TEATRO › SANTIAGO GARRIDO Y EDUARDO MENEGHELLI HABLAN DE EVITA Y EL CHE
El autor y el director de la puesta, que puede verse los sábados en La Ranchería, aseguran que la reconciliación entre las dos miradas que encarnan Eva Perón y el Che Guevara en el campo popular “son una apuesta y un deseo de la obra”.
A priori, Evita y El Che podría imaginarse desde el prejuicio como una puesta previsible, en la que abunda el lugar común. No obstante, la obra sale airosa del prejuicio y ofrece un relato distinto sobre el encuentro ficcional entre la “capitana” y el “comandante”, muy alejado, por fortuna, de la versión musical hollywoodense que ya había intentado reunir a los dos iconos latinoamericanos, pero desde una perspectiva desideologizada. La pieza nacional, en cambio, surge como una contrapropuesta a su antecedente y propone un diálogo entre ambos, posibilitado por la muerte inminente de Fidel Castro, que suscita reproches, temores, arrepentimientos y reconciliaciones. Sus muertes, tempranas y heroicas, los catapultaron al rango universal y absoluto de mito, y ellos lo saben. Su legado se ha convertido, las más de las veces, en un valor de cambio mercantil y ellos también lo saben. Ambos son conscientes del devenir histórico y de su destino, y en algún lugar se encuentran, se reconocen, se rechazan, se abrazan y hasta se seducen.
Evita y el Che. Los mejores sueños son los que se cumplen, dirigida por Eduardo Meneghelli y escrita por Santiago Garrido, habilita el mundo ficcional de un encuentro que nunca se dio. La cita es los sábados a las 21, en el teatro La Ranchería (México 1152), en una sala en penumbras, donde los personajes conversan y el ritmo coloquial de la discusión se impregna de una historia que revela sus miedos y contradicciones. Eva, por momentos, oscila entre lo frívolo y lo plebeyo; coquetea con su pasado artístico, aunque recuerda a sus “grasitas” y se reconoce fanáticamente peronista. El Che, por su parte, reivindica su incursión en tierras caribeñas, pero lamenta no haber vuelto al país del que heredó su apodo. “En la obra uno puede acariciar y querer a los personajes porque no están puestos en un lugar épico, espectacular, como intocables. Están en un aquí y ahora, y para eso la ficción se toma licencias defendibles”, sostiene Meneghelli.
El trabajo dramatúrgico trae a escena un debate vigente, aún no dirimido, como la puja histórica entre las distintas corrientes populares, y potencia el sentido político de su propuesta en su método de realización a través del financiamiento colectivo. “Este es un proyecto de militantes”, asegura Garrido, quien además celebra el teatro off de contenido político: “En el teatro político argentino, en obras como las de Tato Pavlovsky, aparece la voz de los torturadores, la voz del poder, en cambio aquí hablan dos mitos de las luchas populares. La obra propone ideas para debatir, como la problemática de la herencia; se pregunta, entre otras cosas: ¿Cómo se sigue? ¿Quién hereda las ideas? ¿Quién toma las banderas?”.
Del texto participan, como interlocutores invisibles e inconscientes, Perón, John William Cooke, Juan Duarte y Camilo Cienfuegos, entre otros. En uno de los cuadros, Eva se prueba un vestido y dialoga con un tal Paco, quien posiblemente sea su amigo, el diseñador Paco Jaumandreu. Entra en escena otro personaje imperceptible que la enoja y la hace pincharse con un alfiler. Pronto se sabrá que se trata de Pedro Eugenio Aramburu, quien ha venido a implorar redención. Más tarde, el Che se enfrentará a su verdugo Mario Terán, para recordarle que sus balas, lejos de haberlo desaparecido, lo han inmortalizado. Así, entre lo espectral y lo onírico, el hombre y la mujer se encuentran más allá de lo mítico en un intercambio que se ofrece al espectador y lo interpela.
–¿Cómo escapar al lugar común?
Santiago Garrido: –El mayor riesgo de esta puesta era que se convirtiera en dogma y que bajara línea. El desafío era que fuera una obra donde la acción dramática fuera fuerte. Es la división del campo popular la que da lugar al planteo y a la disputa entre estos dos personajes, que se produce por lo que significaron en la historia. El marxismo y el peronismo han estado muy divorciados, y creemos que ha llegado el momento de hacer una nueva síntesis, por eso la premisa debe ser refundir para refundar. En la ficción, Fidel, que agoniza, los convoca para que se unan, para que discutan y se pongan de acuerdo.
Eduardo Meneghelli: –Lo que me atrajo de la obra, cuando fui convocado para dirigirla, es el vínculo emocional que había en el texto y la ausencia de dogmatismo junto a la posibilidad de que la discusión fuera visceral, cara a cara. La disputa que se genera nos lleva a través de la historia, pero no desde un lugar dogmático o historicista. Los personajes se odian, se atraen, se rechazan; en el desencuentro hay un encuentro y es ese vínculo que regala la obra el que posibilita que no se caiga en el lugar común.
–En la obra se desliza una crítica hacia la mercantilización de las figuras del Che y Evita. ¿La industria cultural ganó la batalla?
S. G.: –La pelea contra la industria cultural es diaria y lo mejor que pudimos hacer para dar la pelea es esta obra. La lucha sigue y hay que darla hasta el último día. Lo interesante es que haya tanto teatro off que hace que exista esta batalla contra la industria y podamos abordar un tema político para que los jóvenes se acerquen y discutan.
E. M.: –La industria cultural no ha ganado la batalla, pero la comunicación del arte está prácticamente en sus manos. Por su parte, esta obra plantea la posibilidad de hacer algo con poco costo. Por ejemplo, Litto Nebbia colaboró con nosotros, leyó la obra y compuso la música gratis. Creo que no hay que abandonar los espacios; si hay un espacio donde podés instalarte y proponer algo hay que ocuparlo, porque si no lo ocupan por vos.
–¿Por qué eligieron la posible muerte de Fidel, sobre la que tantas veces se especuló, como disparador dramático del encuentro?
S. G.: –Fidel es el patriarca que quedó en América latina y los movimientos populares lo tienen como referencia ineludible. Me pareció interesante incluirlo a él, y que aun muriéndose siga preocupado por la geopolítica latinoamericana y convoque a estos personajes para que dialoguen. Terminar la obra con sus palabras simboliza el hecho de que la Revolución Cubana sigue siendo un faro para nosotros.
–La obra deja un mensaje esperanzador, de reconciliación. ¿La región está madura para dar ese paso?
S. G.: –La posibilidad está madurando. La reconciliación que plantearon las clases dominantes siempre ha sido entre víctimas y victimarios. Ya es tiempo de que las “víctimas” y las fuerzas populares nos reconciliemos.
E. M.: –La reconciliación es una apuesta y un deseo de la obra. Hoy existe un criterio sudamericano que antes no existía, y creo que este trabajo va a servir para que más de uno se piense como víctima. Si el público puede sentir el vínculo que se da entre el Che y Evita, el acto teatral ya está cumplido.
Informe: Candela Gomes Diez.
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