Sáb 23.06.2012
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TEATRO › BERTA Y JORGE GOLDENBERG, DIRECTORA Y DRAMATURGO DE CITAS

El amor y el desencuentro

La obra está hecha de fragmentos de textos de todos los tiempos y muestra múltiples matices de un sentimiento que no termina encerrándose en ninguna definición. “Las citas literarias amplían la resonancia de lo que está ocurriendo”, explican.

› Por María Daniela Yaccar

“Casi no hay escritor o filósofo que no haya hablado del amor”, asegura Berta Goldenberg, una fanática de subrayar libros y escribir en los márgenes de las hojas. La última obra que dirige la directora del Teatro Anfitrión se llama Citas por dos razones: por un lado, porque está hecha de fragmentos de textos (de origen poético, ensayístico y científico) de todos los tiempos y, por el otro, porque muestra múltiples matices de un sentimiento que no termina encerrándose en ninguna definición. Aparecen “ansiedades, expectativas, ridículos, glorias y miserias” del amor, con dos climas fuertemente marcados: la primera parte de Citas (sábados, a las 21, en el Teatro Anfitrión, Venezuela 3340) remite al encuentro amoroso; la segunda, al desencuentro. La puesta es novedosa. Los cuatro actores (Jimena Angeletti, Bernardo González, Carolina Maldonado y Arturo Silva) tienen sus personajes, pero cada tanto se convierten en “mirones” –la palabra es de Goldenberg– de los monólogos o situaciones que les tocan a los otros. Entonces, las citas de autores parecieran notas al pie que se añaden a la escena central.

Jorge Goldenberg, marido de Berta, guionista de cine y autor teatral, fue el encargado de la dramaturgia. No obstante, en la charla con Página/12, ambos destacan que la obra es “una creación bastante colectiva”, ya que surgió de un taller que la directora da en el Anfitrión. “Me cuesta muchísimo encontrar una obra que me fascine”, remarca ella. “La última que hice fue Esperando a Godot. Después de eso, era difícil que me gustara algo. Leía mucho y los actores también, intentando encontrar material literario para teatralizar, método que se está usando mucho en Buenos Aires. Pero no apareció una novela, sino fragmentos. Teníamos muchos textos dando vueltas.” Eso explica por qué pilones de libros componen la escenografía, ubicados en los bordes de la escena, lo cual habla del adentro-afuera del texto que caracteriza a la función de los “mirones”. En un mismo escenario son citados Oliverio Girondo, Catulo, René Descartes, Francisco de Quevedo, Hsieh Tiao, Anna Ajmátova, Fernando Pessoa, Gustave Flaubert, Emily Dickinson, William Shakespeare, Ernest Rutheford y Marcel Proust.

–¿Qué significa que Citas sea “una creación bastante colectiva”?

Berta Goldenberg: –Surgió de un grupo que tenía ganas de jugar. No estábamos con plazos. Si terminábamos con una obra, mejor. Pero muchas veces, aunque eso no pase, estos procesos son enriquecedores. Les mandaba improvisaciones y textos para ver qué les sugerían. De a poco, todo fue redondeándose alrededor de ciertas verdades sobre el amor. Y en determinado momento medió el caos por la cantidad de material. Había improvisaciones, cosas que los actores habían escrito, textos... La de Jorge era una palabra definitoria: lo llamamos para que nos dijera su opinión. Si nos decía “no entiendo qué es”, pasábamos a otra cosa.

Jorge Goldenberg: –La pregunta que me hacían era: “¿Ves alguna totalidad posible en esto?”. Y encontré menos caos del que temían; valía la pena intentarlo. A partir de ahí, cambié de lugar textos, modifiqué y quité otros, y volví a proponer improvisaciones hasta que tuve una hipótesis de estructura. Lo último que hubiésemos querido hacer era un sketch. Queríamos hacer un espectáculo de estructura totalizadora aceptando el reto de que no tuviera una historia central en el sentido clásico.

–¿Qué le aportan a la obra las citas de autores?

B. G.: –Enriquecen. Y en muchos momentos meten humor. Cuando Quevedo aclara que la función del pedo es importante, le quita gravedad al amor de un pobre chico al que lo único que se le ocurrió para llamar la atención de su niña fueron los pedos. El público está a la pesca de cuál es la cita, ya que muchas veces está dentro del diálogo. Hay una que llama mucho la atención. A la salida me preguntan de quién es. “Y cuando ya no la quiera, habrá vuelto el caos.” Eso es Otelo. A algunas citas casi no las buscamos. Tanto Jorge como yo amamos a Proust muy especialmente y ya conocíamos lo que decía sobre el amor. Pero en otros casos, Internet nos ayudó mucho: ponés Catulo y amor y aparecen esos versos chanchos de “los nueve polvos”...

–El espectador puede preguntarse hasta qué punto los textos, sobre todo cuando los atribuyen al autor, son realmente citas, o si están jugando con el verosímil del teatro.

B. G.: –Nosotros no engañamos. Catulo dice: “Quedate preparada para echar nueve polvos”. Lo que sí, todavía no pude detenerme bien a revisar la traducción. Dicen que no es literal, sino la que más se adecua a lo que quiso decir. Se lo dedica a un amor que después lo dejó: es la misma poesía que después dice “pero ahora, si no lo deseas, ¿quién te va a encontrar bonita?”. Era una historia de amor muy conocida en Roma.

J. G.: –Volviendo a su aporte a la obra, las citas literarias amplían la resonancia de lo que está ocurriendo, abren territorios de sentido. Lo ejemplifico con el texto que dice “todo se ha aproximado al crimen”, de Anna Ajmátova. Si alguien dice algo así es porque ha llegado con otra persona a un punto de intensidad en la relación, y no hace falta explicitar eso. Al poner el poema se abre un campo de riesgo y peligro. Además, las citas me vinieron muy bien para el funcionamiento de los mirones.

–¿La inclusión de la palabra literaria o ensayística habla, también, de una intención de reforzar el valor de la palabra en el teatro?

B. G.: –En ese caso, Jorge y yo estamos muy de acuerdo: en el amor a la palabra y en creer que todavía tiene mucho que decir...

J. G.: –Pero sin ignorar que es el cuerpo del actor el que está expuesto. Por eso hay escenas enteras en las que sólo hablan los cuerpos. Lo importante es que no hay modo de cerrar la relación amorosa en palabras. Es un territorio de incertidumbre permanente, donde las plenitudes, como en casi toda experiencia humana, son fugaces y se reconstruyen después.

–De todas las obras que se estrenan permanentemente en Buenos Aires, pocas tematizan el amor. ¿Coinciden?

J. G.: –Estadísticamente, supongo que lo más abundante es “familias disfuncionales”...

B. G.: –Es probable que por eso estén sucediendo ciertas cosas en parejas y amores que ven esta obra. Supe de crisis y de acercamientos. Mucho no puedo contar. Inesperadamente, algo está tocando mucho más de lo que supusimos a los hombres y mujeres que ven la obra. Hubo gente que lloró. No esperábamos para nada hacer terapia con la obra.

–¿Cuál es la definición del amor que más les gusta?

J. G.: –La cita de Woody Allen al final de Annie Hall. Dice que el amor es como aquel viejo chiste del tipo que va a un psiquiatra y le dice: “Doctor, mi hermano está loco. Se cree que es una gallina”. Entonces el psiquiatra le responde: “Bueno, tráiganlo, capaz lo podemos medicar o internar”. Y el tipo responde: “Sí, el problema es que nosotros necesitamos los huevos”. Eso es el amor. Es una locura, pero necesitamos los huevos.

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