TEATRO › MARIANO SABA, ANDRéS BINETTI Y LA PUESTA DE SU OBRA ESTO TAMBIéN PASARá
En una escenografía impactante, que presenta una nave espacial hecha de basura y piezas descartadas, la dupla propone una historia de ciencia ficción, pero con una inevitable impronta argentina que les permite bucear en la relación entre lengua y nacionalidad.
› Por María Daniela Yaccar
En Esto también pasará, la dupla conformada por Mariano Saba y Andrés Binetti (el primero actor y dramaturgo, el segundo director de esta obra) se le animan a un género poco común para el teatro: la ciencia ficción. Construyen un futuro apocalíptico en el que la Argentina ha sido invadida por las aguas y un grupo de astronautas se dirige a Marte (justo en tiempos del Arsat-1). El viaje por el espacio revela aspectos de la argentinidad, tópico que la dupla viene abordando en diferentes obras, desde el estreno de La patria fría. “Toda obra futurista habla del presente”, desliza el director. “Esta responde a una idiosincrasia que tiene que ver con cierta melancolía, respecto de un pasado que se supone que fue mejor.”
La nostalgia tiñe la historia y el tango es omnipresente. Los personajes lo necesitan, pero en este futuro el género melancólico por excelencia está prohibido. La escenografía es para destacar: la hicieron Saba y Binetti con Magalí Acha, durante tres semanas, juntándose casi todos los días. Utilizaron materiales reciclados y construyeron una nave espacial con tapas de inodoro, alambres, televisores viejos y otras yerbas pocos reconocibles a los ojos del público. Es una nave especial del subdesarrollo. “Mucho es juntado de la calle, la basura es la base de la escenografía. Básicamente, es basura y creatividad”, cuenta Binetti.
En la nave viajan tres astronautas (Saba, Fernando Gonet y Alejandro Lifschitz) y un capitán (Alfredo Martín), que recibirán en medio del viaje la visita de una ¿mujer? (Mariela Asensio). Ganadora de la tercera edición del premio Artei a la producción de teatro independiente, la obra se presenta los jueves, a las 21, en el Teatro del Pueblo (Roque Sáenz Peña 943). No es fácil ingresar al universo que propone; ser absorbido por un imaginario tan particular. Y tampoco lo es sacar conclusiones sobre los contenidos que se juegan en ella. Dice Saba que lo que le importa es que el espectador acepte “el abanico de interrogantes que la obra postula”, que son muchos y que los artistas repasan en la charla con Página/12.
–¿Cómo surge esta historia?
Mariano Saba: –Empecé a escribirla hace casi dos años. Tenía la intención de recuperar temas de la argentinidad que venimos trabajando desde La patria fría, primera parte de una trilogía, que abordaba la relación entre arte y criollismo, argentinidad e identidad nacional. Lo que había quedado afuera de ese recorte tenía que ver con la lengua y su relación con la nacionalidad. Y algunos leitmotiv de la argentinidad: la centralidad de Buenos Aires, la nostalgia, el tremendismo y el reciclaje, que decantó en el “retrofuturismo” de la escenografía. Esto se cruzó con la chance de contarlo a partir de la ciencia ficción, género que me interesa y que vinculaba con algunas de mis lecturas de infante y de adolescente, como Bradbury y Dick. Tenemos una imposibilidad de narrar la ciencia ficción de manera solemne en nuestro código de lenguaje. Me parecía interesante pensar una distopía: que unos aventureros argentinos quedaran exiliados. Y que eso revelara aristas de lo argentino y de la lengua. Del discurso, de la imposibilidad de decirse. Me pareció interesante pensarlo en Marte: cuando estaba escribiendo salían noticias de un robotito que había llegado a Marte. De la mezcla surgió el primer boceto y uno de los primeros lectores fue Andrés.
Andrés Binetti: –Es una obra muy particular, orgánica y con mucho humor. Era un desafío trabajar sobre la ciencia ficción en el teatro, sobre todo en el que hacemos nosotros, que es pobre en términos de recursos técnicos y monetarios. No estamos en un escenario tecnológico, que gire... contamos con mucha creatividad, pero con pocos recursos. Es una obra interesantísima, que propone un gran desafío en términos de puesta en escena y de dirección de actores. Porque tenemos que contar algo que no conocemos.
–¿Podría profundizar un poco más, Saba, en la relación entre la lengua y la nacionalidad?
M. S.: –Respecto de este tema, se me cruzaron lecturas. Por un lado, una frase de Rilke que dice que “la verdadera patria del hombre es la infancia”. Es bellísima, muy conocida. Y luego, otra de González Tuñón que parecía responderle a esa: “La muerte es el último país que el niño inventa”. Las dos cosas chocaban como referencias literarias y producían en mí una suerte de proyecto “escritural”. Es esa la colisión entre nacionalidad y lengua: la posibilidad, muy viva, de querer todo el tiempo definirnos de alguna manera, esa contienda discursiva que hace que la vida sea interesante y, al mismo tiempo, una idea melancólica dentro de la argentinidad, acerca de la patria como un lugar infante, paradisíaco, lejano, añorado, con partes perdidas. Si vas de Rilke a Tuñón podés pensar que la lengua es una especie de movimiento parecido al que hace la lengua de la rana: se desarrolla hasta un punto y vuelve. Es muy de la ciencia ficción y había que rodearlo con ciertos guiños irónicos, como con el tango, que tiene mucho de esto de ir hasta un punto y tornarse recuerdo. El gesto irónico es pensar el tango como droga para la melancolía argentina, esto de estar todo el tiempo añorando algo que ni siquiera es tan fácil de definir con palabras.
–¿Qué aspectos del presente les gustaría que la obra ponga en juego en los espectadores?
A. B.: –Un problema interesante es esta idea de la lengua, de la comunicación: se hablan idiomas distintos hoy en día en la Argentina, que no pueden ser traducidos, entre distintos grupos. Hay algo de la idea de fracaso: incluso la victoria de haber llegado a Marte y de haber conseguido agua potable está atravesada por el fracaso y por la idea del héroe anónimo. Eso pasa todo el tiempo en la Argentina.
M. S.: –En sus postulados, el teatro alternativo suele ser más inteligente que el comercial: sus significados son potenciales. Dispara sentidos a partir de las incógnitas que produce en el espectador. Nuestro teatro nunca aspira a ser didáctico, sino más bien a generar preguntas sobre lo histórico, lo político y ese imaginario solidificado que vincula siempre lo argentino a la desmesura, ya sea en relación con la empresa gigantesca como a la caída desastrosa. Eso está todo el tiempo impregnando todo tipo de proyecto personal dentro de lo argentino. Lo teatral es interesante cuando dialoga con el presente de manera no tan dirigida, sino como una especie de sembradío de interrogantes. ¿De qué habla esta obra? ¿De los noventa? Sí. ¿De cierta fantasía negra que cierto sector tiene sobre el futuro? Sí. También, de la imposibilidad que tenemos los argentinos de sortear ciertos escollos a nivel relaciones humanas, dificultades en la comunicación. Habla sobre el exilio, una constante en la historia argentina. Mi abuela no vivió algo muy diferente de lo que les pasa a estos muchachos. La fábula de Marte es muy poderosa como metáfora.
–¿Tienen otro proyecto en mente? ¿Seguirán abordando la argentinidad?
M. S.: –Tenemos un texto escrito, necesitamos pulirlo y no sabemos bien qué será de él. Es una obra que habla sobre los orígenes del teatro independiente, una metáfora de lo que fue el movimiento de la primera mitad del siglo XX en la Argentina. Sobre el movimiento de actores, directores y autores que pensaban en la posibilidad de un teatro didáctico, que formara a la gente. Nos ha quedado un texto muy grande con muchos personajes, y hoy en día es complicado para el off abordar este tipo de proyectos. Lo seguiremos pensando y trabajando.
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