TEATRO › COMIENZA “PROYECTO.MUSICA.TEATRO” EN EL C.C. RICARDO ROJAS
“La comedia musical es un discurso que no nos pertenece”, dicen los directores Valeria Ambrosio y Lautaro Metral, que presentarán Popera y El hijo del fin del mundo, respectivamente, en este ciclo que pone en jaque las fórmulas “industriales” de un género importado.
› Por Facundo Gari
La ciudad de Buenos Aires es un caldo de cultivo teatral. Queda en el tintero resolver qué fue primero: si la gran cantidad de salas devino en esta multiplicidad de estéticas o si la necesidad de mostrar el resultado de esas búsquedas tuvo que ver con la aparición de tantos espacios. Más probable es que ambas circunstancias hayan confluido, como en el caso del “Proyecto.Música.Teatro”, una interesante iniciativa del C. C. Ricardo Rojas (UBA) que pretende “institucionalizar” algo que viene pasando en los últimos años con el teatro musical vernáculo. “Hay una ebullición por encontrar nuevos lenguajes, un nuevo interés por un espacio de búsqueda no comercial y un nuevo público”, observa Matías Umpiérrez, curador del área de teatro del Rojas. Este fenómeno devela, una vez más, la capacidad de la escena local para poner en jaque las fórmulas “industriales”, en el caso del género musical importadas de Broadway e incluso del off neoyorquino. También que la situación de inestabilidad del modelo financiero y cultural en Estados Unidos y Europa alcanza la antena de los artistas. “La crisis mundial tiene que ver con la caducidad de un sistema”, asevera Valeria Ambrosio, que en el marco de esta iniciativa presentará la pieza Popera. “Es como el fin del Medioevo; necesitamos un Renacimiento ya”, exclama. La asiste Lautaro Metral, que completará el tándem de propuestas del proyecto con El hijo del fin del mundo: “Históricamente hubo una colonización desde la que se nos impuso otra cultura. Ahora estamos retomando la investigación propia y es muy bueno que se haga desde un espacio público”. La noción de “crisis”, de hecho, sobrevuela ambas piezas: la de Ambrosio recurre a la ópera, madre de la comedia musical, para desacralizar el género de raíz; la de Metral narra una historia de fin del mundo y vuelta a empezar.
–¿En qué consiste esta reformulación del musical?
Matías Umpiérrez: –Todo el tiempo miro qué pasa en la escena y encontré que hay un montón de directores buscando nuevos lenguajes en el teatro musical, que están dejando de comprar formatos, lo cual es lícito. Valeria y Lautaro son muy pioneros en eso.
Valeria Ambrosio: –Estamos en una transición, sacándonos de encima lo que significa la comedia musical, no el teatro musical. La comedia musical es un discurso que no nos pertenece, aunque el arte sea de todos. Sí tenemos una amplia tradición de teatro musical. Hace más o menos siete años estoy trabajando para involucrar la música en nuestro teatro, experimentar desde la libertad, tocar todo. La fórmula de la comedia musical es muy estricta y me divierte tocarla. Es difícil caracterizar lo que sucede porque, repito, es una transición: se sigue pensando que a una obra como Mamma mía! hay que ir a verla.
Lautaro Metral: –La comedia musical es importada. Me vine de Córdoba hace seis años haciendo un poco de danza, música y teatro, y allá no se ve posibilidad de integrar esos elementos. Vengo acá y veo que hay más conciencia sobre reunirlos por necesidad expresiva, no como requisito de formato. Como dice Valeria, todo se puede tocar, lo sagrado, lo estandarizado, para hacer un musical más argentino.
–¿La búsqueda es también en lo temático, más local porque representa la idiosincrasia argentina?
V. A.: –Es a todos los niveles. La temática es siempre universal, pero cuando ponés música, baile, actuación, la obra se vuelve un lienzo en el que mezclás los recursos como colores. La cuestión creativa es más festiva porque tenés que combinar muchas áreas en el espacio escénico. Tenemos tradición en esto: el sainete.
L. M.: –Es interesante importar cosas, pero el género musical que acá era en su tiempo investigado, el sainete, ha perdido su lugar, que es lo que pasó históricamente con nuestra cultura. Nuestras raíces artísticas fueron suplantadas por otras maneras de contar.
V. A.: –Estuve en Nueva York y entendí que hacen su comedia musical directamente for export. Allá es parte de un circuito que incluye el shopping: comprás una remerita y vas a ver un musical. Acá estamos lejos de eso, aunque tenemos empresarios que se han llenado las arcas. A mí no me preocupa “pegarla”, porque la industria te aleja de la búsqueda.
M. U.: –La comedia musical se industrializó mucho y eso devino en que el mismo teatro tenga el prejuicio de la comedia musical, sobre que está muy formateada y es para las grandes audiencias. Una obra de Broadway hace diez funciones por semana con mil espectadores cada una.
–Esa manufactura, ¿qué consecuencias tiene?
V. A.: –Por ejemplo, que se asocie comedia musical con espectacularidad. Esa es una estructura sólida y cuando te corrés de ella, defraudás al tipo que vino a verte: “¿No hay veinte bailarines? ¿No hay veinte músicos en vivo? ¿No hay cambios escenográficos?”. Si no queremos, no hay nada, porque la idea es precisamente laburar con máxima libertad.
M. U.: –En esta búsqueda que se está dando, el teatro musical no está necesariamente vinculado con el entretenimiento. La comunidad teatral de texto tiene que reconocer la importancia de ellos como directores de teatro que trabajan con la música. Sus universos son terriblemente complejos y no están formateados. La gran industria está muriendo. Cuando lo que se considera arte se vuelve realidad para las masas, el artista tiene que reinventarse, y eso es lo que Valeria y Lautaro hacen.
* El hijo del fin del mundo se estrena hoy y Popera mañana, ambas a las 21. C. C. Rojas (Corrientes 2038), Sala Batato Barea. Entradas a 20 pesos.
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