TEATRO › FEDRA, DIRIGIDA POR ANA FOUROULIS
Basada en un texto de Yannis Ritsos y no en el clásico de la tragedia griega, la puesta realizada por el taller teatral de ElKafka pone en escena a Hipólito.
› Por Paula Sabatés
Actores: Carla Solari y Federico Ponce.
Escenografía y vestuario: Pepe Uría.
Diseño sonoro: Andrés Perrone.
Diseño de luces y luces: Lucas
Orchessi.
Diseño gráfico: Pablo Bologna.
Fotografía: Gianni Mestichelli.
Gestión ejecutiva: Zoilo Garcés.
Traducción: Selma Ancira.
Asistencia de dirección: Laura Pagés.
Dirección: Ana Fouroulis.
ElKafka Espacio Teatral, miércoles a las 20.30.
El contraste furioso entre el negro del vestido de la protagonista y el rojo brillante del sillón donde está acostada permite adivinar, de entrada, que Fedra (“Phaidra”, escrita por Yannis Ritsos y dirigida por Ana Fouroulis) será una constante lucha de opuestos: entre un personaje que vomita texto durante los cincuenta minutos que dura la puesta y otro que no dice una palabra; entre un conflicto antiguo y una poética bastante moderna; y entre un trabajo que surgió de un taller de puesta en escena y un verdadero espectáculo, con todos los condimentos necesarios para romper las barreras del teatro de estudio y convertirse en un producto de índole profesional. En su segunda temporada, el resultado puede verse los miércoles a las 20.30 en ElKafka Espacio Teatral, Lambaré 866.
En lo que refiere al primer punto, Fedra es uno de los monólogos que Ritsos –uno de los poetas más importantes y representativos de la poesía griega moderna– hizo basándose en algunos de los héroes del caudal trágico griego, pero la directora de esta versión tomó la sabia decisión de que ésta no fuera un unipersonal, sino una pieza de dos personajes. En la obra, Afrodita se enoja con Hipólito porque le rinde culto sólo a Artemisa y decide vengarse haciendo que su madrastra, Fedra, se enamore de él. El monólogo, potente y audaz, es la declaración de las pasiones de ésta; su largo pesar. Así, la obra empieza cuando Fedra (Carla Solari) confiesa su sentimiento y culmina con su trágica decisión de quitarse la vida. Pero, si bien es ella quien lleva adelante la acción, el personaje que encarna Federico Ponce, ni más ni menos que Hipólito, también es de vital importancia. Sin decir una palabra, sus gestos, movimientos y posturas lo convierten en un personaje con historia y características propias, y también en un punto de fuga para el espectador, que buscará en él un refugio necesario ante tanto lamento.
En segundo lugar, como se ha dicho, el mito de Fedra se remite a la Grecia clásica y Ritsos es un poeta moderno (vivió entre 1909 y 1990), de modo que su tratamiento de la historia y del personaje es distinto al de Eurípides y al de Racine, otros autores que la abordaron. La heroína de esta versión, como reza el programa de mano de la obra, es más provocadora que aquellas otras que se escribieron, y “no puede contener el deseo, del que sólo la muerte podrá liberarla”. Así, escupe sus sentimientos, deja ver su profunda locura de amor, y comparte sus obsesiones, hasta el momento mismo en que decide colgarse bajo las sombras de Afrodita y Artemisa, como último acto de pasión desesperado. Esa nueva configuración le saca a la heroína el carácter de sumisión que tuvo en el pasado y le otorga un valor fundamental de la mujer moderna: el de tomar la palabra para hacerle frente al destino. El resultado es valioso y superador.
Por último, esta versión de Fedra fue creada en el marco del taller de puesta en escena del espacio teatral Elkafka, coordinado por Rubén Szuchmacher y Graciela Schuster, lo que explica, posiblemente, la elección de un texto para pocos personajes, entre otras cuestiones. Pero, de todos modos, se trata de un espectáculo que podría representarse en cualquier teatro de cualquier ciudad. Con una técnica de gran calidad (escenografía y vestuario de Pepe Uría, diseño sonoro de Andrés Perrone y Diseño de luces de Lucas Orchessi, como elementos destacados), y la asistencia de dirección de Laura Pagés, es la muestra de que la profesionalización viene de la mano del estudio, pero que para dar el salto hay que animarse a salir del taller y empezar a ocupar las salas, convocar al público, y demostrar que el teatro es sólo posible cuando hay otro que observa lo propio.
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