Mar 13.06.2006
espectaculos

TEATRO › ENTREVISTA CON LA ACTRIZ CRISTINA DRAMISINO

Monólogos para ahuyentar la soledad

› Por Hilda Cabrera

“En el teatro no se puede mentir. El público sabe y acompaña o no. Ahí no sirven los acomodos.” La actriz Cristina Dramisino es terminante. Lleva años de trabajo en la escena y está convencida de que en ese espacio el farsante queda al descubierto. Y en cuanto a riesgo, que cada propuesta es “un pasaje a la inseguridad”, pues ¿quién acierta sobre el destino de una obra? De todas formas, sigue enamorada de su profesión y ahora de su trabajo en Norma de Boedo, pieza de Verónica Bonino que se viene presentando en el Taller del Angel (Mario Bravo 1239), los viernes a las 21. En la anécdota que se cuenta, una mujer reflexiona en torno de la soledad, retratando este sentimiento con humor e ironía: “Mi personaje fantasea con un gran amor y con cada pensionista que llega a su casa. En esta historia el inquilino es Efraín (protagonizado por Gabriel López), quien, al igual que Norma, arrastra frustraciones y hasta alguna derrota. A la mujer se la ve apasionada y al hombre algo tímido para cultivar un acercamiento. Dirigida por Julio López, con asistencia técnica de Asunción Hernández, escenografía y vestuario de Rina Gabe, música de Eduardo Pertusi e iluminación de Mauricio Méndez, la obra recoge las experiencias de los personajes a través de monólogos.

Dramisino confiesa haber cumplido tarde sus deseos, como éste de volcarse totalmente a la actuación. Se inició con el maestro Agustín Alezzo y regresó tiempo después al taller de este director integrando los elencos que se formaban en el estudio, dirigidos algunos por Lizardo Laphitz, actor y docente. “La mía era una doble vida –dice esta actriz de ascendencia calabresa–. Su interés por el teatro nació del entusiasmo de su padre socialista, quien presentaba grupos filodramáticos en giras por las provincias y hasta hizo algún reemplazo.”

Aquella doble vida se debía a su condición de bancaria, que abandonó. Opina que su fuerte es el humor, que disipa tristezas, y la comedia, tan generosa –cuando es buena– en diálogos picados y filosos. Admira los diálogos de las obras de Neil Simon y las ironías de un Oscar Wilde, entre otras aquella de que “en las cosas verdaderamente importantes lo esencial es el estilo y no la sinceridad”. Aun con estas predilecciones, Dramisino se ha destacado en piezas dramáticas, como Espectros, del noruego Henrik Ibsen, donde compuso a una señora Alving atrapada en una sociedad de moral hipócrita, o Visitantes inesperados, de Jacobo Langsner. Participó, entre otras puestas, de Roberto Zucco, Tute cabrero, La importancia de ser Franco, adaptación de La importancia de llamarse Ernesto, dirigida por Hugo Halbrich, y de una pieza breve de Tennessee Williams, incluida en Panoramas olvidados. Allí era la implacable madre de Libre.

El recuerdo del padre “librepensador” le da alas. El fue quien le señaló el teatro, y con tanta intensidad que Dramisino, ocupada en completar una maestría sobre finanzas, dejó todo y comenzó a disfrutar de las obras de Arthur Miller, Federico García Lorca, August Strindberg, Tennessee Williams y muchos más. Este apasionamiento no implica rechazar otros ámbitos, como la televisión y el cine: actuó en cortometrajes, como Pasamontañas, y en las tiras Los Roldán y Criminal. “Me ven y me convocan. No hay tantas actrices de 50 para arriba que se atrevan –apunta–. No sé, a veces pienso que se deben haber cansado. A mí, en cambio, me fascina la tevé. Me gusta estar siempre lista para el combate.”

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