el que ni nosotros mismos somos conscientes del poder que los medios tienen hoy en el mundo. En los últimos veinte años se ha producido una revolución tecnológico-mediática que hace que nuestra experiencia esté cada vez más influida por la comunicación electrónica. Los hábitos comunicacionales han cambiado. Hoy cualquiera puede decir cualquier cosa sobre cualquiera. Somos rehenes de la comunicación y la información. Es como si viviéramos dentro de un cuento al que van llenando permanentemente de imágenes e información diversa. Me da la sensación de que El reportero habla un poco sobre esto, sin subrayarlo explícitamente.
–Pero es indudable que la obra traza una mirada crítica sobre el poder mediático.
E. B.:–La obra nos permite tirar una cuerda y hacer la pregunta sobre qué pasaría si... lo que sucede allí realmente ocurriera en un ciclo de TV, donde el conductor denuncie en vivo al dueño del canal. Algo interesante que plantea El reportero es el hecho de mostrar cómo se modifica la ecuación entre el poder real y el poder mediático según las circunstancias: el poder real que representa mi personaje pierde su poder mientras está en el aire; allí el poder pasa a manos del mediático y viceversa. Plantear esto en este momento, en el que a nivel mundial pero también a nivel local los medios están siendo objeto de revisión, me resultó tentador.
–¿Consideran que ese contexto actual argentino de revisión de los medios ayuda a la obra?
E. B.: –No creo que ayude o deje de ayudar. La obra no señala con el dedo lo que está bien o lo que está mal en la relación entre los medios y el poder. No toma partido. El reportero es, básicamente, una obra de teatro. No tiene otra pretensión.
F. V.: –Es cierto que a la gente que está interesada en la relación entre los medios y el poder la obra le va a resultar más rica que a aquella que sólo viene a ver una pieza teatral. De todas maneras, ambos se irán satisfechos. La obra es tan simple, que uno se puede reír del trasfondo de los chistes como de la manera en que los decimos, o la situación en la que se cuenta algo.
–Lo que pasa es que la cotidianidad se cuela todo el tiempo, lo que genera un vínculo con el ciudadano más que con el espectador.
E. B.: –Es inevitable. Varios me preguntaron en quién me había inspirado para diseñar a este empresario, dueño del canal, que utiliza la pantalla como trampolín político. Y debo admitir que ni se me cruzó por la cabeza Francisco de Narváez, pero la gente lo asocia inmediatamente.
–¿Y eso no lo hizo dudar a la hora de aceptar interpretar a ese personaje?
E. B.: –En absoluto, para nada. Uno puede estar más o menos de acuerdo con la estética o la mirada que un personaje o una obra realicen sobre una determinada situación, pero no creo que haya temas prohibidos. Más allá del debate que surgió en Argentina en los últimos años, el tema de los medios siempre me resultó muy atractivo. Recuerdo que hace unos doce años, en el colegio de mi hijo preguntaban qué querían ser cuando fueran grandes y más de la mitad decían que querían ser “famosos”. No artistas o médicos reconocidos: ¡famosos! Eso tiene que ver con lo que provocan los medios, con el poder que tienen. Y con la necesidad de hacerse algunas preguntas. ¿Qué es un canal de TV? ¿Es un negocio más? ¿O es una responsabilidad social? ¿Cuál es el límite? Un buen Estado debe regular a los medios con ciertas reglas. ¿O porque tienen que difundir noticias vale que se las inventen? El reportero no particulariza, pero si lo hiciera no tendría tampoco un problema en trabajar, si estoy de acuerdo con esa mirada.
–¿Creen que el público de El reportero además de disfrutar de una obra de teatro se lleva alguna que otra herramienta para comprender mejor el funcionamiento mediático?
F. V.: –Es una obra reflexiva, pero que no moraliza. Te expone a la situación de que uno elige ver un escándalo por TV porque resulta más morboso, o atractivo o ya está incorporado en nuestra cultura. Hay cosas a las que la gente hoy, lamentablemente, está acostumbrada a ver. No es tan raro que un político corrupto haya puesto unos muertos debajo de la alfombra para empezar su carrera política en el interior del país. Poner la mirada sobre los medios, el poder y la política es algo abarcador y no excluye a ningún país.
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