Sáb 03.05.2014
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TEATRO › ROBERT STURUA PRESENTA SU VERSION DE EL LUTO LE SIENTA A ELECTRA, DE EUGENE O’NEILL

“Mi Electra descubre la malicia”

El gran director georgiano regresa al Teatro San Martín con una visión particular de la tragedia escrita por el autor estadounidense: “Esta puesta es una tragicomedia, pero las motivaciones de los personajes no cambian”, dice Sturua.

› Por Hilda Cabrera

Reiterar una propuesta o volver sobre un mismo tema no está en la mente del director georgiano Robert Sturua. Lo señala él mismo en este nuevo regreso a Buenos Aires con su versión de El luto le sienta a Electra (Mourning Becomes Electra), obra del estadounidense Eugene O’Neill, estrenada en 1931 en Nueva York y llevada al cine y a la ópera. “Repetir me aburre”, sostiene, cuando se le pregunta si presentó este trabajo en su país o en alguno de los países que lo convocan. “Todas las puestas que hice en Argentina fueron estrenos”, dice, terminante, traducido del ruso por su asistente artística Natalia Kovaleva. Sturua se refiere a sus montajes con elencos locales, el primero, Madre coraje, de Bertolt Brecht, en 1989, con adaptación propia y de Roberto “Tito” Cossa, en el Teatro Nacional Cervantes. Dos años antes había conquistado a los artistas y al público por su creatividad formal y conceptual al traer en gira con el Teatro Rustaveli de Georgia, Ricardo III, de William Shakespeare, y El círculo de tiza caucasiano, de Brecht. Visita que afianzó en 1990, junto al Teatro Vajtangov de Moscú, ofreciendo La paz de Brest, de Mijail Shatrov, y programando seminarios. Atrapó con la inserción de pasajes lírico-festivos, tanto en algunas de las piezas de Brecht como en las de Shakespeare, aspecto que en Shylock (El mercader de Venecia), vista en 1999 con elenco local en el Teatro San Martín, no pasó desapercibido, tratándose de una obra donde es central el tema del racismo. Esta pieza de Shakespeare, con diferente puesta, fue estrenada por Sturua en Moscú y con el Rustaveli, en Tbilisi, donde nació en 1938.

“Las adaptaciones no deben destruir el tejido original de la obra”, puntualiza este director que siguió ofreciendo obras en Buenos Aires: Las visiones de Simone Machard, de Brecht, en 1997 (con dramaturgia propia y de Patricia Zangaro), y en 2005, La resistible ascensión de Arturo Ui, donde quedaban enunciadas la discriminación y el deseo irrefrenable de apropiarse del poder. Ahora lo inspira una obra de Eugene O’Neill (Nueva York 1888–Boston 1953), quien adoptó técnicas de la tragedia clásica (el tríptico de Esquilo y los conflictos de la Electra de Sófocles) y ambientó su historia en el sur de Estados Unidos, al final de la Guerra Civil o Guerra de Secesión (1861-1865). En la propuesta de Sturua el tiempo y el lugar son otros, así como la estética y el humor, de diferente cariz pero presente en Shylock y La resistible...: “Los personajes de la tragedia griega no son los de O’Neill ni los nuestros. Aquellos eran los héroes de la Guerra de Troya, personajes míticos. Nuestra puesta es una tragicomedia, y las crueldades y los crímenes que se producen están expuestos desde ese lugar”, sostiene el director.

–¿Eso hace al crimen más revulsivo?

–En Arturo Ui, Brecht describe a sus personajes de manera sarcástica, y nos provoca cuando traslada a la ciudad de Chicago aspectos de la situación que se vivía en la Alemania nazi. Introduce comicidad en las decisiones del mafioso Ui (representación de Hitler) y las convierte en algo más horrible. Con este tratamiento, la comicidad no es lo que se piensa. Es repulsiva.

–Siguiendo en esa línea, ¿cuál es la reacción ante lo abominable?

–O’Neill, un gran autor, escribió la obra a comienzos de los años ‘30 sobre una historia que transcurrió mucho tiempo atrás. Su mirada es irónica, pero más trágica que la nuestra. Sus personajes cumplen un destino trágico. A veces, en algunas obras, es mejor atender al deseo del director y no tanto al expresado por el autor. Mi idea sobre esta puesta surgió después de leer algunas críticas sobre El luto..., donde, tanto los críticos como los investigadores del teatro decían que los mejores momentos, los excelentes, eran los que provocaban risa.

–¿O sea, las escenas que muestran lo peor del humano?

–Las que no lo idealizan. Tampoco yo idealizo. Puede que no haya ironía ni humor en un texto donde los personajes y las situaciones son detestables, pero la forma en que se los presenta produce risa.

–¿Persiste el elemento psicológico en su adaptación de El luto...?

–Es obligatorio. Esta puesta es una tragicomedia, pero las motivaciones de los personajes no cambian. La psicología no estaba tan de moda en la época de O’Neill. No era como la experimentamos nosotros. Pero O’Neill conocía las teorías de Freud y de Carl Jung y creó a sus personajes partiendo de algunas de esas teorías. Cuando O’Neill escribe El luto... no había finalizado la Segunda Guerra Mundial ni se tenía tanta conciencia de los horrores que seguiría sufriendo la humanidad. Por eso, algunas situaciones de su obra pueden parecer inocentes, sobre todo después de darse a conocer tantos crímenes. Los nazis mataron a cinco millones de judíos durante la Segunda Guerra...

–¿Qué diría del personaje de Electra?

–En mi representación, Electra (Lavinia, en O’Neill) comienza siendo una jovencita que no sabe nada de la vida. Su descubrimiento es la malicia. Enamorada del amante de su madre busca vengarse, y no solamente por el asesinato de su padre sino por su amor, y por creer que su madre la traicionó. Así está escrito en la obra de O’Neill. En la adaptación que hicimos con Patricia Zangaro, eliminamos el tiempo y también los nombres. Dejamos solamente el apellido de la familia, Mannon, y a los personajes los denominamos por el parentesco o la amistad: madre, hija, hijo, amigo...

–¿Cómo se siente en este regreso a la Argentina?

–No camino tanto por la ciudad, como lo hacía antes. Tengo más años, estoy maduro, pero acá me siento fabulosamente.

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