Mié 29.04.2015
espectaculos

TEATRO › VIRGINIA KAUFMANN Y SU UNIPERSONAL HERMéTICA

Una historia de obsesiones y desamor

“Creé un personaje que no puede expresar emociones”, señala la actriz, que escribió el guión de este espectáculo en el que la música y el teatro se relacionan equilibradamente.

› Por María Daniela Yaccar

Antes de ingresar a Hermética, unipersonal de Virginia Kaufmann, el público recibe unos frasquitos de vidrio. Ahí empieza la historia. Nadie sabe para qué son esos frasquitos, el misterio se devela cuando los espectadores conocen a Mirna: una mujer de pueblo que vive encerrada en su casa, con una neurosis notoria. Lo que calla –las puteadas que le lanza al mundo, por ejemplo– Mirna lo mete adentro del frasco: cada vez que tiene algo fuerte para decir, agarra uno de los tarritos que tiene desperdigados por su living y “dice” ahí adentro. Hermética es una historia de desamor, como muchas otras; por eso su valor está más en las características de un personaje entrañable que en los vericuetos del relato. Eso, el talento de Kaufmann –que actúa, canta y apela al clown–, el acompañamiento de los músicos y la excelencia de la puesta, en la que sobresale la iluminación, hacen de Hermética una pieza destacada en el ámbito independiente (viernes 23.15 en Anfitrión, Venezuela 3340).

Mirna sufre por amor. No sale de su casa. Cuando la llaman por teléfono abandona sus viejas pantuflas y se pone unas sandalias coquetas. Está enamorada de un hombre casado. Y está exageradamente preocupada por el estado del agua en el pueblo, se desespera por conseguir agua mineral. En ocasiones recibe en su hogar a una psicóloga invisible, y ahí los espectadores se enteran de que Mirna está acostumbrada a ser la segunda. “Me crié en un pueblo”, cuenta Kaufmann. El pueblo al que se refiere es Brinkmann, en Córdoba. “Mirna es una condensación, varias mujeres se juntan en ella. Sobre todo me inspiré en una que tejía. Las veces que iba para que me tejiera algo la veía mirando por la ventana.” La actriz es también la autora del guión. De la puesta y de la dirección general se encarga Hernán Carbon y de la dirección musical, Leonardo Stefoni.

Kaufmann llegó a Buenos Aires a los dieciocho y estudió musicoterapia. Tiene una amplia trayectoria en comedia musical. Uno de sus últimos trabajos fue en el Maipo, en La Celia, sobre la vida de Celia Gámez, con un elenco encabezado por Ivanna Rossi. También está en la televisión: tiene un papel en Esperanza mía, la tira de Pol-ka que protagonizan Mariano Martínez y Lali Espósito. En Hermética, donde la música y el teatro se relacionan en equilibrio, los músicos que la acompañan son Stefoni (teclado), Alan Gancberg (bajo), Gerardo Stubrin (batería) y Ariel Mizrahi (guitarra). Algunas de las canciones que suenan son “Las margaritas”, “Bésame la boca” –tema de Ricardo Montaner en el que la actriz se luce en un momento desopilante, de mucho humor–, “La lloradora”, “Esa musiquita” y “Cenizas”.

–¿Cómo apareció la idea de hacer Hermética?

–Gastón Cerana, director de un unipersonal que hice antes, Nelly Olson en odiar es un arte, me dio un empujonazo para que me animara a hacer éste. Le hablé de este proyecto que tenía y me dijo: “Vos sos un poco hermética”. Me dio a entender que esta idea tenía que ver conmigo. No soy como Mirna, que tiene tantos problemas y obsesiones, una enorme neurosis... pero tomo esa característica que evidentemente tengo y la pongo bajo la lupa para que se agrande. Cuando alguien vive solo pareciera que las neurosis pueden funcionar como compañía.

–¿Cómo fue el proceso de trabajo? ¿La obra se armó desde el texto?

–Empecé a escribir a partir de esto de ser hermética. Creé un personaje que no pudiera expresar emociones. Junté textos ya escritos y escribí cosas nuevas. El director modificó cosas, agregó, imaginó, puso su mirada, pero defendiendo mucho el texto.

–Da la sensación de que es un trabajo muy coreografiado.

–El aspecto musical de Hermética nos lo imponía. Porque también es como un show. Requirió de bastante ensayo y dedicación. En el teatro independiente a veces no podés ensayar un montón, pero se compensa con dedicación y esfuerzo. Todos tratan de poner su aspecto más luminoso, porque hay que hacerlo en poco tiempo y con menos recursos que en el teatro comercial. Siento que éste no es un unipersonal, que estoy con los músicos. Se imponía que fuera un unipersonal por cómo nació, pero no es algo que me siente bien, me gusta compartir con otros artistas.

–En la obra hay un equilibrio entre música y teatro. ¿Hubo, también, una búsqueda en ese sentido?

–Sí. A mí no me gusta cuando en la comedia musical se hacen diálogos o cosas cantadas, me gusta cuando la música irrumpe para contar y agrandar una emoción o una sensación. Aquí la usamos para los momentos en los que el personaje imagina y cuando se puede expresar. Quería investigar la ligazón de música y teatro. Y el director, que es clown y maestro, estimuló la faceta de cuento de la historia.

–¿Cómo aparecieron los detalles que hacen a la neurosis del personaje?

–Lo de los tarritos surgió para graficar su imposibilidad de expresar. Salió directamente de la dramaturgia, fue una de las primeras imágenes de la obra. Hay muchas imágenes en la obra. Ella llama a los bomberos. A mí me emociona verlos pasar. Ella tiene un fetiche con ellos, una fantasía. Los músicos ocupan ese lugar. La rescatan con la imaginación. Otra idea fuerte que aparece en la obra es el chisme, algo muy propio de los pueblos. Acá se desarrolla en los ámbitos de trabajo, en la televisión, pero en los pueblos se da de un modo muy natural.

–Al ver Hermética se percibe un registro actoral que no condice con el de la televisión. ¿Cómo se siente en ese medio?

–En Esperanza mía participo poquito, pero estoy grabando bastante. Hay un coro de monjas dentro de la trama, es una comedia y estoy entre las monjitas. Es totalmente distinto el universo de la televisión. Requiere de una adaptación actoral, personal. Es lindo. Está bueno pasar por la experiencia de la tele, donde para actuar hay que aprender otros tips. Lo que pasa es que me siento más cómoda haciendo teatro. Esta es la segunda obra que escribo. Es el máximo de placer, de alegría expresar algo propio. Da miedito. Porque todo sale de uno.

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