TEATRO › NORMAN BRISKI MONTO RIIICARDO, OBRA TEATRAL SOBRE RICARDO III
El autor y director da una visión absolutamente diferente de la que propone Shakespeare. “Ricardo III lucha en contra de su propia monarquía, que lo manda a la guerra. No es un guerrero, sino un guerrillero que busca la paz”, señala.
› Por María Daniela Yaccar
Norman Briski se metió tanto en la piel de Ricardo III que habla, por momentos, con la precisión de un historiador, y, por otros, como si aquél hombre hubiese sido un amigo o pariente. Menciona detalles tales como el número de flechas que le dio la muerte y se detiene, también, en los móviles más íntimos del rey. Su visión sobre este monarca de pésima reputación es absolutamente diferente a la que propone el clásico de Shakespeare. Briski es un provocador. “Ricardo III es un desesperado, un alterado. No tiene buena relación con su cuerpo, con su cara, porque tiene la potencia de la fealdad. Todo lo que hace es porque tiene ganas de reparar algo. Lo que hace es extraordinario: es un luchador en contra del Estado. No le interesa el Estado para nada. Es un gran tema y nadie lo quiere agarrar. Pareciera que es imposible un lugar sin Estado. Si existe la democracia va a ser porque no hay Estado”, opina.
RIIIcardo se presenta los domingos a las 18 en Caliban (México 1428), con Sergio Barattucci en el rol principal, la actriz Laura Gargiulo y los músicos Germán Cunese, Luciano Pereyra, Pedro Gelardi y Emiliano Virasoro. Como en otras obras del director, la técnica ocupa un lugar importante. “Tenemos una relación de amor con la máquina”, desliza el director y autor del espectáculo, que está viviendo un momento especial: a los 77 años será papá de gemelas, motivo por el cual ingresó al Guinness. “Son cosas privadas, no sé mucho. De teatro soy bastante entendido, por eso de esas cosas prefiero no hablar tanto. No de la sexualidad que es más tabú y tan linda, sino de las vinculaciones: todo lo que digas de lo que pasa detrás del árbol va a volver, como chisme. Lo que hago siempre es difundir la información para que no me saquen fotos en la azotea, como sucedió. Le han dado 50 pesos a la portera para que me saque fotos. Doy la primicia para que no crean que soy un aristócrata que vive en un castillo. Es exótico, el rating se basa en eso. No tanto en que Scioli vaya a gobernar a alguien, sino en cómo patinan con la señora.”
–¿Por qué dice que ésta es una “versión libertaria” de Ricardo III?
–El lucha en contra de su propia monarquía, que lo manda a la guerra. No es un guerrero, sino un guerrillero que busca la paz. Hay algo que falla en la obra, con toda seguridad. Se piensa que es un amante de la guerra, porque él mismo dice: “yo extiendo la guerra”. Pero yo hago teatro, no formulaciones de conducta. El tipo piensa así y hace otra cosa. Cambia, como casi todos nosotros. Yo ni siquiera reflexionaba con Perón, que ha sido un hombre buscando las instituciones y el Estado, no la revolución. Apoyé ese movimiento porque tenía estadios anarquistas. Porque había alegría, mayorías, y porque no entendíamos qué significaba el espanto del Estado. Países con fronteras e intereses y no con afectos con la otra comunidad. Este Ricardo sabe que va a durar poco. Que no quiere durar.
–¿Cómo llegó a la conclusión de que Ricardo III es un guerrillero que no quiere un Estado?
–Nosotros fuimos a la información histórica, genealógica. ¿Por qué lo hicieron así? ¿Maligno y maldito? Entre las Dos Rosas se echaron la culpa de todo. En diez años, les cortaron la cabeza a 86 príncipes. ¿Quién corta todo eso? ¿Quién funda las universidades más importantes de Inglaterra? ¿Quién es protector del teatro? Ricardo III. Era un libertario en contra de su propia monarquía. Terminó con la monarquía de su época. Corta cabezas para que no lo maten a él. Con su bandita, su barrabrava. Lo querían mucho, el sector del norte lo adoraba. Se metía en la taberna, no le tenía miedo a nada y estaba con la gente. Era cordial. No tenía tanto protocolo. Sabían que en la batalla era un alegre homicida. No estaba en ninguna atalaya. A él lo mataron con flechas y, después, lo re cagaron a palos. Con una bronca... Yo me la agarré con Shakespeare por varias razones. Con Tato hicimos La gran marcha (sobre el general romano Cayo Marcio). Aprendí mucho, yo la dirigí. Después me encuentro con Otelo, estudiando lo mismo, grandes guerreros. Otelo, que era negro, no iba a llegar a la monarquía como tal. Y quería. Coriolano no. Quería era ir a joder a la guerra, una tradición de los hombres. Se vive más intensamente en la guerra que en la casita con el jardincito.
–La primera escena revela lo escatológico del personaje. ¿Es para hacerlo más humano?
–Uy... ¡si te enterás lo escatológico de los franceses no vas más a Francia! En el Palacio de Versalles no tenían un solo baño. Cuando te enterás de las pulgas que sacan del cuchillo que tiene Ricardo en la ingle... se descubrió que tenía parásitos. Hoy en día eso pasa en el campo. Pero esta gente vivía con esas cosas encima. Se sabe muy bien que la arquitectura del castillo tenía una letrina para todos.
–¿Qué quería hacer Ricardo III en el poder?
–Ah, no sabe bien. Dice cosas muy contradictorias. No tiene idea de cómo podría gobernar, no quiere eso. Quiere desafiar a lo que le han hecho. Me agarra medio tristeza... porque a él lo han deshecho. Los ingredientes familiares son como para estar muy resentido, pero no son los que lo preocupan más. Tuvo un hijo con Ana, que murió. Shakespeare dice cualquier pavada, porque estuvo casado con Ana. Después se fue con el otro. Ricardo podría haber estado más divertido, jodiendo, con un hijo, con caballos, esas cosas. Mi hija cabalga y la pasamos fenómeno en todo ese ciclo en que ella quería estar y hablar con los caballos. Ricardo III era un atrevido. Como militar era un desastre, no conducía. Se mataba solo. Las cuatro flechas que encontraron en el cuerpo se las clavaron porque perseguía a un oficial. Se entusiasmó con cagar a uno. Salió de la fila, se fue detrás de él y lo agarraron. Tenía más soldados, tendría que haber ganado esa batalla. Le doy una vuelta de tuerca diciendo que habló con la madre antes, que le viene a decir “morite, me estás cagando la vida”. El tipo en la corte tenía muy mala fama, y ella estaba perdiendo prestigio. La suya es una madre que quiere estar ligada al poder. Bravísima. Armó un ejército en el norte, por las suyas, lleno de franceses. Entonces no existía el patriotismo. Nace con Stalin.
–¿Para cuándo la obra sobre Stalin con Eduardo Pavlovsky?
–Vamos a ver si llegamos. Nos juntamos el miércoles que viene. Tato está grande, yo no tanto, pero necesitamos ayuda de afuera. El Tato está delicioso. Cuando entra a escena dice cualquier cosa que se le ocurre, ya se despojó de ciertos criterios de la conciencia. Podemos tener discusiones bastante serias. Inclusive este Ricardo me trae temas como: “¿A vos qué te pasa? ¿Sos un asesino?”. Me han dicho de todo. Que soy un violento. Somos de la época en que la violencia se originó como buscando la justicia del esclavo. Yo, estando en el privilegio, asumo la negritud. Soy negro.
–¿Adhiere al mito de que Shakespeare trabajaba para la corte?
–No, eso es mucho; pero él sabía que si jodía mucho, El Globo no existía. El trabajaba para el público, era muy del comercio el momento. Se dedicó a las monarquías como tema, con alguna cosa loca por ahí. Cuando escribió Ricardo III buscaba la revisión. Hay que ver que otros intereses tenía. A mi manera de olfatear tenía presiones en la competencia. Quería agarrar el mejor actor de la época y todo lo demás. No se puede creer cómo Shakespeare ha capturado la conducta humana. A eso, tres mil sombreros.
–¿Quién sería Ricardo III en la Argentina?
–Hay aspectos en algunos. Por ejemplo, en Felipe Varela, un tipo que está en el poder, porque es jefe de policía, tiene sentido de la justicia, es un federalista, “déjense de joder, rebano la cabeza, chau”. Ricardo III era un compañero de batalla como ningún otro, te iba a defender con todo, y es un devenir del poder. Las contradicciones de Shakespeare están siempre en el poder. Edmundo, de Rey Lear, es el más increíble personaje que yo jamás haya leído. Una persona incapaz de sentir afecto. Ricardo III la tiene clarísima con eso, y es una observación de Shakespeare, una grandeza. Ricardo le dice a Ana que moriría por ella, y que ella es incapaz de morir por alguien. El tipo que tiene un discurso así es tomado por psicópata. Yo sé quién es Videla. ¿Qué tiene de psicópata? Nada. Es un normal total. Los peligrosos son los normales.
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