Jue 24.01.2013
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TEATRO › LILA MONTI Y SU UNIPERSONAL POVNIA, EN EL TEATRO BECKETT

Una clown muy lejos de casa

El espectáculo que presenta los sábados y domingos le sirve a la actriz para hacer de parte de su biografía un material de alta riqueza: su personaje aterriza y debe internarse en la Argentina tras la catastrófica desaparición de su país natal.

› Por María Luz Carmona

Todo actor se nutre de su propia biografía para dar vida a su clown. Así lo hizo la actriz Lila Monti, a quien la historia de su abuela Tita, primera hija de polacos nacida en la Argentina, siempre le llamó la atención y dejó una gran huella en su vida. “Tenía algo muy vital y potente que terminó estando muy presente en la obra. Sin hacerse la osa con respecto a las tragedias que le sucedieron, ella siempre tenía un impulso para adelante”, subraya la actriz. “Siempre tuve fascinación con los inmigrantes que poblaron el país, de hecho toda mi familia se formó de esa manera. No tengo ni una gota de sangre nativa. Había algo de la imagen de la gente bajando del barco, en el puerto, que me atraía”, sigue. Y de esa manera, casi sin darse cuenta, Monti fue armando, con retazos de historias, Povnia, su unipersonal de clown, que pone en escena a una sobreviviente que cae –literalmente– en la sala del teatro Beckett (Guardia Vieja 3556), los sábados a las 20.30, y los domingos a las 20.

La obra, dirigida por Cristina Martí y Guillermo Angelelli, cuenta la historia de una joven que llega desde Povnia –un país ficticio–, luego de atravesar una serie de catástrofes que hicieron que el territorio desapareciera. La protagonista, llamada Una, debe adaptarse a un nuevo espacio, un lenguaje, nuevos amigos, una nueva vida lejos de su familia, que ya no está. Entonces, a través de un idioma que Monti construye con una combinación de palabras en ruso, polaco, alemán e inglés, su personaje aprende a comunicarse con los otros y a sobrevivir de una manera muy divertida. Eso no sucedió azarosamente: “Los inmigrantes, con lo poquito que tenían y traían a estas tierras, trataban de mantener una tradición y una historia. Toda esa mezcla de culturas me resultó súper atractiva y de algún modo terminó estando en la obra”, cuenta Monti a Página/12. “Todo lo que tiene que ver con las raíces y cómo se trasplanta una persona de un lugar a otro me resulta interesante. La tierra que uso en la obra es traída del pueblo en el que nació mi abuela”, recuerda la actriz.

–Su obra es como una metáfora de la vida. Habla de la adaptación y aceptación a lo nuevo, de los cambios, los duelos, la elaboración de las pérdidas, las alegrías...

–Sí, terminó siendo un mensaje que yo doy a mis seres queridos y a mí misma fuera del escenario, que es que te pueden pasar un montón de cosas espantosas, pero si tenés una buena de la que agarrarte, te podés salvar. Siempre está la posibilidad de reclinarse en lo que duele y en lo más choto, pero siempre hay una grieta de luz por la que seguir avanzando. Y el clown tiene mucho que ver con eso. El payaso lo que hace es transitar por el fracaso, aceptarlo y a partir de ahí transformarlo en algo positivo, como un reciclaje. No creo en el falso optimismo. Creo que las cosas malas están ahí y hay que tratar de atravesarlas. Y la única manera, en la obra, es el vínculo con la gente, el encuentro, el verdadero diálogo. Es entablar un vínculo, negociarlo y rearmarse a partir del nuevo panorama. También es una metáfora política porque si no reconocés al interlocutor, y lo que él tiene para decirte y ofrecerte, no hay nada. Se refleja con el pan que doy (en una escena de la obra): si los primeros tres (del público) se agarran los pedazos más grandes, hay alguien que se queda sin comer. Son cosas muy básicas para mí. Y el payaso está ahí para revivir esas cosas que uno las sabe, pero se olvida todo el tiempo.

–En la tarjeta de presentación de Povnia menciona a su abuela y a su hija Juana. ¿Cómo influyeron en su obra estas dos mujeres?

–Mi abuela no fue una musa inspiradora desde el comienzo; pero después, en un determinado momento de la creación del espectáculo, me di cuenta de que ella estaba muy presente. Un poco por esa cosa medio eslava. Mi abuela era descendiente de polacos. Por eso Povnia y Polonia también suenan parecido. También fue la primera muerte muy significativa de gente cercana. Mis otros abuelos murieron antes, pero ella fue la que estuvo más presente en mi vida. Fue la primera pérdida que realmente sentí y a la vez fue algo extraño. La encontramos en su departamento, sentada en su sillón preferido, con su bandeja con galletitas con jamón y su té, al lado de la estufa, con la tele prendida. Era como una situación súper cotidiana, placentera; entonces murió del modo en el que vivió. Esa última imagen fue tranquilizadora.

–¿Y Juana?

–La creación de Povnia es anterior a Juana, pero en lo que es la payasa ahora, seguro que hay cambios. El eje de mi vida está en otro lugar ahora que soy madre, entonces actuar es un lugar completamente diferente al de antes, cobra otra dimensión. Es un lugar esperado, pero cuando salgo del teatro me voy corriendo a casa. Juana es súper vital, tiene mucho carácter, es puro movimiento, energía y vitalidad desde el comienzo. La maternidad me modificó mucho el cuerpo, tengo menos rendimiento físico. Antes había algo medio atlético en la obra y salía exhausta. Le ponía más presión a todo, pero desde un lugar que no estaba tan bueno. La maternidad ablandó un poco a la payasa en el buen sentido, le sacó un poco de tensión y esfuerzo. Ahora es mucho más un espacio de disfrute.

–La actriz y directora Cristina Martí dijo que lo que la enamoró de la técnica del clown es su idiosincrasia: su generosidad, su humanidad, esa cuestión de aceptarse y aceptar al otro. ¿A usted que le atrajo de la técnica?

–Cris dice algo que es como una santísima trinidad del clown: “No juzgar y no juzgarse, no interpretar y no interpretarse, no criticar y no criticarse”. Y hubo algo de eso que me revolucionó la vida entera. Al principio sentía que las clases de clown me modificaban tanto como las sesiones de terapia, y más también. Lo primero que me enamoró de la técnica fue que la primera vez que salí a escena con la nariz, fui feliz y me dejé de enroscar. Cuando empecé a hacer clown se me desactivaron un montón de prejuicios, dejé de preocuparme por parecerme a algo y empecé a sentir mucho disfrute. Y tiene que ver con el vínculo con el público. Entonces el trabajo no era mío solo, estaba trabajando con el público y eso fue súper placentero. Además me podía reír de mí misma y eso me alivianaba un montón.

–Si esta técnica permite al actor aceptarse como es y trabajar con ese material, ¿cree que hay una cuestión “sanadora” y de reconciliación con uno mismo?

–Sí. Yo siempre trato de recordar que el del payaso es un oficio escénico. Es un arte. Y la tentación de que sea terapéutico es muy grande, porque realmente te encontrás con vos mismo, con las cosas que te gustan y las que no. Y es muy intenso. La técnica es como una lupa muy generosa en donde ves a la persona como es. No se puede mentir, la técnica de clown pide que dejes de actuar y seas vos mismo, con tu propio ridículo y vulnerabilidad. El clown pide un nivel de honestidad brutal. Y estás protegido por la nariz, que es una máscara.

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