TEATRO › MARIANA CHAUD ESTRENA EN LA HUERTA, EN ESPACIO CALLEJON
La dramaturga y directora, que suele presentar historias extravagantes, esta vez aborda la sencilla relación entre un jardinero y una socióloga que quiere construir una huerta. “Es la primera vez que cuento una historia de amor”, explica.
› Por María Daniela Yaccar
Mariana Chaud es una de las dramaturgas más extravagantes de la escena local: en sus obras pueden aparecer desde helechos que hablan hasta extraterrestres. Hoy la directora vuelve a la cartelera porteña con una “historia mínima” sobre la relación amorosa entre un jardinero y una socióloga, titulada En la huerta (a las 19.30 en Espacio Callejón, Humahuaca 3759). Aunque la sencillez del amor no va de la mano con lo disparatado de sus anteriores trabajos, sí demuestra su esfuerzo por correrse de las temáticas recurrentes del teatro: es que no sobran obras que buceen en ese sentimiento, aunque muchas lo toquen tangencialmente. Lo original de esta pieza pasa también por el imaginario que despliega a partir de un libro que fue símbolo de la contracultura en los ’70, Guía práctica ilustrada para el horticultor autosuficiente, de John Seymour.
Al iniciar la escritura de este nuevo material, Chaud –que estrenará, además, Isósceles en abril– tenía un par de premisas: quería trabajar sólo con dos actores y poner a interactuar el mundo de la intuición con el de la razón, “ver el morbo que se generaba entre un jardinero laburando y una intelectual”. Después buscó un marco para la historia. Descartó las enciclopedias de botánica porque le parecieron “un bodrio” hasta que, finalmente, se topó con el libro ideal en la biblioteca de su padre. Guía práctica ilustrada... da instrucciones para autoabastecerse de alimentos construyendo una huerta orgánica y es, además, un manifiesto filosófico que apuesta a la autosuficiencia. “Funcionó como estímulo y guía”, explica Chaud, directora de la reconocida Los sueños de Cohanaco (2010), en el San Martín. Las reflexiones del escritor y activista inglés y las ilustraciones del libro inspiraron buena parte de los diálogos de la obra, que el año pasado tuvo algunas presentaciones en el Rojas en el marco del ciclo Proyecto Manual.
En la sutil y delicada En la huerta, Ingrid (Moro Anghileri) se muda por un tiempo al campo movida por el deseo de construir su huerta. Sigue paso a paso y casi con capricho las instrucciones del libro de Seymour. Lo lee y lo relee, inspecciona minuciosamente los dibujos, se hace preguntas a partir del texto. Pablo (William Prociuk) es el jardinero que contrató para la tarea. La tensión entre ellos crece al mismo tiempo que la huerta va tomando forma. “Lo que sienten el uno por el otro pasa, en primera instancia, por los cuerpos. Pero también se atraen por sus diferencias en el plano intelectual. Ella es la que lleva el proyecto, la que tiene las ganas y baja la información. El pone su cuerpo y su trabajo.” Chaud explica que de la obra se desprenden una serie de oposiciones, como “hombre-naturaleza, intuición-racionalidad y sentido común-reglas”.
Tanto en el escenario como en la escritura, la dramaturga ha dado sobrados ejemplos de que tiene dotes para el humor. Por eso es llamativo el vuelco que dio con esta obra. “Es la primera vez que cuento una historia de amor. Tenía mis prejuicios, me daba vergüenza porque está asociado a lo cursi, a las telenovelas, a lo trillado. Y el teatro, por el contrario, es el espacio de lo intelectual”, subraya. Isósceles, la obra que estrenará en abril en el Chacarerean Teatro (Nicaragua 5565, viernes y sábados a las 21), también tiene que ver con los vínculos amorosos. Con actuaciones de Dolores Fonzi, Violeta Urtizberea y Ezequiel Díaz, este espectáculo todavía está en proceso de ensayo.
–¿Cuál es la faceta que le descubrió al amor al llevarlo al teatro? Es decir, ¿por qué lo encontró digno de ser representado?
–Me divirtió hacerlo porque tiene su complejidad. Me daba miedo que la obra se volviera melosa o solemne, pero creo que no ocurrió. El amor me obligó a dejar un poco de lado el humor, que es corrosivo y destructivo. Porque para instalar una relación hay que creer en ella. No quería romper cada cosa con un chiste. Lo que se construye entre los dos personajes es que logran correrse de sus prejuicios. Después, la vida y el contexto los vuelven a separar y a poner en el lugar que estaban, aunque distintos.
–¿Y respecto de la autosuficiencia? ¿Creó esta obra para decir algo sobre eso?
–No es mi tema como dramaturga, tengo escasísima experiencia con las plantas y la naturaleza y nunca tuve una huerta. Pero mi viejo hizo una impulsado por Guía práctica... y yo estaba recopada, era impresionante, es mucho trabajo. Uno de los disparadores de la obra fue la curiosidad que me generó ese libro, que te cuenta cómo hacer las cosas con buena onda, con ganas de hacerlas. Te da las herramientas para que tengas el poder. Plantea a la autosuficiencia como sinónimo de liberación. Es una política que, además de ser muy interesante, está en discusión de vuelta.
–¿Lo más apasionante de la dramaturgia son los descubrimientos de, por ejemplo, nuevas formas de abordar el amor?
–Me gusta probar cosas nuevas. Veo muchos directores que se repiten, que hacen lo mismo que antes con alguna variante. Me atrapa meterme en distintos tipos de historias. Venía de hacer Los sueños de Cohanaco, que era una cosa épica, con siete actores, escenografía con tierra, sobre los indios y súper alejada históricamente. Esta, en cambio, es una historia chiquita. Me gustan los mundos autónomos, como las películas en las que te metés y que sólo responden a su lógica. La gente se iba enojada y decepcionada del San Martín. Muchos fueron esperando una reflexión y la obra tenía humor y se burlaba de ciertas cosas. Lo tomaron como una herejía total.
–¿Eso es porque cierto sector del público es dogmático?
–Supongo que sí. Mi idea es escapar a los temas del teatro, como la familia disfuncional, que me aburre un poco. Hay que abrir. No tiene que ver sólo con una intención de diferenciarme: los temas se agotan.
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