Sáb 03.03.2012
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TEATRO › EL GRUPO EL BACHIN PRESENTA SU ESPECTACULO LA GRACIA DE TENER

“El capitalismo es absurdo”

Los integrantes del grupo, nacido bajo el ala del Centro Cultural de la Cooperación, se reconocen “brechtianos”, pero plantean una épica nacional y latinoamericana. “Nuestros textos van al rescate de lo político, pero también de la poesía”, afirman.

› Por María Daniela Yaccar

El director y dramaturgo Manuel Sánchez Iñurrieta va al grano al explicar de dónde viene y hacia dónde va El Bachín, numeroso grupo de teatro independiente con doce años de trabajo: “Partimos de Bertolt Brecht para pensar un relato en presente. Nuestras búsquedas estéticas pasan por la resignificación del lenguaje”. En los últimos espectáculos de esta compañía, la Historia es un personaje más. No es casual que le den tanta atención: se conocieron y se unieron en la víspera del derrumbe del país. Aquellas búsquedas estéticas que menciona Iñurrieta resultan en una “épica nacional y latinoamericana”: el del Bachín es un teatro útil para esta época, que merece nuevas reflexiones acerca del ser nacional abordado primero por figuras como Sarmiento y Alberdi y del que abundan ficciones y pensamientos.

La gracia de tener (sábados a las 20.30 en el Centro Cultural de la Cooperación, Avenida Corrientes 1543) viaja a la década del ’60 para graficar los vínculos entre la oligarquía nacional, el Ejército y la Iglesia, cuando se avecinaba la dictadura de Juan Carlos Onganía –que es un personaje de la obra–. El Bachín Teatro define a este espectáculo como “absurdo de humor político-económico”. Así lo explica Iñurrieta: “Tocamos un tema absurdo de por sí: el capitalismo. Su aceptación y naturalización disparó esta obra”. Con una estética clownesca –los actores llevan narices rojas–, se teje una gran metáfora respecto de las formas de manejarse de los poderosos. Una familia de aristócratas en decadencia alquila una mansión a un circo y termina trabajando para él. Otro disparate es que las artes circenses fascinan al general de la familia.

No podría ser de otra manera: la charla entre los miembros “históricos” del Bachín y Página/12 condensa las tensiones entre política y arte. Ellos son Iñurrieta, Julieta Grinspan, Marcos Peruyero y Carolina Guevara. También participan de esta obra Mariela García, Gerónimo García, Jorge Tesone y Diego Maroevic. Los tópicos se fusionan, el diálogo va de un lado al otro sin reconocer fronteras. Sucede que, además de actores y creadores, ellos son militantes, tanto de partidos y organizaciones políticas como de la cultura. Nacieron casi a la par del Centro Cultural de la Cooperación. “Es el punto que nos compete a todos, donde crecimos y nos formamos. Ahí volcamos nuestros pensamientos respecto de las políticas culturales”, subraya Grinspan. Parte de la militancia es, también, su interés de llegar a un público diferente al de la calle Corrientes. En 2008 inauguraron una sala en Parque Patricios (en Zabaleta 74) para establecer vínculos con el barrio y, a la vez, enriquecer sus producciones al entrar en contacto con otras realidades.

–¿La obra conecta con el revisionismo histórico, en boga hoy? Se mencionan muchos signos del presente, como la “profundización del modelo” o los globitos de colores de Macri.

Carolina Guevara: –La polaridad de clases de los ’60 todavía existe. Por ejemplo, se vio en el conflicto con el campo. Un punto crucial en relación con las clases sociales es el peronismo. Es uno de los motivos por los cuales ubicamos la obra en esta época, por las significaciones que daban vueltas en ese momento, como “cabecita negra”.

Sánchez Iñurrieta: –Nos vamos a 1961, pero 1961 es 2012: hay una continuidad en los conflictos y en los accionares de la sociedad. Las clases dominantes están compuestas por los mismos sujetos. Quizá no tengan el poder que tuvieron en otro momento, pero todavía hay familias que son las dueñas del país. Se puede trazar, como diría Brecht, una parábola. La obra apunta a dos líneas centrales, propias del capitalismo: la clase dominante y la dominada. Cada uno puede ponerle el color que le plazca. El absurdo está en el hecho de que un hombre esté mirando su montaña y los ríos en su propiedad y que, al mismo tiempo, otro esté vendiendo panchos doce horas en Constitución. La aceptación de la propiedad privada nos conduce a pensar que fuimos desafortunados por no haber venido con Colón.

–En tal sentido, la Historia es más bien pesimista. ¿Por qué abordarla desde el humor?

Julieta Grinspan: –El hecho de dedicarse al arte es optimista, porque es una oportunidad de compartir con otros lo que uno piensa. Podemos hablar de todo esto porque sabemos que existe solución. Encontrar las metáforas, el humor en lo absurdo de la vida y distintas maneras de dialogar con el público son salidas esperanzadoras.

–Pese a su dejo de didacticismo, la obra no sugiere ninguna solución al conflicto del capitalismo. ¿Cómo la pondrían en palabras?

J. G.: –La solución es el fin de la explotación del hombre por el hombre. El camino es largo, pero tenemos un montón de herramientas. El diálogo que se produce con el público en una obra, sin cerrar la cuarta pared, es un principio de solución. Y hay otros: que pueda trabajar un grupo de teatro con tanta gente o que exista una cultura alternativa que no siga las reglas de la dominante. En la Historia también hay signos positivos: tenemos una Latinoamérica unida y quedó demostrado en Europa que hay un tipo de capitalismo que no está funcionando.

M. S. I.: –Hay un ingreso a la política por parte de la juventud, así como también una vuelta al debate político.

Marcos Peruyero: –Quizá muchos se asustan ante los conflictos. Los actores estamos acostumbrados a ellos y sabemos que hay solución. El teatro está enfocado al hombre como motor de la historia, a la construcción del hombre nuevo que buscaba el Che. Eso implica, también, buscar nuevos actores para un nuevo teatro que intente transformar, y a nuevos espectadores que lo vean. Estamos en un momento histórico extraordinario, pero no somos hijos de la casualidad, sino de hombres que leyeron, estudiaron, pelearon y entregaron su vida para que hoy Manuel y yo podamos decir que somos comunistas. Hubo miles de personas que hicieron teatro y miles de personas que ni siquiera iban a ver obras, pero que lucharon para que nosotros pudiéramos hacerlo.

–En la obra sucede algo paradójico respecto del distanciamiento brechtiano: hay monólogos en los que se corren de sus personajes y hablan desde su lugar de actores. Pero esos son precisamente los momentos más emotivos, contrariamente a lo que planteaba Brecht.

C. G.: –Los textos de Manuel van al rescate de lo político, pero también de la poesía. Ambos confluyen con el humor como elemento identitario, al evocar al payaso rioplatense. Es un modo de demostrar que lo político no es necesariamente panfletario. Para nosotros como actores es muy placentero, porque recorremos varias aristas.

M. S. I.: –Brecht quería eliminar toda posibilidad de que el espectador se pierda emotivamente y que, por ende, no pueda hacer una lectura general. Pero también planteaba que, en todo caso, tenía que ser la razón la que empuje a la emoción. Trabajamos en esa doble sintonía: jugamos con el personaje de un presentador que habla a rajatabla de la flexibilización laboral, da datos, estadísticas y fechas. Pero todo repercute en un ser humano que vive un presente, sufre, ama, llora, va a trabajar y consigue o no laburo. Son dos planos que se manifiestan en este momento político en que vivimos: se unen la discusión de ideas y la afectividad.

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