Mar 13.05.2014
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TEATRO › ARIEL BARCHILóN ESTRENA EN EL TEATRO NACIONAL CERVANTES CARTAS DE LA AUSENTE

“La ilusión es más fuerte que la realidad”

El dramaturgo desarrolló una obra en la que los ausentes adquieren presencia a través del diálogo de dos actores, Daniel Fanego y Vando Villamil. Barchilón sostiene que este espectáculo “no es sobre el amor, sino sobre la ilusión del amor”.

› Por Hilda Cabrera

“La escritura es, originalmente, el lenguaje del ausente.” El dramaturgo Ariel Barchilón toma esta frase de Sigmund Freud para iniciar su texto y desarrollar una obra donde los ausentes adquieren presencia a través del diálogo de dos actores, uno componiendo a Doña Elvirita y otro a Rufino, en Cartas de la ausente, pieza que se estrena el sábado 17, en el Teatro Nacional Cervantes, con actuaciones de Daniel Fanego y Vando Villamil y dirección de Mónica Viñao.

En la trayectoria de Barchilón se encuentran obras que se destacan por la agilidad de los diálogos y el proceso de síntesis. Creaciones de diferente enfoque y tema, como Los impunes, de 1997, que dirigió Lorenzo Quinteros en El Doble, dedicada a la memoria de Rodolfo Walsh y Haroldo Conti; El que borra los nombres, ofrecida en el ciclo Teatro por la Identidad 2001; Oratorio por un país en sombras (2002), Ya no está de moda tener ilusiones (2002), Ojo sin párpado en el cielo (2005) y, entre otras, Paisaje después de la batalla (2009). Cartas... evidencia el afán por escapar de la soledad y descubrir la bonanza que se le atribuye al enamoramiento. Para el autor, esta pieza “es un remanso” en su escritura, y, sin duda, un misterio para el espectador al momento de querer dilucidar quién es quién en la situación planteada. Porque ¿cuál es el personaje presente y cuál el ausente? El autor no lo dice. Sencillamente, ubica al espectador de esta obra en Villa Ortúzar, en los años ’30, cuando fascinaba recibir o enviar cartas de amor manuscritas, poderosas en el pasado y tal vez hoy, si se pretende actuar a contramano de la tecnología. “Cartas que en esta época han sido sustituidas por el mail o el chat, productos de una realidad virtual que nos demuestran que la ilusión es más fuerte que la realidad, porque las personas siguen enamoradas de las palabras”, opina Barchilón.

–¿Se refiere a la ilusión como engaño, a la urgencia de inventarse otra vida?

–Al autoengaño que aparece sin que uno se lo proponga.

–¿Cartas... responde a esa compulsión?

–No concibo una obra de antemano. Esta partió de una imagen, la de una mujer mayor que le muestra una hamaca mecedora a un hombre. La luz del atardecer cae sobre la hamaca y la casa en que se encuentran, antigua, como la de una de mis abuelas. En esa imagen hay un patio de naranjos y el hombre y la mujer hablan de una persona muerta.

–¿Es una casa de provincia?

–Soy sanjuanino, pero la casa real de mi abuela está en Mendoza y no tiene naranjos. Ella murió cuando yo tenía ocho años. No he vuelto allí, pero el lugar quedó en mi memoria, deformándose, como sucede con los recuerdos cargados de afectos que a veces convierto en ficción.

–¿Hablar de los que no están es devolverles el cuerpo?

–Cuando uno conecta con sus personajes, cuando los ‘escucha’, les da entidad también con el lenguaje, que en esta obra es el de los años ’30. Me interesa mucho el lenguaje y el teatro de esos años. Soy un gran lector del teatro de todas las épocas, y me entusiasman el sainete y el grotesco. Escribí sobre distintos momentos de nuestra historia sin que mis obras sean necesariamente históricas.

–¿Paisaje después de la batalla, por ejemplo?

–Esa es una ficción histórica. A diferencia del personaje, que no es real, el contexto y la ambientación son reales. Es difícil para mí escribir sobre personajes de la historia mayúscula, como San Martín o Sarmiento. A menos que lo haga en chiste, me resulta acartonado. Nuestra historia es muy rica, despierta nuestra imaginación, y me sentiría muy condicionado escribiendo sobre esos grandes personajes.

–¿El que borra los nombres no está condicionada por la memoria de la dictadura?

–La había escrito varios años antes de presentarla al concurso de Teatro por la Identidad. Había ganado un premio con esa obra, para mí, importante. Hice varios trabajos sobre la dictadura, por eso también Cartas... es un respiro. El tema es la ilusión del amor, que es el enamoramiento, la fantasía... El amor es diferente. Es un sentimiento complejo. En el amor se lucha, surgen dificultades, decepciones... Elvirita y Rufino (un ex guapo de comité de los años ’30 que cumplió condena en el penal de Ushuaia) viven profundamente su soledad, y no es el amor sino la ilusión del amor la que los redime y saca adelante. El es un ex presidiario y ella una mujer que en su soledad ha creado las palabras del amor escribiendo sus cartas a un preso. La soledad está en la base de la condición humana.

–¿Por aquello de que nacemos y morimos solos, aunque alguien nos asista?

–Así es, y hoy lo vemos en nuestra manera de relacionarnos. ¿Acaso no se dan situaciones en las que sentimos más cerca aquello que está físicamente lejos? Esa ilusión que nos proporciona la tecnología es la distancia. La distancia sirve a la ilusión del amor a través de la palabra, la gran constructora. Elvirita y Rufino están borrachos de palabras de amor, esas que intercambiaban en las cartas. Ahora tendrán que confrontar con otra realidad, con la realidad de los cuerpos.

–¿Por eso cita a Freud?

–Sí, porque la palabra escrita es el lenguaje del otro, que no soy yo. Justamente, el “milagro” del amor es el que hace de dos, uno. Pero, como dije antes, esta obra no es sobre el amor, sino sobre la ilusión del amor. Tal vez ha sido así en todas las épocas, pero hoy, más que nunca, vemos que tiene más rating el enamoramiento que el amor, que es más duro y difícil de llevar adelante.

–¿Esta puesta es una adaptación? Pregunto porque Elvirita es interpretada por un actor.

–Ese cambio fue idea de Fanego y la directora, y creo que el resultado ha sido estupendo. Es un actor que representa a una mujer, pero no “un actor que hace de mujer”. Lo relaciono con ese teatro japonés en el que los varones representan papeles femeninos y con el papel que, siempre dentro del teatro, ocupa el oficiante. Pienso que este cambio potencia la ilusión del amor y de la feminidad, la relación entre realidad e irrealidad que abarca a Doña Elvirita y Rufino y a los ausentes Luli y el anarquista español que ha estado preso en Ushuaia.

–Es un lugar común señalar al espectador que cada escena es teatro. ¿Esa es también su propuesta?

–Esa tendencia tuvo gran importancia en el teatro de Luigi Pirandello, Bertolt Brecht y otros dramaturgos. En Cartas... no es así. Mi intención es que los espectadores entren en la ilusión que van creando los actores. Es cierto que para lograrlo se necesitan grandes intérpretes, como Fanego y Villamil, y una dirección como la de Mónica Viñao, de una estilizada sobriedad. La obra tiene la estructura de las cajas chinas (donde la historia se va conformando a través de lo que cuentan los personajes), porque ¿a quiénes conocen Elvirita y Rufino después de esa correspondencia de años? Esta es también la fuerza que tiene el teatro cuando se trabaja con personajes presentes, los que interpretan los actores, y los referidos, o sea los ausentes. En esas situaciones se producen emociones genuinas.

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