TEATRO › LEONOR MANSO, EN LA PIEL DE CHRISTINE, LA MADRE DE ELECTRA
“Creo que el personaje del hijo soldado que regresa al hogar va a impactar”, dice la actriz sobre El luto le sienta a Electra. “Las guerras del mundo son distintas, pero todas significan muerte. Es responsabilidad nuestra impedirlas.”
› Por Hilda Cabrera
Trabajar con el director georgiano Robert Sturua es para la actriz Leonor Manso “una experiencia vital”. En El luto le sienta a Electra compone a la madre, la Clitemnestra de la tragedia griega y la Christine de Eugene O’Neill, autor que “pone en evidencia mecanismos que hoy están internalizados y pertenecen a la cultura general; términos freudianos y formas de manipulación que se practican a diario dentro y fuera de una familia y que por momentos causan gracia”, apunta Manso. En cuanto a los planteos del autor, la actriz opina que Sturua no los desvirtúa. “Todo lo contrario –dice–, los acentúa, y un ejemplo es el tema de la guerra. O’Neill sitúa la obra al final de la Guerra Civil estadounidense y Sturua al final de una guerra, de cualquier guerra. El personaje del hijo (Orin, en O’Neill, y Orestes en los clásicos griegos) es el soldado que regresa al hogar, el hijo que –más allá de la historia que cuenta el autor– puede ser el soldado que luchó en Malvinas y ha vuelto a su casa. El joven que llega con la cabeza trastornada por lo que ha pasado, el que necesita hablar de la muerte pero no tiene quién lo escuche.” La actriz supo asistir a las primeras reuniones de los ex combatientes: “Se reunían entre ellos, porque ni la propia familia los dejaba hablar. Ese es uno de los rasgos de la obra que más me sensibiliza y me hace reflexionar. Debemos asumir que tuvimos una guerra, un genocidio y una devastación de las estructuras éticas y morales, porque, aunque nosotros no hayamos matado, una parte de nuestra comunidad ha cometido crímenes atroces, y eso perdura en nosotros”.
–No era sencillo oponerse. La gente confiaba en que las islas serían recuperadas...
–Es cierto, y al que se manifestaba en contra de la guerra se lo calificaba de “antipatria”, término que, lamentablemente, perdura entre nosotros. Pero ¿quiénes se hicieron cargo de tanto dolor? Sturua conocía la historia de Malvinas, y le conté más. Creo que el personaje del hijo soldado que regresa al hogar va a impactar, porque todavía hoy los ex combatientes se suicidan. Las guerras del mundo son distintas, pero todas significan muerte. Es responsabilidad nuestra impedirlas.
–¿La intención es entonces poner el foco en temas que involucran a todos?
–Para mí, eso es lo que hace Sturua, y también O’Neill en su época. Mi personaje no siente culpa. Cuando decide el asesinato de su esposo (Erza, para O’Neill, y Agamenón en los griegos), su preocupación es cómo hacerlo para no caer en prisión. Pasa también hoy. Se desconoce el sentimiento de culpa. Esto me impresiona, y está en la obra. En la historia que cuenta O’Neill, la Guerra Civil estaba llegando a su fin cuando asesinaron al presidente Abraham Lincoln. Ese crimen arrasó con la cultura del “no matarás” y de la convivencia.
–¿Qué es lo característico en su personaje?
–Esta madre pasa de una situación a otra sin pautas morales y sin hacerse preguntas. Actúa según las circunstancias, como hacemos muchos en la vida cuando pasamos de una situación dramática a otra, en la que, de pronto, reímos. A través del teatro, Sturua nos revela este comportamiento. Sabe ver dónde está el absurdo. Tiene una gran libertad de pensamiento y claridad para observar cada escena y cambiarla si lo cree necesario. Al comienzo, podemos no comprender hacia dónde va, pero al transitar el camino que elige, descubrimos que ése es el verdadero.
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