TEATRO › JORGE MARRALE Y JORGE SUAREZ PROTAGONIZAN EL CREDITO
Los actores sostienen que la obra de Jordi Galcerán despliega una crítica al sistema y a quienes hostigan al que necesita ayuda.
¿Cómo acceder a un crédito bancario? ¿Hay o no crédito barato? ¿Exigen el ADN? El personaje Antonio de la obra El crédito, del catalán Jordi Galcerán, debe enfrentarse a un muro: el director de una sucursal bancaria que no afloja ante la solicitud de un Antonio que no ofrece garantías porque no presenta avales ni es dueño de propiedades. Su único título y aval es la promesa de cumplir con el pago. El hombre insiste y argumenta una necesidad real y urgente. Lo que sucede durante la arremetida de uno y la negativa del otro es eje de un texto confiado a la destreza de los actores Jorge Marrale y Jorge Suárez, quienes, conducidos por el dramaturgo y actor Daniel Veronese, estrenaron esta pieza en El Picadero (Pasaje Enrique Santos Discépolo 1857). El diálogo rápido, implacable en algunos tramos, sacude el ánimo y las defensas de unos personajes que, por elocuentes, exigen a los protagonistas “buena memoria y trabajo activo”, como apuntan los premiados Marrale y Suárez en esta entrevista. El crédito es la figura símbolo en el vaivén de un diálogo que abunda en imprevistos. Intérprete de cine, TV y teatro, Marrale viene de finalizar las funciones de Los elegidos, obra de la estadounidense Theresa Rebeck (que dirigió Veronese), donde compuso al profesor Víctor en una oposición entre maestro y alumno equiparable a la conflictiva de un padre con su hijo; y Suárez ha dejado atrás su protagonismo en Manzi, la vida en orsai, espectáculo musical sobre el poeta del tango Homero Manzi, creación de Betty Gambartes, Bernardo Carey y Diego Vila. Sintetizando aspectos de El crédito, uno y otro opinan que Galcerán (autor de Palabras encadenadas, Gaudí y El método Grönholm) despliega una crítica al sistema y a quienes hostigan al que necesita y pide un refuerzo para salir de un aprieto económico. Está claro que la visión del autor no es la de un economista o financista, sino la de un observador de las relaciones interpersonales, inclinación que Galcerán subraya con sus estudios de filología. Suárez destaca a su vez “la neurosis” que se apodera de quien pide un crédito y de quien lo niega y las circunstancias en las que “uno puede ser araña y mosca a la vez”.
–¿Pedir en este caso es humillarse?
Jorge Suárez: –No tanto como humillarse, pero es duro pedir. Los espectadores que hayan pasado por una situación parecida se van a sentir identificados.
Jorge Marrale: –La reacción depende de la personalidad y de la fragilidad de cada uno. A veces avanzamos creídos de que nos encontramos en una posición segura sin advertir que nos hallamos en un tembladeral. Esto le pasa a mi personaje. Unos más que otros admitimos ser vulnerables. En la obra, el descubrimiento de la propia debilidad es bastante brutal. Antonio, el que va en busca del crédito, aprende a modificar la relación de fuerzas que le plantea su petición, y de hombre cazado pasa a ser cazador. La acción cambia por su actitud y por lo que pueda llegarles desde afuera, por ejemplo, una llamada telefónica que va a interrumpir el diálogo. Cuando lo retoman, la escena tiene otro clima, en general, jocoso.
J. S.: –Es difícil encontrar una comedia que reúna momentos gratos en los que podamos reír y al mismo tiempo reflexionar críticamente sobre una realidad que nos toca a todos. Son más frecuentes las comedias sobre situaciones superficiales o decididamente pavotas. En nuestra opinión, esta última obra de Galcerán combina aspectos cómicos con una lectura interesante de lo que viene sucediendo a nivel económico y social.
–¿Dirían que se trata de hallar comicidad en el desamparo?
J. M.: –El desamparo es una constante de nuestro tiempo. Cuando se atraviesan momentos difíciles, personales o sociales, el vínculo solidario se debilita o directamente se pierde, salvo que uno haga el esfuerzo de fortalecerlo. La solidaridad no se da siempre de forma natural, y en esto, creo, no se han producido cambios significativos. Galcerán escribe El crédito pensando en España y en sus crisis. Riesgos que conocemos por nuestra experiencia como argentinos y nos mantienen alertas, porque no sabemos cómo va a girar la rueda ni qué haremos nosotros, los ciudadanos, ante los movimientos macroeconómicos que nos llevan y traen para donde quieren los poderosos. Galcerán no hace un análisis ideológico, pero en su texto coloca frases e ideas que demuestran esa preocupación. Sin duda, también él sabe quiénes alimentan el desamparo.
J. S.: –¿Será por eso que, aunque haya pasado tiempo, los argentinos seguimos desconfiando de las instituciones? En este sentido, la obra de Galcerán nos cae como anillo al dedo. Nos hace reír y pensar al mismo tiempo, porque, con excepción de algunos planes puestos en práctica en nuestro país, mantenemos esa desconfianza. En esta obra, el personaje de Antonio es muy osado, y hasta puede parecerse a otro necesitado de un crédito, aun cuando no actúe como él.
J. M.: –Actúa así porque se da cuenta de que su palabra no tiene valor. No puede cuantificarla en pesos.
J. S.: –Pero insiste, y el diálogo continúa. Un diálogo que a mí, como actor, me deja a veces en medio de un desierto. Yo, al menos, me he preguntado cómo salgo de esto.
–Aunque el diálogo era otro y los personajes, hombres célebres que se resistían a ser manipulados, ¿sintió algo semejante en La última sesión de Freud, que también dirigió Veronese?
J. S.: –En esa obra no sucedía, porque Freud y el profesor Clive Staples Lewis (que interpretó Luis Machín) tenían posturas y discursos muy sólidos.
J. M.: –Estos de El crédito están dispuestos al trueque. Enfrentados al comienzo, acaban vinculándose por los beneficios que cada uno pueda obtener de esa relación. Antonio quiere dinero y el director de la sucursal bancaria necesita cosas que el dinero no puede darle.
–Los dos acaban de finalizar una obra y ya estrenan otra, ¿cómo viven ese pase sin intervalo?
J. S.: –Con dificultades, porque uno no se desprende fácilmente de los personajes. Continuar con una obra y ensayar otra al mismo tiempo resiente el cuerpo y la cabeza. El cuerpo arisquea, desconfía ante el nuevo personaje y se rebela como si fuera un caballo no domesticado.
J. M.: –Yo vengo de Los elegidos, donde hice el papel de un profesor, y es cierto, no es sencillo desencarnar un personaje. Lo veía también en Jorge, que hizo un trabajo maravilloso en Manzi... Sucedía en él y en mí. Hacer al mismo tiempo televisión y teatro es por ahí menos complicado, pero teatro y teatro, cuesta mucho más.
J. S.: –Esta es la última vez que me comprometo de esa manera. Es necesario dejar pasar un tiempo, un mes o un mes y medio. Cuando pasé de Freud a Manzi, mis compañeros y yo sentíamos que estábamos ensayando con Freud. No podía sacarme el look.
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