Mar 04.03.2014
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TEATRO › TALITA BRAGA Y LA OBRA LAS ROSAS EN EL JARDíN DE ZULA

Respuestas sobre el escenario

La actriz brasileña llega con Zula Compañía de Teatro para una única presentación de la obra que toma la historia real de su propia madre. “Lo primero que pensamos fue que si el cine realizaba documentales, el teatro también podía hacerlo”, dice.

› Por María Daniela Yaccar

La realidad suele ser más tétrica y atractiva que la ficción y, entonces, el teatro a veces toma de ella mucho de lo que precisa. Las rosas en el jardín de Zula es una obra inspirada en la historia de Rosângela, la mamá de una de las actrices, la brasileña Talita Braga. Un día Rosângela se fue de su casa, dejando atrás un pasado y tres hijos. Por dos años estuvo vagando por las calles, metida en las drogas y en la prostitución. “Para la construcción del espectáculo le hice una entrevista de tres horas a mi madre. La primera pregunta fue: ‘¿Por qué usted hizo esto?’”, cuenta Braga a Página/12, vía mail, a horas de traer esta obra a Buenos Aires, con Zula Compañía de Teatro.

Ese día no hubo respuesta. Cuando Braga quiso saber el porqué, su madre no supo qué decir. “Entonces, yo no sé, ella no sabe.” La ausencia de una respuesta no impidió que la actriz pensara en este drama de la vida como en un drama teatral, en una crónica para ser contada. A lo mejor intuyó que en el escenario iba a encontrar las razones de su madre. Braga no escatima en palabras que, llamativamente, nada tienen de enojo: “Decidí contar esta historia porque creo que mi madre rompe con los patrones sociales establecidos para la mujer. Y me llama mucho la atención el coraje, el espíritu de superación, el hecho de que ella haya sido capaz de llegar al fondo de un pozo, intentando encontrar un sentido para su vida. Luego consiguió volver para reconstruir lo que había dejado atrás. Siento que todo esto tiene relación con el amor”.

Zula Compañía de Teatro llega desde Belo Horizonte para ofrecer una única función, mañana a las 21, en El Extranjero (Valentín Gómez 3378), que culminará con una charla-debate. Las actrices son Braga y Andréia Quaresma. Las dirige Cida Falabella. La compañía nació en 2010 del deseo de las actrices de indagar en el teatro documental. Las rosas en el jardín de Zula, que es su ópera prima, ha sido reconocida en distintos festivales. Recibió el premio más importante que se otorga al teatro en Brasil, el Myriam Muniz, en 2013. “Fuimos creando nuestro propio lenguaje. Lo primero que pensamos fue que si el cine realizaba documentales, el teatro también podía hacerlo”, repasa la actriz.

Entre las influencias que marcaron al grupo, Braga menciona una argentina: Vivi Tellas. “Es una referencia mundial sobre el tema”, destaca. La compañía –que se completa con Cristiano Araújo y André Veloso– visitará Buenos Aires para realizar un taller sobre biodrama con la directora argentina. Y aprovechará el viaje para dar a conocer este trabajo. La obra no necesita de subtitulado: las actrices estudiaron castellano especialmente para esta ocasión, con el fin de llegar al corazón del público argentino.

–¿Cuánto de realidad y cuánto de ficción tiene la obra?

–Todo lo que pasa en este espectáculo está basado en hechos reales, pero, al tiempo, todo lo que está en el escenario es ficción, pues se trata de una representación, resignificación y reflexión de la realidad.

–¿Qué nos dice esta historia sobre las mujeres de la actualidad?

–No encaramos un abordaje feminista, aunque sí femenino. Contesto esta pregunta con un testimonio que una mujer nos cedió después de una de las presentaciones: “¿Cuántas mujeres tuvieron que sofocar sus deseos? O sus urgencias, sus anhelos, sus necesidades, porque no cabían en la escena femenina. Es muy tenue la línea que separa la cordura de la locura. Nos deja en aquella ansiedad, en aquella expectativa de qué pasará en mi vida, que sucederá mañana. Sin embargo, nos contenemos. La mayoría de las mujeres se contiene y acepta una condición muy pequeña de humanidad. Una condición, una existencia sin muchas emociones, digámoslo así”.

–¿Cómo es la puesta a nivel estético?

–Trabajamos la estética documental. El pasado y el presente se alternan en un juego de espejos que algunas veces se rompe, dando voz a las actrices. La dramaturgia, construida de manera colectiva, recorta el material grabado en video, y sus fragmentos reflejan la búsqueda de una mujer por la vida y por su identidad. Las proyecciones de las imágenes usadas durante la actuación huyen del lugar común, buscando objetos cotidianos presentes en el escenario. La banda sonora, con canciones consideradas “grasas”, otorga el contrapunto dramático al tono narrativo de la propuesta.

–Luego de la obra habrá un debate. ¿Suelen generar charlas siempre que la presentan?

–Siempre que es posible hacemos debates, porque contribuyen a nuestra investigación. Queremos saber cómo la obra afecta al público. También recogemos opiniones del público en video al final de todas las presentaciones. Estas opiniones son usadas en el espectáculo. Es una forma de traer otro punto de vista de la obra, una mirada de la sociedad y del público común. La respuesta que recibimos es muy positiva. Nos dicen que es un trabajo sensible, transformador, que cuestiona valores, tabúes y prejuicios. Además de eso, lleva a cada uno de los espectadores a pensar en su propia historia de vida.

–¿Por qué la obra se llama así?

–Es una referencia a la ascendencia, a los ciclos de la vida. Zula es mi abuela, madre de mi madre. Ella murió cuando mi madre tenía un año y ocho meses. Su ausencia en la vida de mi madre forma parte de esta historia.

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