Mié 08.04.2015
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TEATRO › ADRIáN BLANCO DIRIGE ERRANTE EN LA SOMBRA

El mito y lo imposible

El director abordó la novela de Federico Andahazi sobre un camionero cantor que pasa a ser el chofer de Gardel. “La puesta apela a un discurso folletinesco directo y nada pretencioso”, afirma.

› Por Cecilia Hopkins

La crítica literaria ya había advertido que Errante en la sombra, la novela que Federico Andahazi había dado a conocer en 2004, más que una novela era una “tragedia musical”, un material apto para su puesta en escena teatral o fílmica. Desde la primera página un narrador –un speaker, como el autor lo nombra– oficia de presentador de situaciones y personajes: “Antes de que a mis espaldas se abra el telón y desde la fosa comience a sonar la orquesta, permítanme que evoque junto a ustedes a Juan Molina. En un momento habré de abandonar este viejo proscenio y cederé mi lugar a los personajes para que hablen o, mejor dicho, canten por sí solos; pero primero, déjenme que les presente a quien fuera, al decir de muchos, el más grande cantor de tangos de todos los tiempos”. En esta tónica se desarrolla el resto de la novela.

Esta suerte de narración musical cuenta la historia de un camionero de voz excepcional que luego de convertirse en luchador de catch pasa a ser el chofer del mismísimo Gardel. Carlitos, sin saberlo, le roba el amor de la prostituta Ivonne. En ese marco folletinesco, un hecho de sangre lleva a Molina a la cárcel de Caseros, donde se convierte en el ídolo de los reclusos. Esta curiosa novela acaba de subir a escena bajo la dirección de Adrián Blanco (Opereta, Trans-Atlántico) en El Cultural San Martín. El espectáculo da cuenta de todas las andanzas que Andahazi atribuye a Molina, pero interpretadas por los presos que en la cárcel conviven con el protagonista de los hechos: “Decidí situarla en el contexto carcelario”, cuenta el director en la entrevista con Página/12, “para darle una potencia mayor a un relato que, contado por los mismos reclusos, apela a un discurso folletinesco directo y nada pretencioso”, define. Blanco decidió realizar la puesta tentado por un texto que le permitía “decodificar la pasión que despierta el tango”. Y guiado por sus elecciones estéticas, presenta “un mundo de indeseables que cuenta una historia desde el barro, desde el mundo canalla”, según define. Actúan Javier Araya, Gastón Biagioni, Alejandro Degasperi, Mario Galvano, Lucía Gerpe, Pablo Goldberg, Carlos Ledrag y Marita Picasso. La música en vivo está a cargo de Leandro Angeli, Daniel Domingo Iacovino, Juan Schloeder y Pablo Germán Sensottera.

A Blanco le interesa lo que él describe como “registro de actuación lúdico que no oculta sus secretos”. El código del musical le permitió cruzar lenguajes diversos orientados en esa dirección, aunque siempre a distancia de la tradición norteamericana del género: “Planteo un trabajo de conjunto pero sin chorus line”, afirma. “Sé que es un terreno tomado por Broadway, pero yo quiero ir hacia el sainete, porque nosotros también tenemos la tradición de un teatro en el que se canta y se baila”, compara. En cuanto a la relación entre Molina y Gardel, Blanco opina que la admiración es lo que impide al primero soñar con llegar a ocupar el lugar del ídolo. Y tal vez por eso mismo esta historia de imposibilidad y frustración se convierte en drama pasional.

–Más allá del recorrido argumental, ¿de qué habla la obra?

–Errante... habla del mito y de la imposibilidad de superarlo. Molina actúa desde su deseo, lo entrega todo, pero finalmente no puede llegar a ocupar el lugar del mito.

–¿Qué tiene que tener una obra para que le interese dirigirla?

–Siempre busco textos que tengan una atadura popular. Me gustan los autores argentinos, me interesa lo rioplatense, defender el lugar desde donde contar por una cuestión de identidad. Hoy veo un teatro muy cipayo.

–¿A qué se refiere?

–A un teatro que quiere parecer europeo. Yo fui formado con técnicas europeas, pero también tengo en claro que vengo del barrio. Y no me gusta sumarme a las modas teatrales. Veo actuaciones que siguen con el minimalismo de los ‘90. Actuaciones “lavandínicas”, ambiguas, asépticas, desprovistas de emoción. Pareciera que, para ese teatro, emitir pasión fuese cosa de gente que no razona.

–¿Encuentra dificultades en compartir su punto de vista teatral?

–Ya no hay confrontación directa entre los que hacen teatro, como pasaba en otras épocas. Y esa falta de discusión también se ve en otros aspectos de la realidad. Me gustaría dirigir en el Teatro San Martín y, aun cuando creo haber hecho méritos para hacerlo por el recorrido que tengo, no me llaman. Me formé en el conservatorio, pero tampoco me convocan del IUNA, como si fuese un lugar donde están entronizadas las modas teatrales y no todas las voces, como debería suceder. Me gustaría de-sintelectualizar y desmitificar estilos de actuación. Creo que hay un exceso de dioses intocables.

* Errante en la sombra, El Cultural San Martín (Sarmiento 1551), de jueves a sábados, a las 21, y domingos, a las 20.

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