Dom 11.06.2006
espectaculos

TEATRO › “EL VIENTO ENTRE LAS HOJAS”

Objetos y conflictos

Rafael Curci y Claudio Alvarez, autor e intérprete de la obra, respectivamente, plantean que “el teatro no es un pelotero”.

Por Sebastián Ackerman

Una viuda que espera el regreso de su hijo, quien partió a buscar nuevos rumbos en la ciudad, es acosada por mellizos que le hacen la vida imposible y por el padre de los chicos, que la hostiga para que le venda sus tierras, una huerta seca y una cabaña que apenas se mantiene en pie. Un espantapájaros que cobra vida ayudará a Alba, la mujer solitaria, a hacer su vida más soportable y, por qué no, feliz. Esa es la historia de El viento entre las hojas. Codicia, angustia, maldad, pero también esperanza y optimismo. ¿Temas conflictivos para una obra de teatro de títeres infantil? “Hay temas que tal vez parezcan para adultos –dice Rafael Curci, autor de la obra–, pero eso no quiere decir que el chico no los pueda manejar. El asunto es cómo se plantean. Si se plantean desde lo artístico, desde la poética de una dramaturgia donde las cosas estén contenidas, no sean gratuitas ni porque sí, si tiene un nivel de contención porque la historia y los personajes lo tienen, el chico lo asimila. ¡Si vive en este mundo!”, explica. El viento..., coproducción del autor con la Compañía Omar Alvarez Títeres, es interpretada por Claudio Alvarez, cuenta con los relatos en off de Norma Aleandro y se presenta los sábados y domingos a las 18 en el British Arts Centre (Suipacha 1333).

“Me parece que el resultado es una propuesta interesante, distinta y un poco rara, en el sentido de que el infantil es un medio en el que está muy banalizado todo. Lo raro es a lo que apunta, que no es al recurso de que el chico salte, cante y baile sino que apunta a la emoción. Entonces, te tenés que tomar más trabajo para llegar ahí”, sostiene Curci. Y Claudio Alvarez afirma que, si bien la obra fue pensada para un público infantil, “en general nos remite a un momento mágico a los adultos y a los chicos, aquí no hay diferencia. Los objetos toman vida, somos parte de una convención de objetos que no están vivos y de repente viven. Es fantasía. Esto es muy interesante porque va despojando, sobre todo al adulto, de un prejuicio, y permite que se entregue a disfrutar”. Aunque entre los chicos y el titiritero hay una semejanza: “Tenemos que probar para encontrar situaciones, resoluciones y lo chicos notan eso, que jugamos para encontrar esas cosas”.

A diferencia de obras anteriores (como El niño de arena o Soldadito de plomo, en donde Alfredo Alcón prestó su voz para la locución), en ésta intentaron que hubiera un equilibrio entre la musicalización, el texto y la narración y voz en off, sin resaltar ninguno, pero la participación de Aleandro hace que la balanza se incline para el lado de la narración. Curci cuenta que cuando Aleandro grabó las voces todavía no habían hecho los títeres y que se guiaron por las voces que ella hizo de cada uno para crearlos. “Norma le aporta todos los años de talento que tiene encima, una interpretación muy personal, muy sensible. Porque eso es lo que hizo: leyó el relato y se imaginó cómo era el pulso de cada uno de los personajes.”

Ambos concuerdan en que el teatro infantil es un espacio formador para el chico, tanto desde lo artístico como desde lo imaginario. Curci dice que el teatro infantil amplía el “universo simbólico” de los chicos, sobre todo el teatro de títeres, porque “maneja el concepto de máscara. El títere es una máscara en su totalidad, y el chico se identifica con los personajes y sus sentimientos. No es que uno es el bueno y otro el malo, todos somos un poco todos, entonces la máscara se expande. En lugar de ser algo monocorde o una mueca fija, la máscara toma una dimensión en el títere en la que el chico puede depositar muchas cosas”.

Curci rescata la recuperación de las convenciones teatrales de espectador que le da al chico, “esa cosa tan ritual que el teatro todavía tiene y que hay que rescatar porque es un espacio que no es un shopping, que es lo que el chico tiene que entender. Y los padres también. El teatro es el lugar de todos, no un pelotero”.

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