Mar 29.01.2013
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TEATRO › ROBERTO “TITO” COSSA HABLA DE DAñOS COLATERALES, SU NUEVA PIEZA TEATRAL

“Toda actividad artística es un buen antídoto”

El autor de Gris de ausencia estrenará su última creación el 15 de febrero en el Teatro del Pueblo, con dirección de Jorge Graciosi. Adelanta que la acción de su obra reúne a un militar y a su mujer, una ex presa política que sufrió torturas.

› Por Hilda Cabrera

“No recuerdo cuándo planté la primera semilla, pero escribí la obra en el 2012.” El dramaturgo Roberto “Tito” Cossa se refiere a Daños colaterales, espejo de una historia donde la alternativa es ser víctima o victimario. Esta encrucijada, producto de un entorno violento, no es nueva en las creaciones de este autor que entre metáforas ha dado cuenta de la realidad argentina de las últimas décadas, y de las características de una clase media que va mutando. En la entrevista de Página/12, el dramaturgo de piezas fundamentales, como Nuestro fin de semana (1964), Los días de Julián Bisbal (de 1966) y La pata de la sota (1967) –por nombrar sólo las primeras, cuando repartía su tiempo con el periodismo político que desempeñó en La Opinión, Clarín, El Cronista Comercial y la agencia cubana de noticias Prensa Latina (hasta 1976)– adelanta que Daños..., que se estrena el 15 de febrero en el Teatro del Pueblo, “no deja ninguna hendija por donde entre el humor”. Aun así, éste se cuela en alguna acotación irónica. Un ejemplo es la insólita consigna que el inocente personaje del Pibe –transmutado en improvisado custodio de la seguridad de un edificio de lujo– debe exigir a quien ingrese. “Apenas una humorada –admite Cossa– en una historia donde las ideas llegan con el estilo puesto.” En esta circunstancia, la acción reúne al Capitán, a su mujer Julia –ex presa política que sufrió torturas– y al Pibe, quien sólo con su presencia provocará un vuelco en la pareja. Allí donde la convivencia deriva de un pacto de silencio, es la mujer la que manda: “Nada que tenga que ver con el pasado entra en esta casa”.

“Cuando comencé la escritura, los personajes eran un guerrillero sobreviviente a quien visitaba el hijo de un guerrillero desaparecido. Ahora, la obra es diferente. El Capitán es un militar y el que lo visita es hijo de otro militar”, señala Cossa. La primera elección no lo conformaba: “Cuando algo no me gusta lo dejo y queda ahí por mucho tiempo”, intervalo que no se toma cuando colabora con la Comisión Provincial de la Memoria (creada en 1999), a la que fue convocado por Adolfo Pérez Esquivel, profesor en Artes y doctor en Arquitectura y Urbanismo, encarcelado por la dictadura y Premio Nobel de la Paz 1980 por su lucha a favor de los pobres y los derechos humanos. Cossa participa también en el programa Memoria para el Futuro, que comparte con otros y se emite por la Radio Pública. “Es mi aporte a lo que quiero y respeto”, subraya el autor de La nona, El viejo criado, Gris de ausencia, De pies y manos, Tute cabrero y El saludador. También presidente de Argentores e integrante de la Fundación Carlos Somigliana, acaba de reestrenar Yepeto (segunda versión, por un cambio del original de 1987), en el Teatro SHA. –En Daños... registra una fecha, 12 de febrero de 1978. ¿Tiene relación con un hecho real?

–No, es ficción. La obra transcurre hoy sobre algo que sucedió hace treinta y cinco años. El Pibe llega a la casa del Capitán y de Julia para saber qué pasó con su padre desaparecido. Esa búsqueda se da con hijos y nietos de revolucionarios, pero en este caso es entre militares. Esto me dio mayor libertad para tratar el tema.

–¿Qué quiere decir “mayor libertad”? ¿Teme caer en actitudes políticas definitivas?

–El tema de Madres, Abuelas, Hijos, Nietos y el de todas las víctimas es muy complejo y se relaciona con una serie de compromisos éticos que me harían caer en una obra lineal e inevitablemente apologética. Echar una mirada a través de los victimarios me da una libertad enorme para armar personajes. Puedo decir que son criminales y no sentirme atado a circunstancias de orden ético.

–Los personajes de Daños..., con sus diferencias, pertenecen a la clase media, materia importante en sus obras. ¿Diría que es una clase mucho más vulnerable en la post dictadura? Lo pregunto por el temor de Julia a sufrir un nuevo daño y el del Capitán a quedar expuesto.

–Ellos hicieron un pacto. Víctima y victimario aceptaron convivir. Esto se ha dado en la realidad. Pero no me animaría a afirmar que toda una clase es más vulnerable. Creo que la sociedad, en general, aceptó el castigo a los genocidas, sobre todo en los últimos diez años. Me cuesta decirlo, pero pienso que muchos preferían el armisticio. Y tal vez lo sigan prefiriendo. De todos modos, aun aquellos que no están de acuerdo con la condena, parecen tolerarla.

–Un primer cambio se dio durante el gobierno del presidente Raúl Alfonsín...

–Es cierto, la sociedad reaccionó, pero no avanzó lo suficiente. Una mayoría se quedó mirando cómo terminaba eso. Tampoco Alfonsín contaba con el entusiasmo popular para seguir adelante, y esto sin quitarle méritos al Juicio a las Juntas, iniciado durante su gobierno. Después se produjo el desastre del gobierno de Carlos Menem, liderazgo que la sociedad aceptó. Ahora, con excepciones, se acepta que los genocidas vayan a juicio y cumplan condena.

–¿Lo ve como un signo de madurez?

–No, allí hay varios elementos, y el paso del tiempo cambia las situaciones. Cuando Alfonsín inicia los juicios, los posibles responsables del genocidio que estaban más abajo de los integrantes de las Juntas aún vivían, eran jóvenes y seguían en actividad. Ahora están muertos o son viejos retirados. Durante el gobierno de Alfonsín se dictaron las leyes de punto final y obediencia debida. Pienso que alguno de los militares que hoy condenan a los genocidas, los condena por la “estrategia”, por los “errores”, y no por haber luchado en contra de lo que ellos llaman subversión. Creo que no les parece mal haber llevado adelante ese combate, a pesar de las tremendas barbaridades que se cometieron. Una crueldad que, en general, los militares más jóvenes rechazan, aquellos que ni siquiera estaban en el Colegio Militar cuando el genocidio. Esto es lo que muestra la realidad. Esos militares aceptan los juicios y entienden que hay que purgar. Si en la intimidad del hogar piensan lo contrario, no lo expresan públicamente.

–Abundan los discursos sobre la necesidad de ser tolerantes y apoyar la diversidad cultural y política. ¿Se debilitaron los dogmatismos?

–Los dogmas eran fuertes cuando se veía al comunismo como un peligro. Era la amenaza que produciría grandes cambios, como en nuestro continente sucedió con Cuba. En cambio hoy se busca pactar y llegar a un acuerdo, tironeando con las “armas” que se tenga y con las maldades que se puedan cometer, siempre, o en lo posible, en el marco de un debate, y yendo a elecciones, que son finalmente las que dirimen. Las sociedades se muestran, en general, dispuestas a vivir en democracia, a votar y dejar que quien gana, gobierne. Hay democracias enclenques, es cierto, y mientras un chico muera de hambre no debiéramos hablar de verdadera democracia. A pesar de eso, creo que se está avanzando, sobre todo en América latina, tan postergada. A mi edad, y por lo que he visto y padecido, pienso que es un paso adelante.

–¿Los programas de inclusión social, nacionales o de las ONG, contribuyen a ese avance? En un artículo suyo sobre la Escuela Nacional Sarmiento, de la que fue alumno, destacó el trabajo de inclusión de la rectora y su equipo, y su sorpresa ante la reacción de los adolescentes cuando esta profesora les contó que fue un alumno expulsado.

–Ese encuentro fue muy grato. Me habían invitado porque se cumplían 130 años de la fundación de la escuela, y la rectora Roxana Levinsky quiso entregarme fotocopias de aquel viejo legajo de expulsión. Cuando me presentó a los alumnos, recibí una ovación, y un chico gritó “¡ídolo!”. Aquella expulsión me convertía en un atorrante como ellos, y esto lo digo en el buen sentido de la palabra atorrante. Si la rectora hubiera dicho que había sido el mejor alumno, me hubiesen chiflado. Son chicos muy populares, y eso les gustó. Me echaron de ese secundario porque en una redacción mezclé el aniversario de la muerte de Chopin (el 17 de octubre de 1849, a los 39 años) con la movilización peronista del 17 de octubre de 1945.

–También este compositor y pianista fue título de Ya nadie recuerda a Frederic Chopin (1982), donde, entre otros temas, se plantea el de las ilusiones perdidas...

–Sí, y por suerte, pude reestrenar esa obra en democracia, en el Teatro Nacional Cervantes, con un gran elenco. Sobre el tema de la inclusión, supongo que quienes gestionan esos trabajos son expertos y tienen un pensamiento claro. La rectora Levinsky me contaba que al comienzo existían hostilidades entre los chicos que venían de las villas y los que provenían de lugares totalmente opuestos o cursaban estudios en la Escuela de Danza del Teatro Colón. Sin embargo, hallaron la forma de trabajar en comunidad. Hasta crearon un elenco de teatro que mostró su trabajo durante la ceremonia. Creo que esos lugares son de real contención, aunque después algunos chicos no sigan una carrera y deban atravesar situaciones muy difíciles, por la pobreza o por conflictos familiares, a veces brutales.

–¿Se propuso crear personajes en situación de total marginación?

–No, porque no tengo el oído ni la experiencia. Puedo saber de ellos a través de otros que sí conocen el medio, pero no es eso lo que siento que debo hacer. No estoy autorizado, aunque pueda describir situaciones de inequidad. En cambio, puedo hablar de la clase media, porque soy un integrante y la conozco en detalle. Conozco sus defectos y participo de sus mismas debilidades. La clase media no es una. La componen individuos de distintas características. Están los progres y los temerosos, los arribistas y los hipócritas; los que quieren ser distintos, pero no lo son porque no se atreven o no lo consiguen; y los que sueñan con ser millonarios. Yo renuncié a ser millonario, no porque no me guste, sino porque no sé cómo hacer dinero. Vivo de lo que me interesa. Nunca tuve un trabajo en contra de mis ganas ni de mi voluntad y sensibilidad, aunque a veces siento insatisfacción ante algunos aspectos de mi vida, pero ésas son cuestiones personales. No quiero generalizar, pero también veo insatisfacción en nuestra sociedad, quizás porque se nos vende que hay un mundo mejor y posible, y por lo que sabemos ese mundo no está al alcance de todos.

–¿Cuál sería el antídoto?

–Encontrarlo depende de dónde uno pone los valores y los propios proyectos. Hay gente insatisfecha con el trabajo, a veces por sometimiento o por estar expuesta a malos tratos o porque se le paga mal, y si no tiene otra actividad que le guste y lo complemente, se sentirá fracasada. Toda actividad artística es un buen antídoto. Da satisfacción y valoriza al individuo, aunque lo que haga no sea apreciado. La creación es un placer. Hacer Daños colaterales es para mí un placer artístico, distinto de lo que he hecho antes, por ser una obra más dramática, aunque por ahí aparezca una humorada. Además, me sentí muy estimulado por este equipo de trabajo, por Jorge Graciosi, que hoy puedo decir que es mi director de cabecera, y por tener a mi hijo Mariano componiendo la música y encargándose del sonido. Es bueno estar juntos en esta aventura.

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