TEATRO › ZONA DE HUMO, OBRA TEATRAL DE VERóNICA MC LOUGHLIN
La difícil convivencia de dos presos en una celda va derivando en una relación cómplice, en definitiva un antídoto contra el olvido. “De mis obras ésta es la que tiene una mayor connotación social y es también la más oscura”, dice la autora, a cargo de la dirección.
› Por Cecilia Hopkins
En Zona de humo, obra de Verónica Mc Loughlin, un hombre joven llega a la celda que hace tiempo ocupa otro recluso. A pesar del cigarrillo que le ofrece al recién llegado, el preso más antiguo deja en claro cuáles serán las reglas que deberá observar el joven que espera su traslado de un momento a otro. Pero con los días, esta convivencia silenciosa va tomando un singular relieve para ambos, una extraña amistad que solamente se ve entorpecida por el pendenciero guardiacárcel que entra y sale del lugar. Así, el encierro de estos personajes de los cuales se desconoce el motivo, va dejando paso a una relación cómplice que termina siendo un antídoto para el olvido y un conjuro contra la confusión. Las actuaciones están a cargo de Marcelo Bertuccio, Emiliano Pandelo y Gabriel Urbani, en tanto que la dirección es de la autora.
También actriz y docente de teatro, ésta es la tercera obra que Mc Loughlin estrena bajo su propia dirección. Formada como autora en los talleres de dramaturgia del mismo Bertuccio, las anteriores Voto de silencio y La boticaria también fueron asumiendo su forma final en ese ámbito de reflexión autoral que, como ella misma define en la entrevista con Página/12, “es un espacio vivo donde se leen los materiales ya escritos, se cuestionan y se destraban sus problemas”. Según relata, Zona de humo fue encontrando su perfil dramático a partir de dos experiencias, una de ellas ligada a un ámbito de encierro. Así, la visita a un neuropsiquiátrco le hizo pensar que su reja de acceso era un límite que dejaba en suspenso la determinación de si la locura estaba de uno u otro lado. La otra experiencia inspiradora ocurrió al tomar conocimiento de los efectos que puede causar un herpes cerebral, esto es, el vaciamiento total de la memoria.
–Sí, los dos presos se conocen fumando. El humo también le da un clima nublado al universo de la obra. Porque de esa nebulosa se vuelve a la claridad pero para volverse a nublar.
–Zona de humo muestra una prisión que tiene unas reglas muy particulares, porque en algo se parece a un hospital. No se sabe si hay más presos además de los dos que se ven ni si hay más guardias que el que los atiende. Es un lugar de espera hacia otro destino. Como si fuera un purgatorio. Cuando el chico llega sabe que va a ser trasladado.
–Sí, es cierto. No es por tener una experiencia cercana, pero a mí el mundo de los ‘70 me atraviesa. Y aunque no lo busqué conscientemente, esta obra es la que tiene una mayor connotación social y es también la más oscura.
–En general, escribo sobre estados de soledad y silencio. Mis obras tienen personajes profundamente solitarios a quienes otros tal vez consigan moverlos de ese lugar, aunque sólo momentáneamente. Y siempre está presente el tema del amor.
–Sí, porque en ese lugar inhóspito y hostil, también se da un encuentro amoroso y hay mucho agradecimiento en los personajes.
–La coyuntura atraviesa siempre la lectura de un espectáculo. Así que es posible que eso pase. En lo personal yo siempre me pongo del lado del más débil. No creo que la seguridad sea que no te roben cuando salís a la calle. Que haya más policías o más gente encerrada no es sinónimo de seguridad. La cárcel no es una manera de resolver el problema, sino todo lo que tenga que ver con la contención social. La verdad es que la palabra seguridad me da miedo y todo lo que genera el miedo motoriza sentimientos o acciones que no están buenas.
* Zona de humo va los viernes a las 21 en Teatro del Pueblo, Roque Sáenz Peña 943.
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