TEATRO › ALFREDO ZEMMA Y LA HISTORIA DE “LAZARO MORALES (PASTOR)”
En la obra que se estrena hoy en el Club del Bufón, el actor, director y dramaturgo toma a un ex traficante de drogas para reflexionar sobre las formas de manipulación a través de la fe.
› Por Hilda Cabrera
¿Qué pasa cuando un ex dealer autóctono quiere ser un triunfador? Intenta explorar otra veta. Porque eso de caer cada tanto en la cárcel por vender droga no es negocio. Existe otro más prestigioso y seguro: manipular la credulidad ajena. Con el título de Lázaro Morales (pastor), el actor, director y dramaturgo Alfredo Zemma muestra que esto es posible. La inspiración surge del entorno, aun cuando no todos los pastores que desde hace veinte años ocupan escenarios en la Argentina acreditan un pasado semejante al del protagonista de esta obra que se estrena en Club del Bufón (ver aparte). A otros se les descubre oficios convencionales, como al famoso Pastor Giménez, artífice de la Iglesia del Millón de Almas y uno de los guías que inspiró a Zemma. Un punto en común en estos oficiantes es la condición de pecadores redimidos que –como apunta el actor– favorece el acercamiento con los pecadores anónimos. Ese sinceramiento les permite establecer un vínculo fluido con el rebaño y “los despega del dios que en algún momento los iluminó y con el que mantienen teléfono directo”.
–¿A qué atribuye el sometimiento de los fieles?
–Los humanos buscamos una respuesta sobre el más allá. Algunos expresan este deseo abiertamente y otros se lo guardan. Quién no se pregunta sobre el propio futuro, el de sus hijos y del mundo en general. Nos angustia la falta de respuestas. Y si acaso creemos encontrarlas, somos capaces de cualquier cosa por sostenerlas. ¿No se mata en nombre de un dios o de algo considerado superior? Esta gente dice lo que esos otros quieren escuchar. Es inteligente.
–Digamos, pícara.
–Está bien, pícara, como la picardía de los políticos. A éstos se les nota que están mintiendo, pero la gente igual los vota y siguen.
–¿Falta cultura o información?
–Hasta la impostura más burda arrastra voluntades. Estos personajes aparecen en los programas de radio y televisión, y es evidente que esas apariciones son montadas, pero por alguna razón negamos tanta farsa. En las iglesias de estos pastores las situaciones son todavía más crudas. Suceden cosas sorprendentes: la gente patea fuerte el piso gritando: “¡Muera Satanás!”. Cuesta entender cómo se llega a ese estado.
–¿Por miedo, quizá?
–Insisto en el deseo de querer ser salvado de algo que a veces no se sabe qué es. Y se da tanto en un país pobre en cultura como en el más avanzado. Es probable que allí donde el nivel de educación es alto disminuya la influencia de los pastores de almas. En nuestro país se ha alcanzado un grado de delincuencia que asombra. Toda esta parodia genera dinero, pero, curiosamente, no existen medidas legales para combatir tanta mentira. Claro, cómo va a ser castigado un profeta, alguien que afirma tener diálogo con Dios. Yo soy agnóstico y respeto a los que creen, pero no puedo dejar de asombrarme frente a esta multiplicación de embaucadores.
–Pero este Lázaro ambiciona algo más...
–No quise que la obra quedara sólo en el tema de la manipulación. Hay todo un cuento sobre la vida en la cárcel. Estando preso, soñó con un bibliotecario ciego que, no tan casualmente, había leído todos los libros. Ese personaje lo coloca simbólicamente en la cima de una montaña y lo convierte en ganador, especie de Julio César, Al Capone y otras figuras de la historia universal. La transformación se da a través de una escena que se parece a la del viejo actor judío que da lecciones de actuación a Hitler en La resistible ascensión de Arturo Ui, de Bertolt Brecht. Morales adquiere status de pastor. A diferencia del Arturo de Brecht, no pronuncia el discurso de Marco Antonio (tomado de William Shakespeare) sino el Sermón de la Montaña que comienza con las ocho Bienaventuranzas y es uno de los pasajes más conocidos de la Biblia. A partir de ese momento, Aguja Gómez –como le llamaban en su vida anterior– pasa a ser Lázaro, y su mujer, una prostituta, la Hermana Magdalena. Y hay más historias: esta pareja compra un cine, Splendor, como el que aparece en la película de Ettore Scola, y se encuentra con Don Marcelo, inspirado en Marcello Mastroianni, que hacía de propietario de esa sala.
–Un delirio...
–Sacado de mi cabeza. No puedo impedir parodiar estas obsesiones, ni que la devota de un triángulo amoroso sea un ángel caído con algunos rasgos de la Carlota Corday de Marat/Sade, de Peter Weiss. Una Carlota alienada como la que ideó Peter Brook para su puesta. Esta Carlota/Magdalena se cree un arcángel justiciero. Ella debe destruir al demonio que se ha metido en el cuerpo del pastor. Pero esta historia no es una construcción del protagonista sino del bibliotecario ciego que va armando una obra de teatro.
–Pero a ese escritor ciego no le interesaba el teatro...
–No, pero sabía engañar con citas apócrifas y crear personajes como Lázaro, expertos en el manejo perverso de la esperanza.
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