TEATRO › SOL PáVEZ HABLA DE SU OBRA UN LUGAR TAN PEQUEñO O UN PEQUEñO LUGAR
Cuatro jóvenes que creen que hay intrusos en el baño de la casa donde están son los protagonistas de la obra que puede verse los sábados en el CC de la Cooperación. “Ellos crean al otro que los atemoriza y los hostiga”, asegura la dramaturga, actriz y directora.
› Por María Daniela Yaccar
“No elegiría a los personajes de mi obra como amigos”, aclara como si hiciera falta Sol Pávez, dramaturga, directora y actriz. Menos mal, porque de lo contrario se complicaría llegar a un acuerdo con ella. Los cuatro treintañeros de Un lugar tan pequeño o un pequeño lugar (sábados, a las 20, en el Centro Cultural de la Cooperación, Corrientes 1543) encierran aquello que Salvador Allende tan bien llamó “contradicción biológica”: son jóvenes, pero no tienen una pizca de revolucionarios. Ellos creen que hay intrusos en la casa en la que están. Sí, tal como ocurre en Casa tomada. Pero a diferencia de los personajes de Cortázar, los de Pávez harán cualquier cosa por sacar a los okupas del baño, donde supuestamente están encerrados. Lo de “cualquier cosa” es literal.
De algo muy sencillo –la sola creencia de un grupo de jóvenes bastante insoportables–, Pávez crea una comedia en la que se suceden un nudo tras otro. Ella es una de las actrices. Se siente cómoda y contenta ocupando los tres roles: la dramaturgia, la dirección y la actuación. Ya lo hizo con su exitosa Quizás y repetirá la experiencia con una miniserie que está en proceso de preproducción, una historia que gira alrededor de un Fitito que alguien compró pero no para manejarlo, sino para hacerse algunas siestas dentro de él o cambiarle el color. “La escritura es previa”, cuenta Pávez a Página/12 sobre su modo de acción. “No trabajo el texto durante los ensayos. Lo hecho, hecho está. Confío en eso. Al escribir tengo muy en claro lo que quiero con la obra. Como directora, lo que hago es acentuar la mirada que los actores tenemos del afuera”, desliza.
Tiene 36 años y experiencia en televisión, pero siempre amó más que nada al teatro. Un lugar tan pequeño o un pequeño lugar es su cuarta obra. Pronto reestrenará Anfibia en el Vera Vera. “Tenía una necesidad de indagar sobre la diferencia entre pertenecer, que tiene que ver con una construcción colectiva, y adueñarse, que es tratar de que algo de repente te pertenezca”, explica, y asegura que no se le pasó por la cabeza el texto de Cortázar en el proceso de escritura. Dominique (Paula Carruega) acaba de mudarse. No terminó de sacar sus cosas de las cajas cuando escucha unos ruidos que provienen del baño. Ella y sus amigos, interpretados por Pávez, Lucas Merayo y Pablo Cerri, descartan muy rápidamente la posibilidad de que sean de las cañerías. Creen que ahí adentro hay encerrada gente que podría ser de color, quizá perteneciente a una extraña secta, quizás enferma. Todas las hipótesis hablan de un enemigo al acecho, al que hay que combatir cueste lo que cueste.
Para acentuar la idea de que los personajes son “ratas de laboratorio” encerradas en una casa –y en una idea–, Pávez juega con la iluminación y la escenografía, ambas de Pablo Calmet, y la música, de Tomás Justo (Onda Vaga). Defiende el texto con uñas y dientes, pero considera que “todo lo que forma parte de la obra, la hace”. “La escenografía se puede ver como una instalación. Y hago apagones porque generan asfixia. Está bueno que el espectador sea parte del delirio de los personajes”, sostiene la directora.
–¿Quiso hablar de esta época, cuestionar la noción de inseguridad?
–Sí, pensé la obra un poco por ahí. Eso está atravesado por el humor y el delirio: los personajes llegan a creer que hay okupas viviendo en el baño. El miedo lleva a lugares muy absurdos. Cuando las personas lo sienten tienen una tendencia a volverse más conservadoras, incluso sobre ese miedo. Para que eso se sostenga, el otro tiene que ser un enemigo que puede venir a quedarse con todo, cosa que se repite tanto en la obra que termina construyéndose como realidad. Pero tengo una visión optimista de esta época: antes estaban los que tenían que sostener lo que tenían y los enemigos, ahora por lo menos hay una mirada sobre eso. Se puede ver que existe y que no es una verdad absoluta. Lo que pasa en la obra tiene más que ver con los ’90, el período en que fui adolescente y me formé, cuando el éxito a corto plazo y el individualismo estaban más en boga. Un lugar... es un exorcismo de esos momentos.
–El conservadurismo y el miedo son atributos más asociados a la gente grande. ¿Ellos representan una derecha joven de clase media?
–Tienen un poco de eso. Pero me interesaba hablar de cosas que están en todos los seres humanos y que salen a la luz de acuerdo con las circunstancias. En ellos salen porque están atemorizados. De acuerdo con el contexto que le das a la persona, puede sacar lo mejor o lo peor de sí. La discriminación está en todos. Todos somos el intruso en algún momento, pero también todos somos la persona que discrimina. Hay que tener cuidado con eso: no hay que creer que uno es tan distinto y lejano a esos personajes. Si la gente se ríe es un poco por la identificación. Ellos no son “los otros”.
–En Quizás habló del enamoramiento y de lo que se espera que el otro sea. Los personajes de esta obra inventan su propia realidad. ¿Le interesa trabajar sobre la proyección que generan las personas sobre las cosas y los otros?
–Sí. Ellos crean a otro que los atemoriza y los hostiga. Lo construyen para sostener lo que creen que les pertenece. Me interesa cómo uno ve al otro y lo construye y cómo se vincula a partir de eso. Además, uno es por la confirmación de que hay otro observándolo. Mis obras tienen que ver con eso siempre. Estos son personajes hipócritas que no pueden relacionarse honestamente, y los vínculos que establecen entre ellos también tienen que ver con adueñarse: todos tienen intenciones para con los demás.
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