TEATRO › LA CASA DE BERNARDA ALBA SEGúN JOSé MARíA MUSCARI
El director, que volvió a convocar a actrices de distintas formaciones, experiencias y generaciones, sale airoso en la recreación de este clásico, en una versión que tiene toques personales, pero conserva la columna vertebral de lo escrito por Federico García Lorca.
› Por Paula Sabatés
Federico García Lorca por José María Muscari. La sola idea es, por lo menos, intrigante. No porque un contemporáneo revise a un clásico ni mucho menos, porque eso es más que común en el teatro actual. Lo atractivo en este caso es que se trata de dos transgresores, de distinta época y lugar, y de una de las obras más apasionantes de todos los tiempos, si no la más: La casa de Bernarda Alba. Como en otras oportunidades, Muscari convocó a actrices de distintas formaciones, experiencias y generaciones para recrear este clásico del dramaturgo español. Su versión tiene toques personales, pero conserva la columna vertebral de lo escrito por Lorca, algo que hubiera sido pecado modificar. El director comprendió eso y salió airoso con la puesta que se puede ver de miércoles a domingo en el Teatro Regina, Santa Fe 1235.
La casa de Bernarda Alba es la historia de nueve mujeres que viven encerradas en la misma casa. La comanda Bernarda (Norma Pons), que al comienzo de la obra acaba de enviudar por segunda vez y que pretende arrastrar a sus hijas a un luto absurdo que no hace más que verlas envejecer solteras e infelices. Ellas son Angustias, Magdalena, Amelia, Martirio y Adela (encarnadas respectivamente por Florencia Raggi, Martina Gusmán, Lucrecia Blanco, Valentina Bassi y Florencia Torrente), a quienes la opresión de su madre lleva a despreciarse entre sí. La cosa se complica cuando Angustias se compromete con Pepe el Romano, un personaje de vital importancia que sin embargo no aparecerá nunca en escena y que mantiene un romance secreto con Adela, la menor. Otros tres personajes serán testigos de esa guerra venidera: La Poncia, criada principal de la casa, encarnada por Andrea Bonelli; la otra criada (sin nombre), en la piel de Mimí Ardú, y María Josefa, la “loca” madre de Bernarda que interpreta Adriana Aizenberg.
El “toque Muscari” en esta obra no tiene que ver (únicamente) con que las hijas de Bernarda usen borcegos y se ataquen con insultos modernos. Tampoco con el hecho de adaptar los textos a un lenguaje actual. En todo caso, eso responde a una necesidad del teatro de Muscari de sacudir al espectador desde un lugar que le es cercano. La real transgresión de su obra se ve en el tratamiento de los personajes, de los que tomó la estructura, pero a los que agregó texto, actitud y profundidad. Se nota en los personajes de Angustias, Magdalena, Amelia y Martirio, que en esta puesta no tienen un papel tan secundario como en la obra original. Pero, sobre todo, en Bernarda Alba y Adela, a quienes llevó tan al extremo que hasta pareciera haberlas igualado.
¿Cómo es esto? Sin dudas, Bernarda es en la puesta de Muscari la figura autoritaria de la familia y Adela, el espíritu joven que lucha contra eso. Pero en la exacerbación de sus cualidades es como si el director hubiera trasladado atributos de una a la otra. La Bernarda de Lorca se muestra inquebrantable durante toda la obra. La de esta puesta, en cambio, por lo menos en dos oportunidades parece dejar de lado a esa mujer absoluta. Una es cuando habla con Martirio sobre su casamiento, donde se muestra empática y hasta la abraza. La otra es en el final, cuando tras la desgracia desencadenada no puede evitar quebrarse. “Con Bernarda hice lo que ninguna otra actriz. La humanicé”, dijo Pons a esta cronista a la salida del teatro. En esa humanización, Bernarda se acerca a Adela, a quien Lorca atribuyó la sensibilidad y la pasión.
Por otro lado, la Adela de Florencia Torrente tiene rasgos propios de una “mini Bernarda”. Si bien la joven lucha contra la opresión de su madre, en el texto de Muscari se nota, más que en el de Lorca, que posee cosas de ella. Esto se evidencia sobre todo en el trato que tiene hacia las criadas. En la obra original hay sólo una escena donde se dirige de forma cruel a La Poncia, que la enfrenta por su comportamiento para con Angustias y Pepe. En esta versión, sin embargo, son muchos más los momentos en la que la joven se muestra despótica para con ellas y muestra aires de superioridad, tal como hace su madre. Claro que abundan los momentos en los que su personaje se separa ideológicamente del resto (sobre todo en la escena en la que todas las mujeres de la casa proponen matar a una vecina que tuvo un hijo de padre desconocido, momento en el cual todas las actrices quedan mirando a público, quietas, excepto Torrente), pero esta intromisión de Muscari es acertada porque demuestra la fuerza de la herencia sanguínea.
Sin lugar a dudas, lo más destacado de la puesta es la brillante actuación de Norma Pons. Hay un antes y un después de su entrada, intensa, imposible de no percibir. Todo en ella es correcto: su voz grave –inclusive su incipiente disfonía–, su caminar, la forma en que su cara queda descubierta gracias al rodete rubio. Todo es presencia escénica y encaja justo con ese personaje que le tocó encarnar. Sobresale en el momento final de la obra, ya mencionado, cuando contrariamente a la Bernarda que escribió Lorca la tragedia logra que se quiebre. Se rompe, pero no en palabras e incluso casi ni en gestos faciales. El quiebre se nota en el cuerpo, que se vuelve marioneta, cuerpo articulado. Los brazos se independizan de su torso, la cabeza también, y cada parte se mueve libremente, como si todo fuera a desarmarse.
El resto de las actuaciones también está bien. Salvo por cierta mecanización en la pronunciación de sus textos, que por momentos declama, la caracterización que Torrente hace de su personaje es acertada. También ella hace un interesante trabajo con el cuerpo, que se nota sobre todo en la forma de caminar y en la posición de los hombros, rígidos, en línea perfecta con el torso. Es la única que tiene ese porte tan seguro además de Bernarda y eso es simbólico, porque ayuda a evidenciar la herencia mencionada. Sus otras hermanas, sobre todo Angustias, encarnada por una solvente Florencia Raggi, presentan otra disposición corporal, que tiene que ver con el lugar que ocupan en la familia y en la casa, aunque las cuatro están bien diferenciadas y cada una aporta un condimento a la puesta. Lo mismo Andrea Bonelli y Mimí Ardú, que configuran dos criadas completas, con la enorme responsabilidad de reflejar cómo es la sociedad que vive afuera de la casa de Bernarda Alba.
Intérpretes: Norma Pons, Andrea Bonelli, Mimí Ardú, Adriana Aizemberg, Florencia Raggi, Lucrecia Blanco, Valentina Bassi, Martina Gusmán y Florencia Torrente.
Vestuario: Renata Schussheim.
Diseño de escenografía: Jorge Ferrari.
Diseño de luces: Gonzalo Córdova.
Producción: Javier Faroni.
Dirección: José María Muscari.
Funciones: Miércoles y jueves a las 20.30, viernes a las 21, sábados 20.30 y 22 y domingos a las 20. Teatro Regina, Santa Fe 1235.
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