TEATRO › EL CORAZóN DEL INCAUTO
› Por Cecilia Hopkins
Corren los años ’20. En una estancia argentina, una mujer que no puede concebir un hijo tiene con su marido la curiosa costumbre de coserle vestidos para que éste cambie de sexo por las tardes, razón por la cual ha enamorado sin querer a uno de sus peones. La obra se llama El corazón del incauto y, dirigida por Alejandro Ullúa, se está presentando en Hasta Trilce (Maza 177, martes a las 20.30) con un elenco integrado por Georgina Rey, Mariano Mazzei y Martín Urbaneja. Sus autoras, las santafesinas Patricia Suárez y Sandra Franzen –quienes ya estrenaron en colaboración Una cruz en el mapa–, acordaron en 2011, durante un encuentro de ambas en Santa Fe, escribir juntas las peripecias de El corazón..., trabajo que continuaron vía Internet. En el planteo de lo que sucede en escena está implícita la pregunta que guió a las dramaturgas en el proceso de escritura conjunta: ¿puede compartirse una perversión sin que ninguno de los que participa del hecho salga dañado? “No queríamos contar algo lindo –le aclara Suárez a Página/12–, pero tampoco queríamos algo sórdido o risible, sino algo tremendo: el peón lucha contra un prejuicio homofóbico y el gringo, contra su propia alma”, resume la dramaturga.
–¿Qué otras preguntas acompañaron el proceso de elaboración de El corazón...?
–La obra es una respuesta al interrogante acerca de cuánto tiempo se puede sostener una perversión hasta que se precipite la tragedia. Respecto del juego entre el marido y la mujer, nos preguntamos: ¿no es esta perversión un intento desesperado de la esposa por contener la homosexualidad del marido y retenerlo con ella? ¿No es, a lo mejor, el único canal de expresión de la feminidad de Honorio, porque lo otro, admitirse homosexual, hubiera sido una catástrofe? Y en medio de este laboratorio que fue hacernos estas preguntas durante la escritura se nos ocurrió que podía aparecer un tercer elemento: el amante, el incauto, el que está ajeno a la maquinación de los otros dos.
–¿Cómo percibe la recepción de la obra?
–Estamos seguras de que el espectador no sale del teatro incólume, que su emoción lo hace vibrar, le produce empatía con las tres víctimas de esta pasión. Como autoras, estamos plenamente orgullosas con la obra.
–¿En qué medida tomaron expresos motivos de Yerma?
–Nos acercó a Yerma el hecho de que la protagonista no puede quedar embarazada y que esto sucede en el campo, en una sociedad patriarcal. Teníamos presente, en cambio, un cuento de Doris Dorrie en el que el marido pide a la esposa, el día del casamiento, que lo deje solo en la casa, un día al mes, sin preguntar acerca de nada. Más que a Lorca, tuvimos miedo de pegarnos al texto de Annie Proulx sobre el que se basa la película Secreto en la montaña, donde dos cowboys mantienen relaciones amorosas.
–¿En qué términos hablaría del travestismo de Honorio?
–Honorio se viste así porque es la única forma que tiene de aproximarse a lo que es una mujer, a jugar a ser una muchacha. Pero un día, el amor llega y lo atraviesa. Y, como dice la Biblia –y Honorio hace suyas esas palabras–, el que ama no teme a las consecuencias, porque el amor es más fuerte que la muerte.
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