Vie 07.11.2014
espectaculos

TEATRO › JUAN IGNACIO CRESPO Y LA PERSISTENCIA DE LAS ULTIMAS COSAS

En los discursos del abandono

El dramaturgo y director indaga, mediante un texto corrosivo, en la construcción personal de los relatos y argumentos que cada uno se crea para dar respuestas al fracaso de un vínculo. “El del amor es un tema que me obsesiona”, admite.

› Por Paula Sabatés

A Federico lo acaba de dejar otro Federico, con el que salió apenas diez meses. Cree que no lo va a superar nunca. Lo ama, lo odia, lo llama y lo putea, lo extraña, quiere que esté muerto. Todo eso junto. En La persistencia de las últimas cosas (viernes, a las 23, en Vera Vera Teatro, Vera 108), la velocidad en la que los personajes cambian de sentimientos es proporcional al ritmo de la puesta en escena, que presenta una estética medio Pulp Fiction, con música de Blur y Nine Inch Nails. Escrita y dirigida por Juan Ignacio Crespo –dramaturgo y editor de la revista Llegás–, la pieza indaga, mediante un texto corrosivo, en los discursos del abandono, en la construcción personal de los relatos y argumentos que cada uno se crea para dar respuestas al fracaso de un vínculo amoroso. “El del amor es un tema que me obsesiona. Es apasionante, no en vano toda la industria cultural está montada sobre él. Canciones, cantantes, películas, novelas, todo se basa en tener, o no, amor de pareja. Y es sorprendente porque frente a una ruptura todas las personas funcionan igual, la hayan pasado bien o la hayan pasado mal”, desliza Crespo a Página/12.

Protagonizada por los jóvenes Pablo Fetis, Martín Pérez y Mara Teit (que hace las veces de amiga del Federico abandonado y por momentos de amante del Federico abandonador), la obra intenta justamente mostrar esa reacción que para el director debutante es universal. Más que personajes entendidos como “entes psicológicos que portan un lenguaje que refiere a una persona única”, tal como define Crespo a esa figura teatral, la pieza presenta “sujetos del discurso”. Así, los Federicos no expresan la interioridad que los hace seres particulares, sino que son espejo de las reacciones que “cualquiera podría tener frente a una ruptura”. De hecho, el que sea una pareja gay es para la obra también un detalle, que responde únicamente a la orientación sexual del dramaturgo y su comodidad para hablar desde ese lugar (“el único desamor que conozco es el gay, por eso hablo de eso”, dice).

Esta característica –el hecho de no presentar personajes y sí sujetos– se corresponde con una visión más global que Crespo tiene del teatro, ya que para él “la escena tiene que dejar de ser el lugar de los grandes textos y las grandes historias y tiene que empezar a mostrar algo más vital”. “Cuando entro a una sala y veo un sillón, me bajoneo porque sé que la obra ya no me va a interesar. A mí ese tipo de teatro más psicológico ya no me gusta. Me interesa algo más discursivo y que estéticamente sea fragmentario, dinámico. Por eso hice esta obra pensando en algo que a mí me gustaría ver”, cuenta el también crítico teatral.

–Dice que la obra indaga sobre los discursos del abandono. ¿Estuvo influido de alguna manera por la obra de Roland Barthes, Fragmentos de un discurso amoroso, en la que el autor hace lo propio pero con los enunciados románticos?

–No, porque no me interesó demasiado el libro. Lo leí, pero me parece que es muy específico y hay cosas que están desfasadas de época. Hoy por hoy, el amor transita por otros carriles. Sí me basé en Ciorán, un filósofo rumano medio nihilista que me gusta mucho, porque me parece que de estas situaciones de ruptura sólo se sale una vez que fuiste tan abajo que sólo te queda subir y eso es algo de lo que él plantea. También tomé bastante de Slavoj Zizek, que sostiene que el fin de una relación amorosa está cerca cuando nos dan rechazo algunos rasgos de la persona amada que antes nos parecían irresistibles. De todos modos, esas referencias están medio vedadas, porque no quería que fuera una obra para intelectuales, sino que la emoción la transmitieran los actores.

–En su obra, ambos actores se llaman Federico. ¿Por qué?

–Porque pienso que uno cuando está en pareja se espeja en el otro y ve las cosas del otro como propias a un nivel sublime. Uno piensa que es uno solamente con el otro. Como sujetos del lenguaje y la conciencia, cometemos el error de elevar al otro a un carácter casi de ficción para poder amarlo, lo que hace que en algún momento, inevitablemente, el otro caiga, y caiga también uno, se derrumbe. Por otro lado, estos sujetos se llaman igual porque hay algo casi narcisista en las relaciones, por lo que para que uno pueda vincularse con otro y no sentir que va a salir lastimado, tiene que pensar que el otro es uno mismo. Es una idea mía casi existencial, y me escucho hablando y me siento como una especie de Jorge Bucay trash, pero bueno... Pienso que cuando uno pierde a alguien siente que perdió a una parte de sí.

–La que pone en escena es una pareja homosexual que dista de las que se escenifican comúnmente. Plantea al gay como posible violento, como portador de armas. ¿A qué se debe?

–Es que pienso que es casi homofóbico el modo en el que se plantean las categorías de lo gay frente al gran público. Un gay no necesariamente tiene que ser una loca sacada que grita y escucha Lady Gaga, y en general las obras van por ese lado. En el teatro, y ni qué hablar en el cine, al homosexual se lo muestra como a alguien que tiene algo distinto del resto. Y no tiene nada distinto: vive igual, sufre igual, ama igual. Esa representación del gay ligada al glamour, a lo femenino, me da un rechazo visceral. Y pienso que todo eso retrasa años a lo que se ha avanzado políticamente sobre el tema. Por eso no quería hacer en la obra nada referido a lo gay como algo estandarizado. De hecho, se podría decir que hasta quise anti-militar lo gay. En la obra no hay guiños al espectador homosexual, la puede ver cualquiera e identificarse, porque de lo que habla es algo muy universal.

–¿Siente que el mensaje de la obra es algo pesimista? El texto plantea que nada es para siempre...

–Es que nada es para siempre. En la obra, uno de los personajes le dice al otro que su partida no puede paralizarlo porque sólo salieron diez meses de su vida, que es poquísimo. Y es así. Toda la vida se basa en desprendimientos, nuestra historia tiene que ver con eso, y cuanto más grande se pone uno, más rápido lo supera. Creo que la verdadera evolución de alguien para vincularse con otro es aprender a aceptar que las personas que están con uno son compañeros de ruta durante un momento del viaje y que va a haber otros momentos en que uno de los dos posiblemente quiera ir más lento o quedarse en un parador. Cuando uno puede entender eso, creo que evolucionó. Por eso la obra no es pesimista, sino que es más bien realista.

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