TEATRO › FLORENCIA GOLDSTEIN Y SU PUESTA DE LAS BOLUDAS
En la pieza de Dalmiro Sáenz, los dos protagonistas mutan en sus roles hasta cubrir tres cada uno, con la particularidad de que en esta puesta lo hacen en escena. “Nos atrajo el mensaje que deja el texto acerca de las clases sociales”, explica la directora.
› Por Paula Sabatés
“Un drama violento, social y amoroso.” Así define Florencia Goldstein a Las boludas, texto dramático que por estos días pone en escena en Espacio Urbano (Acevedo 460). La obra, a menudo catalogada como un policial, pero que es mucho más que eso, fue escrita para dos actores por el dramaturgo y escritor argentino Dalmiro Sáenz y publicada en 1988. En ella, los protagonistas interpretan sucesivamente a un policía y su amante en la actualidad, a una joven judía y su torturador durante la última dictadura militar y a un cazador y una joven muchacha de principios del siglo XX. En mayor o menor grado, las tres parejas ponen al descubierto las dimensiones del poder y la lucha por la supervivencia. La pieza también tuvo su versión cinematográfica en 1993 y una recordada puesta teatral que en 2006 montó Guillermo Asencio.
Esta nueva puesta de la controversial pieza, protagonizada por Iamna Chedi y Alejandro de Gasperi, plantea un espacio despojado en el que sólo hay una gran cama como escenografía. Los actores mutan y se van transformando en el siguiente personaje frente al público y no detrás de escena, detalle que otorga mucha originalidad a la propuesta y una gran calidad a las actuaciones. Lo que marca esos cambios que en principio son sutiles es la iluminación, muy íntima en todo momento y la mayor parte del tiempo planteada en distintos tonos de rojo, color nada inocente cuando de lo que se está hablando es de violencia y de sangre.
Goldstein cuenta a Página/12 que realizó una pequeña adaptación del material, que significó quitar una escena que no le cerraba: “En el texto original hay una escena en la cual el militar cuenta que él también fue torturado. Decidí sacarla, porque no quería justificar a nadie de acción mala. Y porque, al fin y al cabo, lo que importa es su presente, el hecho de que él también estuviese torturando, y no su pasado”, asegura la directora, que para armar su trabajo no se guió por las versiones anteriores de la pieza.
–¿Qué le atrajo de Las boludas?
–Lo que más nos atrajo fue el mensaje que deja el texto acerca de las clases sociales. Con los actores ya sabíamos que queríamos trabajar juntos, así que nos reunimos y empezamos a buscar un material para dos actores. De todas las obras que leímos durante ese proceso, Las boludas era el que dejaba un mensaje más social.
–¿Cree que se trata de uno feminista? Se plantea el dilema de la mujer débil que lucha contra esa posición.
–Creo que no, para mí es una obra que tiene más que ver con toda la sociedad, con el lugar que ocupa cada uno de nosotros dentro de ella. Está representada por una mujer como podría estarlo por un hombre. Tiene que ver con el lugar que ocupa cada uno de nosotros en la sociedad. Además, la obra tiene reservado para la mujer cierto lugar de debilidad, pero a la vez Dalmiro le otorga mucho poder a ella a través de lo sexual. Le otorga un arma que es la seducción.
–Pero se llama Las boludas y no Los boludos.
–Pero Las boludas se refiere a una clase social, la de los sometidos, los débiles. También podría haberse llamado Los boludos, por qué no, porque muchos de ellos también son débiles y entran dentro de este grupo.
–Hay directores con cierta visión del teatro que prefieren matizar la violencia y hacer que lo que se vea en escena sea una metáfora “más agradable” de ella. Usted decidió que toda la fuerza de esa violencia apareciera en la escena. ¿Por qué?
–Al momento de montarla, pensé que si elegíamos esta obra teníamos que ir a fondo con ella y con lo que queríamos mostrar. No tenía sentido hacer todo por la mitad. El texto muestra la dictadura desde adentro y eso es lo que pienso que tenía que mostrar en la puesta. Pero mostrarlo de verdad, sin esquivar nada, porque si no, no hubiera respetado la idea del autor y para eso hubiéramos elegido otra obra. De todos modos, hay una escena de violación que la corté antes de que se termine. Eso fue porque, además de mostrar la realidad, quise generar un pensamiento en el espectador, un pensamiento que le surgiera de la piel. Quería que no llorara durante la escena, que es lo que hubiera pasado si dejaba cinco segundo más de esa violación. Quería que pensara.
–¿Por qué eligió un escenario despojado cuando había más de un elemento que se podría haber incluido teniendo en cuenta las tres historias enmarcadas?
–Porque casi que la pieza me lo pidió. Me pareció que el centro había que ponerlo en las actuaciones y en esa mutación de los personajes que se da visiblemente en escena. Y como todas las relaciones estaban unidas en cierta forma por el sexo, ya sea desde la violación en la tortura o la seducción en los amantes, entonces me pareció que la cama era un buen elemento para ponerlo como único. El resto de las cosas que se ven son sólo decorado y no escenografía, no son funcionales respecto de lo que quiere contar el texto. Y me parece que fue acertado porque hace que no se desvíe la atención de la transformación de los actores que, de hecho, fue lo más interesante de todo el proceso de dirección.
* Las boludas se presentará los próximos dos viernes, a las 21, en Espacio Urbano (Acevedo 460).
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