TEATRO › NORMA ALEANDRO ENCARNA A MARIA CALLAS EN MASTER CLASS
La interpretación de la actriz en la obra de Terrence McNally es medular y provocadora: en el rol de la gran soprano, recibe a alumnos a los que trata de modo inflexible. Sin embargo, en la puesta de Agustín Alezzo se deja entrever el mundo interior de la cantante.
Elenco: Norma Aleandro (protagonista); Santiago Rosso (pianista); Carolina Gómez y Lucila Gandolfo (sopranos); Hugo Argüello (rol de utilero); Marcelo Eduardo Gómez (tenor); Lucía Silva y Felipe Forastiere (reemplazantes).
Traducción y adaptación: Fernando Masllorens y Federico González del Pino.
Vestuario de la protagonista: Gino Bogani.
Diseño de vestuario del elenco: Pablo Battaglia.
Escenografía e iluminación: Tito Egurza.
Sonido: Guillermo Perulan.
Dirección musical: Susana Naidich.
Dirección: Agustín Alezzo.
Lugar: Teatro Maipo, Esmeralda 443 (Tel.: 5352-8384). Sala equipada con aro magnético para hipoacúsicos. Funciones: miércoles a domingo a las 20.30. Reservas: 5236-3000 www.plateanet.com.
“No aplaudan, esto no es teatro, es una clase magistral.” La actriz Norma Aleandro lo dice en tono severo y corta el aplauso del público que saluda su entrada en escena. Aclara que agradece la bienvenida, pero “hasta ahí; c’est fini”. Ella será la soprano Maria Callas en una clase que imaginó el autor estadounidense Terrence McNally, básicamente a partir de apuntes personales. El autor la muestra convencida de las virtudes de la disciplina y el coraje para adueñarse del escenario y destacar con estilo. Convertida en personaje teatral, Callas se dispone a examinar a jóvenes artistas. Recibe a la primera alumna con cierta displicencia, y no repara en gestos cuando ésta intenta avanzar con el aria de Amina, de La sonámbula, ópera de Vincenzo Bellini. La maestra la interrumpe una y otra vez sin contemplaciones. Otra fuente de McNally fueron las lecciones que la cantante dictó en la Juilliard of Music de Nueva York, entre octubre de 1971 y marzo de 1972, luego editadas. En esta puesta de Agustín Alezzo –también director del estreno de julio de 1996, en el Teatro Maipo–, la platea oficia de alumnado, de modo que las observaciones de Callas competen al espectador. A la alumna primera le seguirá otra, que en principio huye molesta pero después regresa, y luego un voluntarioso y simpático joven tenor que aspira a superar, entre otros, al célebre neoyorquino Richard Tucker.
La fina figura de Aleandro, recortada en el marco escenográfico art déco que diseñó Tito Egurza, se desplaza en un juego semejante al teatro dentro del teatro. La actriz clava su mirada en el público y afirma, en tanto Callas, que en el escenario hay que tener ojos en la nuca, porque nunca se sabe de dónde viene la puñalada. Esa y otras observaciones dan cuenta de una forma de pensar no aprobada por la alumna que ha elegido cantar el aria de Lady Macbeth, de la ópera Macbeth, de Giuseppe Verdi: “Ojalá nunca hubiera venido... Quiere que perdamos la voz... Odio a la gente que nos quiere hacer creer que el mundo es peligroso”, dirá la muchacha en respuesta a las puntuaciones hechas por la maestra.
Si bien el autor se entusiasma asignándole el rasgo de inflexible, también crea escenas que minimizan ese carácter y exploran el mundo interior de esta artista, hija de inmigrantes griegos, que nació en Nueva York en 1923 y murió en París en 1977. Así encaminado, McNally (autor de ¡Amor, valor, compasión! y Frankie & Johnny en el Claro de Luna) acude a viejas y nuevas desdichas de la cantante, relacionadas con la pobreza y la discriminación sufrida por la obesidad que finalmente logró derrotar, las peleas con empresarios teatrales y algunas traiciones. Cuestiones de la vida, desilusiones a las que el director Alezzo les halló la intensidad y el tono que las jerarquizan. El desempeño de los cantantes, todos destacables, transita por la vía de la entrega, incluida la interpretación del pianista Santiago Rosso. Es también en la entrega de su personaje cuando Aleandro estremece. Sucede cuando la Divina, enamorada del magnate naviero Aristóteles Onassis, deja atrás a la maestra rigurosa para ser la mujer que señala verdades y mentiras.
Si la actitud con la que se ingresa a escena refleja cómo uno se expresa en la vida (lo dice esta Callas ficcional), el escalofrío que en algunos momentos atraviesa al personaje expresa el desamparo, desgarrador en el recuerdo del hijo que no nació y en la memoria de una función de Medea que el público de-saprobó. Hecho que la afectó profundamente, al punto de lanzar el grito de “cruel” no sólo a Jasón (el personaje que abandona a Medea), sino también al público, al que le dio todo. “Ho dato tutto a te” será el grito que esta Medea/Callas multiplicará en una de esas escenas de pesadilla y derrota que alternan con otras de triunfo y bellos sueños, que el director ha intercalado en el lugar y tiempo exactos, dejando que la historia fluya y conmueva. Estas escenas poderosas son las que en el conjunto del espectáculo abren camino a la medular y provocadora interpretación de Aleandro.
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