TEATRO › ADRIAN STOPPELMAN Y SU UNIPERSONAL PASAN COSAS RARAS
El humorista que acompaña a Víctor Hugo Morales en su programa radial volvió a su primer amor: el escenario. Lo hizo, casi, a pedido de los oyentes: “El humor tiene que ver con la magia, es un truco: estás engañando a la gente con armas leales”, dice.
› Por María Daniela Yaccar
Adrián Stoppelman redacta más de veinte chistes por día. Es una de las voces que acompañan a Víctor Hugo Morales en La mañana (Continental). Tiene una amplia y premiada trayectoria en radio, también en televisión (como guionista de Peor es nada y Juana y sus hermanas, entre otros baluartes), pero sus inicios fueron en el teatro. “Estoy retomando un viejo amor”, dice a Página/12 el humorista, que está presentando su unipersonal, Pasan cosas raras, en El Cubo. “El teatro es de esos amores que no se abandonan.” Este espectáculo consta de una serie de monólogos de humor. Hay funciones hoy, mañana, el 24 y el 31 y también los viernes de noviembre (siempre a las 20.30), luego de un exitoso septiembre. La dirección es Zelaya 3053.
“El olor al teatro vacío, a esa tierrita que cubre todo en un teatro es narcótico”, define el guionista. Sus primeros pasos los dio en el off, a mediados de los ochenta. Actuaba, manejaba las luces, barría, vendía entradas. “Pasó un tiempo en que no hice más teatro. Después hice teatro comercial, trabajé con MiDaChi, hice temporadas en Mar del Plata... Lo lindo de estar en El Cubo es que tiene el aroma del teatro independiente”, recalca Stoppelman. “Empecé a los 25 años. Comenzaba la democracia, era un mundo más feliz que el de la dictadura de la que veníamos y se había dado una apertura que hacía que uno quisiera expresarse.” Tras una década sin pisar las tablas, vuelve al ruedo para hablar de sexo, política y medios, entre otras cuestiones.
–¿Este unipersonal surgió a pedido de los oyentes?
–Hace un par de años largos que la gente me pregunta cuándo voy a hacer un show. A veces es cuestión de energía, de ganas, a veces no se da... Un día dije “¿por qué no?” Mi problema básico era que necesitaba un productor. Porque uno no puede hacer todo. Tengo la radio, otros trabajos, hago otras cosas. Lo llamé a mi amigo El Chino Volpato para que me produjera. Jamás me preguntó de qué iba a hablar. Sólo es imposible. Sin producción terminás en un bar con un micrófono. Yo no quería eso. No porque me parezca una cosa menor, sino porque tenía que hacer algo más. Era una sensación mía, una mezcla entre deseo y obligación moral.
–¿No ha hecho humor en bares?
–Sí. Previamente al show me he colado con amigos que hacen stand up. Los standuperos hacen mucho eso: cae alguien un poquito más conocido a probar su material. Lo probé y me di cuenta de que andaba bien. En septiembre lo disfruté mucho. Lo haría todos los días, es un placer muy grande. Me llevo muy bien con el público e imagino que él conmigo. Es bilateral la relación.
–¿Cómo define el espectáculo?
–Es un show de monólogos de humor matizado con una puesta multimedia. Hace falta mucha gente para hacer un unipersonal. Tengo videos, música, compositor, un arreglador, sonidista, alguien que pone pantallas. Trato temas como la política, los medios, el sexo, la idiosincrasia argentina y la actualidad. Como espectador, el humor que me gusta es ése en el que no sabés si reírte porque al mismo tiempo te preguntás de qué me estoy riendo. El humor tiene que ver con la magia, es un truco: estás engañando a la gente con armas leales.
–¿Tiene límites el humor?
–Depende del medio: una cosa es la radio y otra el teatro. En la radio tengo límites míos, del medio, de las leyes, del conductor del programa. Es un estilo, más bien. Con Víctor Hugo lo tenemos hablado, lo conozco, trabajo desde hace veinte años con él, hay un acuerdo tácito. Hay una línea de buen gusto de Víctor Hugo que no cruzo. A veces sí, para pinchar un poquito... pero el programa es de él. El teatro tiene menos límite, es el de tu propio buen gusto, más allá de que puedas hacer humor negro, blanco o verde... es un lenguaje más crudo que el de la radio, que es un medio masivo. Además, salimos en un horario apto para todo público.
–¿Lo que hace es stand up?
–Es medio filosófico este tema. “Stand up” es una definición norteamericana, acá toda la vida se lo llamó “monólogo de humor”. Están los que hacen stand up a la americana, esos monólogos que no hablan de nada y que en dos líneas cambian de tema. No hago eso. Hago monólogos de humor, pero por supuesto que el stand up nos tiene cruzados mentalmente. De hecho, soy estudioso de eso: tengo mis ídolos del stand up, como George Carlin o Bill Hicks. De los que están vivos me gustan Louis CK, Lewis Black y Eddie Izzard. Pero me crié viendo a Tato, a Les Luthiers y Fontanarrosa. Me gusta el comentario social que deje algo en el espectador. El humor de Seinfeld, al que admiro y admiré, ya pasó. Insistir con el humor sobre la nada me aburre. No quiere decir que lo mío sea una cosa psicodramática: hablo de sexo, de la realidad, los noticieros, las pavadas, la política.
–¿Por qué cree que eligió el humor?
–Supongo que es algo natural en uno. Y porque de chico miraba mucha tele, miraba programas como La tuerca o Telecataplum y decía “¡qué lindo hacer eso!, ¿me saldrá?”. Hacía transmisiones en chiste, las guionaba y las hacía en clase. Me interesó escribir y empecé en el teatro. El resto salió solo. Hay una gran dosis de perseverancia. Doy cursos de humor on line. Muchos alumnos creen que en dos clases van a salir humoristas. ¡No te alcanza una vida! El humor es un misterio. Escribo todos los días, una gran cantidad de humor. Luego de siete años, los temas que suceden son todos los días los mismos: ¿cuántos chistes sobre fondos buitre podés hacer? Es cíclico. Vuelve todo. La situación de los jubilados, la política, Cristina, la oposición... hay algún matiz, siempre aparece una cosa nueva: el Papa fue un alivio. Los buitres también porque no se hablaba de eso. Las encuestas erradas en Brasil... había hablado de este tema mil veces acá. Las elecciones son todas iguales, como los días de la Madre. Una cosa es la producción en masa para radio y otra el teatro, donde limás bien el producto.
–Muchos humoristas hablan del poco espacio que hay para el humor en los medios, sobre todo en la TV. ¿Qué piensa de esto?
–Fue perdiendo espacio, las razones deben ser miles. Van desde la política social hasta la económica. En otra época, como a tantos humoristas, me han llamado para hacer una sitcom. Yo decía “perfecto, dame diez guionistas y una mesa larga. Con menos de eso no se puede”. Acá no hay producción que pague eso. Y si no es así no funciona, porque nadie puede, en su sano juicio, escribir solo a full para la picadora de carne. Me pasa en la radio. Tengo un límite mental. Me acostumbré a convivir con que a veces me sale mejor y a veces peor. Se dice que no hay más capocómicos, que todo se reduce a gente que va y cuenta chistes. Contra eso no se puede, es barato, no requiere gran cosa. Aunque no cualquiera cuenta chistes.
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