Mar 22.07.2014
espectaculos

TEATRO › BALANCE DEL FESTIVAL DE TEATRO DE RAFAELA

Una fiesta que lo superó todo

La décima edición del encuentro cosechó más de 22 mil espectadores, que disfrutaron un amplio panorama de propuestas y lenguajes. A precios populares y con siete subsedes, el FTR de este año superó así hasta los pronósticos más optimistas.

› Por Carolina Prieto

Desde Rafaela

Marcelo Allasino camina por las calles y es un vecino más. Saluda con afecto a quienes se le acercan y disfruta a pleno de los espectáculos que desde el martes 15 hasta el domingo 20 invadieron la ciudad en la décima edición del Festival de Teatro de Rafaela (FTR). Este talentoso autor, director y bailarín de 45 años y enorme vitalidad es el director artístico del encuentro que se celebra desde 2005, además de secretario de Cultura local y fundador del grupo independiente La Máscara, motor de la actividad teatral rafaelina. La calidad y la diversidad son los ejes de la programación de una fiesta que, cada año, ofrece un panorama ecléctico y atractivo para grandes y chicos. Así es como durante las seis intensísimas jornadas de esta edición, las calles, plazas, teatro, espacios alternativos, sedes vecinales y la carpa de circo para 450 personas desbordaron de un público variado, desde bebés y niños hasta adultos muy mayores. La sociedad rafaelina trastrocó su ritmo habitual, la siesta se suspendió y miles de personas asistieron a las 72 funciones, casi todas con entradas agotadas.

Es que una de las marcas del FTR es el impacto social, que trasciende lo artístico. En diálogo con Página/12, Allasino lo explica. “El festival generó en la ciudad y en la región un fenómeno que nos sorprende desde muchos puntos de vista. Rafaela tiene una movida cultural importante, pero el festival transforma esta ciudad de cien mil habitantes. Desde el taxista hasta el cajero del banco, todos hablan de lo mismo. Cada año crece la cantidad de gente que va a las plazas, a los salones de los centros vecinales. La continuidad sostuvo el interés y permitió formar a un público que ya siente al festival como propio”, advierte. Las entradas fueron gratuitas para los espectáculos al aire libre y en los centros vecinales barriales, y a precios bajos (20 pesos para las obras de la carpa y 40 para las de sala). Además, por las mañanas, la carpa ofreció funciones para escuelas de barrios carenciados y para instituciones que desarrollan un trabajo de corte social con niños. “El festival permite que se encuentren vecinos de distintas procedencias. Como cuando las mujeres del centro van con sus hijos a ver obras a las sedes vecinales de los barrios alejados. El teatro permite participar colectivamente y nos hace sentir parte de lo mismo. Estamos todos más juntos, nos emocionamos y nos reímos con las mismas cosas”, señala.

Organizado por la Secretaría de Cultura de la Ciudad de Rafaela en cogestión con el Instituto Nacional del Teatro y el Ministerio de Innovación y Cultura de la provincia de Santa Fe, el FTR14 superó la cantidad de espectadores de años anteriores: 18 mil asistentes y, sumado el público de las subsedes, el total ascendió a 22 mil espectadores. La apertura fue con Rodafonio, un desfile por las calles a pura música con intérpretes argentinos, españoles y colombianos, subidos a una gran rueda giratoria. Desde entonces hubo 32 espectáculos de Rosario, Mendoza, Córdoba, Buenos Aires y Montevideo. Multiplicidad de géneros convivieron: hubo propuestas de circo, títeres, clown, danza-teatro, unipersonales, teatro musical, teatro de texto, obras experimentales marcadas por el cruce de lenguajes. Y con un menú tan variado, la satisfacción estuvo asegurada. Así fue como los más chicos llenaron la carpa, y público de todas las edades se conmovió con trabajos como Un cuento negro, de Liliana Bodoc, por la compañía Tres Gatos Locos; ¡Fuera!, de Leticia Vetrano; Los fabulosos Singer, de Marcelo Katz, Marcos Arano y Martín Joab; y ¡Puro Bla Bla!, por un grupo de eximios comediantes y un músico que a fuerza de ingenio, talento y desfachatez hicieron que la platea explotara en carcajadas. Alto impacto causaron relatos crudos como Pajarito, por el grupo mendocino El Enko; Cae la noche en Okinawa a cargo de Blick, elenco cordobés de danza–teatro; y Tebas Land, por la compañía uruguaya Complot, abordando la marginalidad social, el mundo gay y el parricidio. Además, muchos de los mejores espectáculos del off porteño se dieron cita en Rafaela: Museo, del grupo Piel de Lava; La fiera, la leyenda de la mujer tigre, de Mariano Tenconi Blanco; Mau Mau o la tercera parte de la noche, de Santiago Loza, con dirección de Juan Parodi; Entonces bailemos, de Martín Flores Cárdenas, y cuatro obras ganadoras de la Bienal de Arte Joven de Buenos Aires que trajeron el talento y el riesgo de las nuevas generaciones. También se pudo disfrutar de instalaciones, intervenciones urbanas, seminarios, presentaciones de libros y, todas las mañanas, las tradicionales mesas de devoluciones coordinadas por periodistas especializados, para intercambiar ideas sobre lo visto la noche anterior.

El FTR siguió expandiendo fronteras y este año las subsedes fueron siete: las santafesinas Atavila, Ramona, Suardi, Pilar, Clucellas, Colonia Aldao y la cordobesa Morteros. “Pensamos que iban a ser sólo cuatro, pero había mucho entusiasmo por sumarse, así que nos mandamos”, confiesa Allasino. Y lo bien que hicieron: en Pilar, por ejemplo, hace veinte años que no había una función teatral y desbordó de gente. El cierre del festival fue en el Cine-Teatro Belgrano, repleto en sus más de mil butacas, con el grupo Urraca de Buenos Aires. Con instrumentos no convencionales hechos con objetos cotidianos como baldes, tablas de lavar, botellas de vidrio, chapitas y tubos y envases de plástico, los músicos ofrecieron un concierto muy enérgico que pasó por ritmos diversos. Sin usar palabras y con guiños al cine mudo, contagiaron a todos las ganas de moverse y percutir algo para sumarse a la fiesta. Antes, Allasino agradeció a la comunidad por apropiarse del festival y, acaso como signo de un festival que siempre tiene en mente al otro y a la inclusión por sobre el lucimiento personal, invitó a subir al escenario al equipo de trabajo que lo acompaña. Para ellos fue la ovación final.

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