TEATRO › SERGIO GRIMBLAT DIRIGE LA PRUEBA EN EL CAMARíN DE LAS MUSAS
El actor, director, cantante y régisseur adaptó esta pieza del dramaturgo suizo Lukas Bärfuss, en la que se lleva al paroxismo una forma sucia de hacer política. “Desde la lectura del primer monólogo, pude observar que la obra reúne pensamiento y teatralidad”, afirma.
› Por Hilda Cabrera
“Si ella escupe la basura de ustedes en un solo micrófono, todo se acabó.” Urgido por mostrar una imagen de hombre de bien para candidatearse en política, Simón teme desmoronarse si se revelan ciertas intimidades. Su reacción es enmascarar verdades, sin contar con que más allá de sus enredos políticos existe la ciencia. Lo que cuenta La prueba (Die Probe. Der brave Simon Korach) puede suceder en cualquier tiempo y lugar. El calificativo de brave, en alemán, suena satírico y es aplicable al audaz, a un tipo de hombre o mujer en boga. La obra es dirigida por el actor, cantante y régisseur Sergio Grimblat, quien ha modificado unos pocos términos y acortado la duración de esta pieza del suizo Lukas Bärfuss, dramaturgo y autor de la novela Cien días, sobre el genocidio de 1994 en Ruanda, donde –se estima– fueron asesinadas 800 mil personas. De Bärfuss se presentó temporadas atrás Las neurosis sexuales de nuestros padres (inspirada en el Caso Dora, relatado por el médico neuropsiquiatra Sigmund Freud), y Petróleo, una reflexión sobre “el otro” y las estrategias con que los humanos justifican la pasividad y el egoísmo presente en sus vidas. Grimblat había estrenado en 2009 Las amargas lágrimas de Petra von Kant, del realizador alemán Rainer Werner Fassbinder, en el Teatro Beckett. Y fue justamente a raíz de aquella presentación que el ahora ex director del Instituto Goethe Harmut Becher (quien se ocupa de la difusión en América latina de jóvenes autores en lengua alemana) le ofreció varios textos para su lectura. Grimblat había reparado tiempo atrás en Bärfuss y en Petróleo, proyecto del que luego se abrió, pero volvió a entusiasmarse con La prueba, que tradujo Birte Pedersen.
–¿Qué dificultad presentan los textos en lengua alemana?
–En este caso no la hubo. La escena independiente no admite obras de larga duración, como, en general, son las de lengua alemana. Por eso introduje algunos cortes. Pero, desde la lectura del primer monólogo, pude observar que La prueba reúne pensamiento y teatralidad, diferenciándose de otras piezas de autores europeos contemporáneos que suelen ser muy literarias.
–¿Ascender políticamente exige silenciar intimidades?
–La obra demuestra que sí. Para la puesta, seguí tres líneas: la familia, la ciencia y la ambición política, y hallé puntos de contacto que me hicieron reflexionar. Me enfrenté a la disyuntiva de tomar o rechazar el nombre de Korach (que no es Corach) por las connotaciones que tiene ese apellido. Terminé aceptándolo. Mi intención, en todo caso, no es señalar sino remitirme a una forma de hacer política.
–Que no es privativa de una época ni de un país...
–De todas formas, preferí crear una cierta distancia, aunque Bärfuss situó su obra entre 2004 y 2005. La pieza no tiene un registro realista, sino que está llevada al paroxismo. Aparece en la madre que llega de la India con un discurso new age, en la nuera –que tiene unos parlamentos tremendos respecto de lo que es la maternidad–, y en Simón, que ambiciona poder y en esa carrera, el drama de su hijo no le interesa.
–¿Por eso escucha sólo a Franzeck, especie de consejero al que sacó de la calle? Este le dice que no tiene chance de ganar “salvo que el contrincante apeste”, o sea que Simón revele escándalos o prontuarios.
–De hecho, eso es lo que quise mostrar: la agresión y la frialdad de los que buscan poder. Esa frialdad está incluso en la escenografía, donde combinamos elementos de una cocina, un laboratorio y una oficina en los que se mezclan los grises y metalizados. En esos lugares no hay vida, o hay otra vida. El discurso de la madre es ridículo y de humor negro. En medio del drama, le dice al hijo que lo importante no es lavarse los dientes, porque las bacterias están en la lengua.
–Se puede pensar en una ironía, en buscar la asepsia en la lengua, en cuidar el lenguaje para ascender... ¿Cómo influye en esta historia el avance de la ciencia?
–La prueba es aquí la del ADN, que aleja a los personajes de la incertidumbre. La ciencia los coloca frente a un mundo de certezas gélidas, de verdades de laboratorio.
–¿No interesa entonces saber por qué se llegó a esa situación?
–Interesa, pero queda en segundo lugar. En realidad, la prueba para saber quién es quien se hace por insistencia de Franzeck, influyente en la familia. Este es un especie de Yago, aquel servidor de Otelo que en el drama de Shakespeare le mete dudas sobre Desdémona. Franzeck envidia a los Korach, porque mal o bien conforman una familia.
–Otro aspecto que hace al clima es la música, también suya. ¿Cómo ha sido su trabajo como régisseur?
–Mi primera formación fue como actor y uno de mis primeros profesores, Carlos Gandolfo. Después pasé por el Instituto Superior de Arte del Teatro Colón, de donde egresé de la carrera de Régie. En realidad, ya antes había estudiado canto y música. En el instituto, conocí a grandes maestros, como Betty Gambartes, que es mi referente y un ser muy querido. Su mirada sobre La prueba me sirvió mucho durante los ensayos. Había tenido un contacto anterior con ella cuando hice la asistencia para Las preciosas ridículas, de Molière, estrenada en el Teatro Margarita Xirgu. Fue una fiesta. Esa puesta significó mucho para mí. Como en La prueba, traté de que todo lo que está en la obra quede plasmado escenográficamente. El año pasado estrenamos Eli y Max, con la actriz Regina Lamm. La dramaturgia y dirección eran de Florencia Bendersky. Se basaba en las cartas de amor de los padres de Regina, inmigrantes en la Argentina. El padre alemán y la madre noruega se conocieron acá, pero la madre tuvo que volver a No-ruega. Después estalló la guerra, estuvieron separados durante muchos años y se enviaron cartas. Introdujimos un repertorio de tangos europeos en alemán, italiano y francés. Regina hacía el papel de la Pasajera de un barco que navegaba entre los fiordos, yo era el Cantante y Juan Pablo Cappellotti, el Marinero. La música era ejecutada en vivo por intérpretes de piano, bandoneón, contrabajo y violín.
–Sólo le falta dedicarse a la dramaturgia...
–Lo haré, en algún momento. Por ahora me ocupo de que el trabajo se complemente en todas las áreas, como en el diseño gráfico, que en La prueba es de Willy Weiss. Otra mirada sobre un candidato que en su delirio de poder pretende convencer a la gente que el conjunto de la sociedad es más importante que lo que le pasa a cada uno.
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