Mié 22.04.2015
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TEATRO › DIEGO FATUROS Y EL DESAFíO DE REALIZAR LA PUESTA DE DEMASIADO CORTAS LAS PIERNAS

Una historia repleta de interrogantes

En el Festival de Dramaturgia Europa + América, el actor, director y dramaturgo recibió el encargo de llevar a escena una obra de la suiza Katja Brunner que fue todo un reto: no sólo por la ausencia de indicaciones sino también por tocar el tema del abuso.

› Por Paula Sabatés

Cuando el año pasado se realizó en la Argentina el primer Festival Internacional de Dramaturgia Europa + América, se repartieron textos de autores extranjeros entre directores locales, que tuvieron el desafío de montar un espectáculo. A Diego Faturos, que también es dramaturgo y actor (es parte del elenco de La omisión de la Familia Coleman hace once años), le tocó Demasiado cortas las piernas, de la suiza Katja Brunner, quien por la pieza ganó el máximo galardón de dramaturgia de Alemania. Lo primero que pensó al leerla fue que era un reto imposible: no tenía especificaciones temporales, división de escenas ni actos, ni señalaba quién decía cada parlamento. La única anotación de la autora era que el texto podía “ser contado en un monólogo o por quince hombres en traje de baño”. “Pensé que era imposible, no podía leer más allá de la cuarta página, quería abandonar. Pero después pasé la barrera del horror y me encontré con una obra buenísima, que me dio muchas posibilidades de explorar con los actores”, cuenta a Página/12 el director, que presenta el resultado los jueves a las 21 en Timbre 4 (México 3564).

Al hecho de que no hubiera ninguna especificación se sumaba que la obra toca una temática de mucha polémica, el abuso infantil. Escrita en 2010, presenta a una familia signada por la relación amorosa entre un padre y una hija. Con episodios marcados (un cumpleaños, una visita al médico) que son contados por voces externas –discursos terapéuticos, la voz “moral” de la sociedad, la madre–, la pieza presenta una particularidad: la propia víctima (encarnada por la brillante Julieta Vallina) defiende y justifica la relación, a tal punto que se pregunta, mirando a público, cuántas relaciones “legales” y enfermizas hay que no caben en un marco punible. En esa aparente contradicción, el texto revela todo su potencial y también lo hace la puesta. Nunca nada es tan simple como parece.

Protagonizada por Cinthia Guerra, Julián Krakov, Matías Labadens, Francisco Lumerman, Lala Mendia y Javier Rodríguez Cano, además de Vallina, la puesta de Faturos es dinámica y precisa. El director recortó algunos parlamentos (duraba casi tres horas) y agregó proyecciones y objetos que funcionan como “punto de fuga”. “El tema del abuso es delicado y no es algo de lo que se hable mucho. Intenté que haya un poco de humor y de sarcasmo e introduje al coro para que ayudara a digerir. También decidí no incluir al padre en escena, pero me pareció mejor que el espectador se lo imaginara, que tuviera ese desafío”, adelanta.

–¿Por qué sí decidió incluir a la víctima y no dejar todos los parlamentos en manos del coro, ya que tenía esa posibilidad?

–Es algo que me pregunté mucho, y de hecho vino a ver la obra el dramaturgista alemán que ayudó a la autora a escribirla y me contó que en Europa nunca se hizo así, con alguien a quien le pasara todo en el cuerpo. Se hablaba más bien del paradigma del abuso, pero no de alguien puntual. Pero los latinos somos más humanos en ese sentido, y a mí me pareció que contarlo desde una persona hace que la historia tenga otra potencia. Además, si bien hay otras voces que cuentan acontecimientos, creía que con la presencia de Julieta en escena se iba a entender mejor su cabeza.

–¿Y qué piensa de la postura que asume: es o no víctima?

–Yo creo que sí. Pero el texto hace pensar. Julieta tiene muchos monólogos a público, que en la obra se llaman “Justificación”, y en uno dice que su problema empezó cuando los de afuera empezaron a juzgar su relación. Y hace pensar “¿por qué no?”. Ella dice que eligió eso, que ama a ese hombre. Después te das cuenta cómo está configurada su cabeza, pero lo interesante es ese debate que se genera y que luego de varias funciones hemos dado también con el público.

–Es la primera obra de otro autor que dirige. ¿Lo disfruta más que actuar o que escribir?

–Disfruto de los tres roles. Ahora estoy ensayando una obra como actor y me renueva. Hay algo del juego de actuar que uno no tiene que perder. Los miedos están siempre, es algo que les enseño a mis alumnos de actuación. Cuando dirigís asumís otro lugar, el de ver, imaginar, recibir lo que te dan de afuera. Y eso me gusta, aprendo mucho de otros actores. Dirigiendo una obra ajena me enfrenté al reto de pensar cómo ser personal. Escribir me gusta, pero tengo una forma de escribir muy libre, la que me enseñaron cuando estudié dramaturgia. Entonces es un desafío cuando me piden algo para algún festival o ciclo, porque tengo que cambiar esa forma aprendida.

–Después de once años de actuar en La omisión..., ¿cómo se vincula con otros materiales?

–Es como irse de vacaciones, como tener una amante (risas). Lo bueno de Coleman es que siempre logra renovar el deseo de actuar, algo fundamental. Seguimos teniendo 200 espectadores por noche y eso incentiva. Sigo teniendo pensamientos nuevos. Me pasa que a veces en una escena me encuentro con algo que no había visto y pienso “cómo puede ser que la haga hace tanto y no me haya dado cuenta”. Por todo eso, cuando empiezo a hacer otras cosas me doy cuenta de que el bagaje de experiencia que me dio Coleman es muy rico.

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