TEATRO › FEDERICO LEON ESTRENA LAS MULTITUDES EN LA PLATA
El dramaturgo, director, intérprete y cineasta mostrará a partir de hoy, en el Centro de Experimentación y Creación del Teatro Argentino platense, esta obra centrada en el conflicto amoroso, que cuenta con 120 actores de distintas edades en escena.
› Por Hilda Cabrera
Por qué no preguntarse qué significa todo lo que nos rodea cuando somos parte de un grupo o, más todavía, de una multitud. Qué atrae entonces a los integrantes de Las multitudes, el más reciente espectáculo del dramaturgo, director, intérprete y cineasta Federico León. La respuesta surge de la peripecia amorosa que atraviesan, o a la que prestan atención –porque entre los personajes figuran niños– los 120 actores que conforman el elenco, donde –apunta León– “cada uno tiene conciencia de ser una pieza fundamental”. La obra se estrena hoy en el Centro de Experimentación y Creación del Teatro Argentino de La Plata (Tacec) y reúne a actores de distintas edades y experiencias en grupos artísticamente solidarios, “porque, cuando las adolescentes lloran, lloran todas las del grupo”. La estrategia del autor de la recordada Cachetazo de campo ha sido elaborar escenas intensas pero breves, pues no es fácil para un actor o actriz “pasar en tres segundos de una escena a otra y mantenerse ciento por ciento en los diferentes estados que se le pide”.
León disfruta del gran equipo que ha logrado armar, y adelanta la incorporación de un recital de música en vivo. Extrañamente, un espectáculo de estas características dura poco más de una hora. Suficiente para el director y dramaturgista. Los diez grupos intervinientes están compuestos cada uno por 12 intérpretes de diferentes edades y sexos. Participan niños, adolescentes, jóvenes, adultos y ancianos. “Estos grupos funcionan a veces como si fueran un solo personaje. A un mismo tiempo cantan, bailan o se enojan, aunque los integren personas de distinto carácter y condición”, resume León.
–¿Ser parte de una multitud supone disgregar la propia personalidad?
–Esa integración es, en mi opinión, un momento de transformación, y muchas veces de crecimiento de una comunidad. La asocio a las vacaciones, una época en la que se arman grupos de manera espontánea, y al clima que se vive en los ensayos, donde ancianos y jóvenes se comunican de manera abierta. No pienso que se pierda personalidad. Por eso, mi interés y deseo es que al finalizar la obra el espectador (aquí guiado por un representante, Julián, actuado por Julián Zucker) pueda recordar y particularizar a cada uno de los 120 intérpretes.
–¿Se puede hablar de continuidad con algunos trabajos anteriores como El adolescente y Yo en el futuro?
–Si algo de eso existe es en el encuentro de personalidades muy diferentes en un terreno común. En esta obra ese encuentro se ha multiplicado, también por “un fenómeno de intoxicación”. Lo digo en el sentido de contagio. Por ejemplo, el grupo de ancianos que, como los otros, tiene un líder y un representante, instruye a los adolescentes en la conquista de las adolescentes, estando ellos también involucrados en un drama amoroso con sus mujeres, parecido al de aquellos a los que aconsejan. No hay edad para determinados temas, y uno de éstos es el conflicto amoroso. El anciano no es más sabio en estos asuntos. En general responde como si tuviera menos edad. En Las multitudes, los ancianos están deseando volver con sus mujeres, también agrupadas y distanciadas de ellos. Cada uno, por separado, rompería ese pacto de enojo, pero no lo hace.
–¿Los domina el grupo y sus reglas?
–Aunque la obra refleja un conjunto de miradas y energías individuales, éstas trascienden a cada uno, y es el grupo el que los coloca a un mismo nivel, también en el comportamiento, como si se estuviera dando un proceso orgánico que, por otra parte, requiere un largo tiempo de creación. Me sucedía llegar a los ensayos con una idea que después debía modificar, porque la realidad y el tiempo compartido con los actores y la totalidad del equipo me proponían otras cosas.
–¿Qué le interesa especialmente de esa mezcla de edades?
–La encuentro parecida a la de una familia, donde generalmente se produce una interacción que no deja de sorprenderme y, además, me revitaliza. Al principio imaginé que debía armar la obra como si se tratara de una película. Esto es, elaborar un guión y olvidarme de las improvisaciones. Y no fue así: el espectáculo se terminó de construir durante los ensayos y eso me permitió conocer a los actores.
–¿Qué descubrió en ellos?
–Muchas veces los aportes se relacionaban con los errores que aparecían cuando dialogábamos. Este es un espectáculo de difícil realización. No siempre tenía a todos los actores en todos los ensayos, porque se enfermaban o por cualquier otro motivo. Cuando esto sucedía, un actor decía el texto de otro, y si bien el texto era el mismo, la forma en que lo transmitía era distinta. Entonces veía errores, singularidades.
–¿El factor común siguió siendo la trama amorosa?
–Sí, porque involucra a todos. Esta es una obra con mucha acción, pero también con intimidades y reencuentros. El recital que da el grupo de jóvenes es para facilitar la reconciliación entre los enojados.
–¿Lejos está entonces esa multitud de las acciones violentas?
–Cuando empezamos los ensayos yo estaba practicando yoga, y eso me cambió la vida. Me sirvió incluso para las clases de teatro. Por eso, una premisa que mantuvimos con los actores y el equipo que nos acompaña fue la de aceptar que, cuando otro proponía algo distinto a lo que veníamos haciendo, no debíamos violentarnos. Mi experiencia es que trabajando de esta manera se llega a lugares interesantes, desconocidos en la convivencia. Además es notable la concentración y la unidad de grupo que se logra con esta práctica.
–¿Piensa que contagiará al espectador?
–No lo sé... En muchas escenas aparece gente mirando y actores mirando a actores, como si fueran espejo del público.
–¿Intentó también aquí el “efecto de visión al infinito” de Yo en el futuro?
–Creo que hay una continuidad en eso, pero en Las multitudes se relaciona especialmente con las ideas de caos y desorganización. Y, en ese sentido, relaciono este trabajo con el yoga. Las posturas del yoga son antinaturales, porque son formas que ni yo ni otros adoptamos como algo cotidiano. Sin embargo, se logra la estabilidad y la relajación necesarias para atravesar situaciones adversas. Porque ante la adversidad es importante ver qué actitud tomamos. Esto de las posturas me sirve como entrenamiento permanente para dialogar con el presente. Si en este espectáculo, por ejemplo, no cuento con el número de actores que necesito, porque faltan o por otras razones, trabajo igual. No me paralizo por lo que falta; sigo con lo que hay y como se pueda. No por eso se pierde rigor ni profundidad. En la creación de Las multitudes ha sido fundamental mantener el control y aceptar y vivir el camino que se transita con los actores y el equipo de una manera orgánica y libre.
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