Sáb 31.03.2012
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TEATRO › LOS MACOCOS ESTRENAN HOY LA OBRA DON QUIJOTE DE LAS PAMPAS EN EL TEATRO DE LA COVA

De la soledad a la alegría de la amistad

La puesta de esta Banda de Teatro es parte del programa Cervantes Federal y se verá en varias ciudades del interior antes que en Buenos Aires. “Hay sorpresas en las acciones, el armado del guión, la introducción de la música”, adelantan.

“Quisimos mezclar culturas y activar algunos choques”, dicen Los Macocos sobre su Don Quijote de las Pampas.

Así como la figura del Quijote de Cervantes induce al estudioso a reflexionar sobre la identidad, la alteridad y su relación con la ética y, en otra línea, interesarse por la geografía del camino iniciático emprendido por el hidalgo Don Alonso a través de La Mancha, el grupo Los Macocos (Banda de Teatro) decidió retomar esa figura creando un Quijote más cercano, un lector compulsivo como aquel célebre Don Alonso que un día, cansado de la soledad a la que lo confinaba la lectura, se echó a andar. Don Quijote de las Pampas es el título de la obra que se verá hoy y mañana a modo de estreno nacional en el Teatro La Cova de San Isidro, como primer paso del programa Cervantes Federal que viene cumpliendo el Teatro Nacional Cervantes. Luego de estas funciones, el espectáculo se presentará en la ciudad de Rosario (Teatro de la Comedia) y localidades de las provincias de Misiones y Río Negro. Recién en mayo se lo verá en la Sala Orestes Caviglia del TNC, y de ahí, en agosto, emprenderá una nueva gira, comenzando por La Pampa. El autor de este Don Quijote... es Martín Salazar, y sus colaboradores autorales, otros dos Macocos: Daniel Casablanca y Gabriel Wolf. Dirige la obra Julián Howard, integrante de Los Volatineros, maestro de Los Macocos en el Conservatorio Nacional de Arte Dramático y director de Don Juan de acá (el primer vivo) y Pequeño Papá Ilustrado. En diálogo con Página/12, Salazar, Wolf y Howard se refieren al aporte de todos los que participan en el espectáculo, “incluidos el asistente y el sonidista”, puntualiza Salazar, también autor de dos canciones y una tercera junto a Casablanca. Otras pertenecen a Lucas Ferrara (integrante de 34 Puñaladas), quien cumple además la función de director musical. “Quizás este espectáculo no sea ciento por ciento de Macocos –observa Salazar–, pero mantiene la forma de trabajo del grupo, como si la obra fuera una escultura hecha por todos.”

–¿Cómo nació la idea de ubicar un Quijote en la geografía argentina?

Martín Salazar: –Me venía rondando. Le hice la propuesta a Daniel y después los dos, entusiasmados, se la pasamos a Gabriel. Daniel se bajó por asuntos laborales, en los que le va muy bien, y nosotros la sostuvimos. Este Don Alonso lector es muy especial, como su caballo. Gabriel hace de Rocín Antes, Gustavo Monje es Sancho y Laura Silva, la burra. En realidad, Laura hace varios personajes, como otros del elenco. Y yo soy Quijote.

–El que se atreve a dejar atrás la soledad de su cumpleaños, sin amigos pero con sorpresas...

Julián Howard: –Justamente, hay sorpresas en las acciones, el armado del guión, la introducción de la música...

–Asociar a este Quijote con la locura resulta demasiado fuerte. Se lo ve más cerca del disparate, del juego...

J. H.: –Digamos que en la obra el personaje está muy solo al comienzo, y al terminar tiene un montón de amigos. Vamos de la tristeza que produce la soledad –aun cuando hay personas a las que les gusta estar solas– a la alegría de compartir con amigos.

–Lo pide el relato: necesita un caballo y un asistente...

M. S.: –Esa es la imagen. Quijote es también Sancho Panza, como si sólo estando juntos pudieran hacer ese viaje donde encuentran amigos y enemigos.

Gabriel Wolf: –Don Alonso sigue metiéndose en problemas y mi personaje, Rocín Antes –que llamamos así porque antes era rocín, pero más joven–, le pide que no complique las cosas. Como dice Martín, soy el acompañante terapéutico. En esta obra sí que nos movemos. Quijote lucha contra los molinos y bailamos cinco coreografías de Carlos Silveyra.

–¿Por qué introducen relatores? ¿Es parte del juego?

M. S.: –Son los mismos personajes que después explotan.

J. H.: –Comparo a esos relatores con mi abuela. De chico viví en el campo, sin televisión ni algo que me entretenga. Mi abuela tenía la costumbre de contarme cuentos, y una vez que arrancaba, mi cabeza se llenaba con la fantasía del relato y las imágenes ocupaban toda la habitación. Lo que dicen los relatores en la obra se corporiza de esa manera. Ellos desaparecen y lo que queda es lo imaginado por Don Alonso.

G. W.: –De alguna manera, este planteo es bien macocal. En La fabulosa historia de los inolvidables Marrapodi (recreación de formas del teatro popular desde la época del virreinato hasta el presente a través de una familia de actores criollos), anticipamos cómo se desarrollará la obra. También en el prólogo de Los Albornoz. Delicias de una familia argentina y en otros espectáculos. No sé si llamarlo prólogo. Está como afuera de la obra. Recién después de ese planteo empieza el juego.

J. H.: –En Don Juan de acá... eran los pregoneros.

G. W.: –Nosotros decimos que es parecido al acto de abrir un libro.

J. H.: –Que cuenta la historia del caballero andante...

–Iniciada en un lugar cerrado, un cuarto con un lienzo que reproduce La habitación en Arlés, de Van Gogh...

G. W.: –Queríamos el original, pero no pudimos comprarlo.

M. S.: –Con la escenógrafa Marta Albertinazzi decidimos que cada lugar del recorrido del Quijote tuviera un cuadro. Esas imágenes amplían la historia que contamos.

G. W.: –En un registro diferente, cantamos un gaucho rock...

J. H.: –Con esos lienzos se recupera una de las tradiciones del teatro: el telón pintado. En total aparecen ocho reproducciones. Aunque el espectáculo se apoya más en el juego del actor, la estética entrega datos para la comprensión. Es un aporte al equilibrio entre sensibilidad y concepto.

M. S.: –Y elementos nuevos. A Luis Pescetti (actor, escritor y músico) se le ocurrió que Sancho aparecía tan ensimismado porque estaba atento a su walkman. Esto es imposible en el escenario de la Argentina del siglo XIX, pero nuestro Sancho es un indio transculturalizado.

–¿La intención es activar el juego?

M. S.: –Mezclar culturas y mencionar algunos choques. Investigamos sobre los pueblos originarios, y en eso están los selk’nam (pueblo exterminado de Tierra del Fuego). Pero esas culturas que se destruyeron por algún lado resurgen.

–Presentan la obra con un subtítulo, un verso de Atahualpa Yupanqui: “...Que no se quede callado el que quiera ser feliz...”. ¿Cuál es el sentido que le dan en la obra?

M. S.: –Muy sencillo. A nuestro Quijote le gustaba una chica y no se lo dijo. Ese verso es un homenaje a Yupanqui. La obra se inspira en el Quijote y en su creador, Miguel de Cervantes, el gran maestro de la lengua hispana, y nosotros pensamos en Atahualpa, nuestro gran maestro. Me emociono sólo con nombrarlo, porque tiene el corazón puesto en cada verso.

J. H.: –A mí me recuerda al poeta peruano Nicomedes Santa Cruz, que es otro Atahualpa. Ha sido uno de esos autores capaces de resumir en una frase cosas gigantescas. Trabajar con Los Macocos en este espectáculo tiene para mí sentido ético y estético, por el compromiso con la obra y por la amistad.

M. S.: –Una ley macocal es que uno pueda confiar en el compañero, que el otro diga lo que tiene que decir, que sea llano.

J. H.: –Eso viene de la formación de cada uno, Los Macocos, como Los Volatineros, fueron primero amigos y después grupo de teatro.

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