TEATRO › TEATRO > EL AUGE DE LOS MONóLOGOS Y ESPECTáCULOS PARA UNA SOLA VOZ SOBRE EL ESCENARIO
Salen a escena con la misma soledad con la que el matador se enfrenta al toro. Pero en la cartelera de Buenos Aires ya son multitud. Autores, directores e intérpretes analizan las razones –estéticas, económicas– de un fenómeno en alza.
› Por Paula Sabatés
No sólo hay solistas en la música. En el teatro, y en las artes escénicas en general, los artistas que deciden emprender proyectos de manera individual también son cada vez más, empezando por los casos más resonantes, como Eva Perón en la hoguera, con Cristina Banegas, y Nada del amor me produce envidia, con Soledad Silveyra. Pero la magnitud del fenómeno se refleja en la enorme cantidad de espectáculos unipersonales que hay cada temporada en cartel, y también en los numerosos ciclos o festivales que los agrupan. Sin embargo, la reflexión sobre las distintas aristas de esa forma de trabajo aún sigue siendo muy poco explorada. ¿Se trata de una decisión estética o la proliferación de este tipo de obras tiene que ver con un factor económico y de practicidad? ¿Los unipersonales son un género en sí o más bien un formato o una técnica? Para entender éstos y otros interrogantes sobre esta práctica, Página/12 reunió a algunos de los actores, directores y dramaturgos que se encuentran trabajando en un unipersonal.
“El unipersonal es la elección de una manera de contar una historia, ni mejor, ni peor, sólo distinta a la de una obra con más actores”, sentencia Paula de la Cruz, actriz y dramaturga de No sé si quiero, un espectáculo de clown. Para ella se trata de una forma que obliga a profundizar en el universo interior del personaje (o los personajes, porque puede haber más de uno, por más de que haya un solo actor), ya que “surge cuando hay una intensa búsqueda interior por parte del creador por comunicar cosas íntimas y personales”. “Para los que interpretamos espectáculos unipersonales que también escribimos es la posibilidad de transmitir más que nunca lo que deseamos, pudiendo abarcar todo tipo de temáticas”, asegura la actriz.
Para su tocaya Paula Ransenberg, al frente de Para mí sos hermosa, espectáculo que también escribió, el unipersonal también es una necesidad de contar algo muy propio. La actriz asegura que no se trata solamente de actuar o de escribir, sino que también están involucradas otras tareas de la puesta en escena, como pensar un vestuario o una escenografía. “Por supuesto que después eso lo hace la gente que sabe. Pero el primer impulso es pensar y recrear un mundo cercano, construir un juego mínimo”, cuenta, y reflexiona sobre el hecho de que la mayoría de los unipersonales son interpretados por mujeres: “Debe ser que tienen mayor necesidad de expresión”, arriesga.
En general, los artistas coinciden en que el unipersonal no se trata de un género en sí, porque “no crea claves genéricas”, sino que es más bien un formato escénico. “Hay algo que es claro y es que hay uno solo en escena. Pero no creo que sea un género, porque un unipersonal puede ir desde el stand up hasta una tragedia”, explica Mariano Moro, que tiene actualmente cinco espectáculos en cartel, de los cuales tres son interpretados por un solo actor. Ellos son La suplente, Jesucristo y Alfonsina y los hombres, todos escritos y dirigidos por él.
El punto en el que los teatristas más difieren es en el referido al por qué de la existencia de tantos unipersonales. Para Santiago Loza, autor de teatro y cine (acaba de ganar la competencia nacional del Bafici con La paz), la elección de este formato en la mayoría de los casos “responde a restricciones de producción, a imposibilidades de generar obras con grupos, convocar y sostener elencos”. Loza, que tiene en cartel los unipersonales Todo verde y Mabel y acaba de reestrenar su célebre monólogo Nada del amor me produce envidia, ahora protagonizado por Solita Silveyra y dirigido por Alejandro Tantanian, agrega además que este tipo de espectáculos es muy utilizado porque “tiene cierta facilidad de resolución aparente, lo cual es tramposo, porque también puede desnudar cierto vacío, como repeticiones, falta de trabajo o necesidad de lucimiento de tal o cual actor”. Moro y Ransenberg concuerdan con él: el primero alega que “es más fácil acordar ensayos, viajar y quedarse con algún peso” (y agrega como posible hipótesis el ego de actores que quieren lucirse solos en escena) y la actriz señala como posibles causas el hecho de que a un actor no lo llamen para otro trabajo o que las obras que le ofrecen no lo representen.
Para Pablo Maritano, que dirige Ella (unipersonal escrito e interpretado por Felisa Rocha), la decisión de un equipo de trabajo de montar un unipersonal responde, sobre todo, a una decisión estética. “Su condición muchas veces ambigua entre teatro y narrativa pone siempre al unipersonal como la salida lógica inmediata para textos que no fueron pensados inicialmente como teatrales, sean poéticos, narrativos o de otra índole.” Coincide e ilustra esta idea la actriz Ana Padilla, que interpreta Córnea, de Pehuén Gutiérrez, espectáculo que devino en unipersonal “por una decisión netamente estética”. Inclusive, para ella, algunos de los aspectos que hacen de este un formato más económico también ayudan en lo estético. “En nuestro caso, usar un escenario vacío ayudó mucho a la hora de contar la historia”, ejemplifica Padilla, que también es coreógrafa y directora.
Sobre el público de estos espectáculos, los artistas aseguran que no es propio sino el mismo que el de cualquier otra obra teatral. Pero reconocen que sin dudas se vuelve un interlocutor especial –aunque puede pasar que algunos personajes no tengan a éste como destinatario del discurso emitido– porque completa esa esfera íntima. “Se aprende mucho de la comunicación con el público. El es tu compañero, no lo podés abandonar en ningún momento”, apunta Ransenberg, quien cuenta que con el tiempo el actor aprende a “respirar la sala”, a darse cuenta de cómo está la gente y qué hay que hacer para facilitar la comunicación.
Claro que la experiencia no es la misma para quien se enfrenta al público como para quien dirige a ese actor o quien escribió el texto que él pronuncia. Y si bien es frecuente que un mismo artista ocupe dos de esos espacios, o todos, los roles están bien definidos y para cada uno de ellos el unipersonal representa un desafío distinto. Sobre este punto, que define cómo cada uno vive esa “esfera íntima” que representa esta forma de hacer teatro, también dieron su opinión los teatristas.
“Estar sola en el escenario es hermoso y muy divertido, es como una inyección de adrenalina”, asegura Ransenberg, aunque confiesa que cuando a la gente no le gusta mucho lo que ve quiere que la rescate su mamá. Para la actriz, de todos modos, un actor nunca está solo en el escenario: “Siempre está el director, los asistentes, la operadora de luces, la gente del teatro. Porque un unipersonal en realidad es un grupo trabajando para una obra de una persona, aunque al final sea ésta la que tenga que resolver desde el escenario cualquier imprevisto”.
Las actrices cuentan que lo que más les costó a la hora de encarar el trabajo unipersonal fue justamente la falta de compañeros con quienes compartir el escenario. A Padilla, por ejemplo, estar sola le costó mucho en un principio. “Extrañaba al otro, su energía, su voz, su mirada. Extrañaba el dar y recibir”, relata la actriz, que dice haberse acostumbrado de a poco al “vértigo” que significa hacer un espectáculo sola. “Confío más en mí. Aprendí mucho de ser mi propia referencia, de escuchar mi propia voz. Y hoy creo que es un gran aprendizaje por el que todo actor tiene que transitar”, asegura.
“Cuando uno sabe actuar, sabe actuar solo o acompañado. Y cuando encima elige y conoce su realidad, no extraña ni necesita de los otros para poder llevar adelante la acción. Lo importante en ese caso es disfrutar del momento y confiar en el presente”, dice De la Cruz, para quien “no existen actores o actrices de unipersonales, sino aquellos que eligen esa forma para decir lo que quieren decir”.
Las tres coinciden en que, al no tener compañeros sobre el escenario, los actores de un unipersonal se apoyan mucho en los directores, con quienes construyen un vínculo muy estrecho. “Al final de la función, el abrazo es con ellos”, señala De la Cruz.
“La analogía inevitable es la de la relación amorosa”, señala Moro sobre la relación de los directores con el actor. Para él hay un abismo en la forma de trabajo cuando se trata de dirigir a un solo actor o a varios. “Uno accede y opera en la intimidad. Como nunca, el rol del director se acerca al de mi profesión renegada, psicoanalista”, asegura.
Maritano lo vive de manera similar: “Estando habituado a dirigir ópera, el unipersonal me parece un ejercicio de una intimidad casi obscena”, dice el director. Para él, el nivel de descarga del director en el actor es mayor, aunque también opina que las libertades del actor son mayores “porque se trabaja mucho más sobre el actor como objeto que sobre la marcación”. Las claves del trabajo, apunta, son confiar en la material base de ese actor, no intentar cambiarlo y sacarle todo el jugo posible. “Si logro eso, el día del estreno tengo la sensación de estar haciendo participar al público de una unión intima”, concluye.
En varios casos, esa relación estrecha con los actores surge del profundo acercamiento que tienen los directores con el texto a poner en escena. Eso se debe, en gran medida, a que en más de un espectáculo es el mismo autor quien dirige la pieza.
Para Moro, que representa uno de esos casos en el que el director es la misma persona que el dramaturgo, escribir para un solo actor es mucho más difícil que hacerlo para varios. “En una obra siempre tiene que suceder algo y el enfrentamiento entre dos o más ofrece posibilidades múltiples para el que escribe. En cambio, más complicado es hacer que una persona que está sola se transforme a sí misma, entre en conflicto, mute de energía y estado de ánimo”, explica el escritor, que fundó la compañía Los del Verso. Para él, cuando hay dos o más personajes la protagonista es la interrelación, pero cuando es un solo lo central es la conciencia. “Por eso, si el autor explora con tino el universo de la soledad, puede lograr un texto de mayor profundidad. Pero también se puede caer en la nimiedad, la monotonía y la retórica”, advierte.
Para Loza, “escribir para un personaje suele ser como un arrebato, una voz que te arrastra y hace que te entregues a ella, que te dejes conducir hasta el final”. El autor explica que cuando uno descubre la voz de un personaje, comienza a establecer su lógica, sus reglas y su modo de hablar. También hace la distinción con obras donde hay varios personajes, en las que, dice, está más presente la planificación y la necesidad de ser equitativo con todos y no perder a ninguno en el camino.
El autor se cuida de diferenciar unipersonal de monólogo, equivocación recurrente en ciertos ámbitos académicos. “Unipersonal es una definición que agrupa espectáculos en donde hay una sola persona en escena. Es una definición de la puesta. Puede ser un conjunto de poesías dichas por un intérprete, canciones o acciones en silencio, entre otros ejemplos. En el monólogo, desde la escritura, se crea la construcción de una voz, que a su vez puede estar atravesada por otras”, define, y aclara que su búsqueda va por la escritura de estos últimos. “Me interesa crear una voz que pueda provocar permanentemente imágenes en quien mira el espectáculo”, concluye Loza. Y resume así el objetivo que, más allá de cumplir diferente roles, comparten actores, autores y directores a la hora de encarar un unipersonal.
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