TEATRO › SEBASTIáN GUZ ES COSTRINI, CLOWN áCIDO
“Es un personaje fuerte, atractivo en el sentido energético”, dice el clown acerca de su criatura, que protagonizará Mundo Costrini el sábado en el Teatro del Viejo Mercado.
Sebastián Guz es muy curioso. Apenas entra en la redacción de Página/12 –lugar de la cita– no deja de mirar los estantes con libros, papeles y discos desparramados. Le llaman la atención unas fotos de Spinetta que están colgadas al lado de un escritorio. “¡No tocar, por favor!”, dice un improvisado cartel pegado al lado de las imágenes, que parecen formar parte de un santuario dedicado al músico. Es que es casi imposible no observar el detrás de escena de un diario. ¿Cómo pedirle que no sea curioso a alguien que guarda en su interior un payaso? ¿Cómo pedirle que no sea despabilado a alguien que vive para hacer reír, emocionar y, por qué no, reflexionar? Así es Guz, un artista mundano y de mirada genuina, que le dio vida a Costrini, un clown muy especial: “Es un personaje fuerte, atractivo en el sentido energético. Además, es un payaso loco, travieso, juguetón, que invita a la gente a reírse y a compartir un buen momento”, se define este payaso protagonista de Mundo Costrini, un recomendable espectáculo que se verá el sábado a las 23.30 en Teatro del Viejo Mercado (Lavalle 3177).
Costrini comienza su unipersonal contando (mientras hace cortocircuitos gestuales) que cuando era niño sus padres lo dejaban todos los días ocho horas frente al televisor. “Voy a mostrarles cuáles son los efectos colaterales. Van a entender los problemas que traigo”, adelanta este clown desfachatado, que genera risa y entusiasmo apenas aparece en escena, con los pelos de punta. Lo que se viene es un implícito cuestionamiento a esa “caja boba” cada vez más acartonada, superficial y tinellizada. “Hay una crítica a la pedantería, el falso lujo, a la televisión y a la mierda que nos meten en la cabeza. Critico a la tele que te dice qué es lo que tenés que decir, qué tenés que consumir, cómo tenés que vestirte”, lanza Guz a Página/12. En su espectáculo, detrás del humor, también se esconde un “cuestionamiento a las guerras, a las desigualdades, al menemismo y las dictaduras”. Todo eso y mucho más sucede en el mágico y clownesco mundo de Costrini.
Este amigable, pero ácido clown argentino, que ya recorrió más de veinte países (como Japón, China, Francia, Escocia, Holanda, Polonia, Alemania, Suiza, Portugal, España, México, Bolivia y Chile, entre otros), demuestra que tiene una gran habilidad para crear distintos climas y estados en cuestión de segundos. Costrini sabe combinar muy bien humor, delirio, circo y destreza física en partes iguales, reservando un lugar especial para la reflexión disfrazada de broma. Y, como todo payaso, se vincula constantemente con el público, con el que genera una relación dialéctica, desestructurada, divertida y necesaria. “La gente se ríe de la exageración, de lo prohibido, y del ridículo en el que se expone el payaso y el voluntario que participa. Yo no me río de él, no lo pongo en evidencia, lo invito a jugar conmigo para que tenga la oportunidad de desarrollarse. Si invito a alguien a jugar es para que él sea el héroe del juego”, entiende Guz, un artista que en 1996 fundó, junto a Fernando Santillán, el Circo Xiclo, la primera agrupación de circo callejero argentina que logró llevar su propio espectáculo a una carpa tradicional.
Lejos de ser un clown convencional, Costrini, por el contrario, es un personaje muy particular, disímil y atractivo que intenta romper con la idea de “payaso tradicional”. “La gente cree que los payasos son tiernos, ‘buenachones’, que tienen que ser como Piñón Fijo. Pero el payaso en realidad puede envolver muchas sensaciones, emociones y características humanas. Yo intento ser más amplio y pasar por el enojo, la euforia, por la diversión, la ironía y tocar los costados humanos que todos tenemos”, analiza Guz y continúa con la idea: “Entonces, a través de esos recursos podés criticar, quejarte, exponer cierta rebeldía desde un lado agradable porque no deja de ser humor. Vos te podes reír de cosas que en el fondo no son tan agradables”.
–Sin duda, porque en la sala hay un público que paga por ir a verte, se mueve desde su casa para ver el espectáculo y tiene una expectativa mucho más grande que aquel que va a un festival y quizá va a ver varios espectáculos y no los paga. Es distinto y se nota esa diferencia. Hay como un ojo más agudo que después dice “me gustó o no me gustó”.
Informe: María Luz Carmona.
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