TEATRO › ARIEL FARACE ESCRIBIO Y DIRIGE LA OBRA CONSTANZA MUERE
El director y dramaturgo dice que ambas visitan a Constanza, el personaje notablemente interpretado por Analía Couceyro. “La idea no era construir un cliché de la anciana, sino evitar a Mamá Cora. Más bien ir hacia un viejo que está bien, que está vital”, señala.
› Por Carolina Prieto
Constanza es un manojo de energía: lucha desenfrenada contra un personaje con cara de burro y guadaña en mano que no la ataca, sólo la observa. Se retuerce, se tira al piso, se sacude, intenta alejar esa presencia acaso ensayando su propia muerte. Un despliegue explosivo que se manifiesta de otras maneras. Su voz es ronca pero muy firme, su cuerpo encorvado se mueve por todo el espacio, dibuja pasos de ballet y practica danza junto a la barra. Pero está claro que no es una niña: su peluca es blanca y por momentos tiene que ayudar a sus piernas para que se muevan o le agarra una tos que la deja sin aire. Excéntrica y adorable, Constanza es Analía Couceyro, actriz notable que demuestra una vez más su talento para componer criaturas alejadas de todo cliché. Esta vez lo hace en Constanza muere junto a Ariel Farace, director y dramaturgo nacido en 1982, otra figura destacada de la escena joven independiente.
Constanza muere es una pieza de carácter intimista. Sólo la protagonista y dos personajes que la acompañan una tarde de domingo, el mencionado hombre de negro y una mujer-niña de vestido angelical que no habla pero que toca el piano como los dioses. Desde su estreno a principios de año, el espectáculo se convirtió en una de las puestas más comentadas de la temporada, gracias a un texto poético y lúcido que tiene una prosa simple, profunda y por momentos delirada; una mirada nada solemne sobre la vejez y la muerte, una actriz descomunal y una puesta en escena cuidada y viva. Sólo un sillón, una mesa para tomar el té, una barra de danza, un piano y un camino zigzaguante en el piso hecho de libros y pequeños objetos, como marco para un montaje sintético con aires de fábula infantil.
Constanza habla sola, le habla al personaje amenazante que la visita, lo quiere alejar cuando se le acerca demasiado. Abre su mundo cotidiano: sus pensamientos, sus reflexiones, sus recuerdos, algunas experiencias pasadas mientras la muerte parece cercarla cada vez más. Se tilda y repite palabras que resuenan cada vez más fuerte y que hacen que el sentido de su mundo solitario y final se amplifique. Por otros momentos es una explosión de vitalidad, como si algo en ella no quisiera apagarse. Puede resultar tan alocada como reconocible, tan delirante como profunda en sus pequeñas observaciones sobre la soledad y el fin de la vida, cuando ya todo es recuerdo. Una mezcla de poesía y delirio que golpea en el espectador, que se ríe y se conmueve con estos temas. En esto tiene mucho que ver el talento de ambos, actriz y director-autor. Es que el texto de Farace (incluye un poema de Sylvia Plath, fragmentos de un cuento de Mario Bellatin y de una entrevista a Borges) es muy rico y el mundo que el director despliega en escena también. El creador de Luisa se estrella contra su casa y Ulises no sabe contar (dos obras que lo señalaron como un artista muy personal) conversó con Página/12 sobre el año intenso que lo llevó, además de estrenar uno de los espectáculos más elogiados (desde su estreno en mayo se presenta a sala llena los jueves a las 22 en Portón de Sánchez, Sánchez de Bustamante 1034), a dar clases en el exterior y desarrollar montajes breves junto a artistas de otras disciplinas.
“Todo comenzó con una versión libérrima de la novela La ilustre fregona, de Cervantes, que hicimos en semimontado para un ciclo en el Teatro Cervantes. Nos quedamos con ganas de seguir profundizando. Había líneas que nos alejaban de Cervantes y nos pusimos a trabajar con tiempo. La muerte empezó a aparecer como central, la vejez también y comenzamos a desplegar posibilidades alrededor de estos temas, a multiplicarlas, a trabajar con campos asociativos. El texto se fue configurando con el material que yo había acumulado y con lo que fui escribiendo a partir del trabajo con los actores. Escribo de manera desordenada, como una deriva asociativa”, cuenta. El proceso de creación con el elenco duró un año. Recibieron la invitación del Festival Dos Pontos de Río de Janeiro, organizado por los teatros municipales de la ciudad, para estrenar allí. “Fue un gesto de confianza: querían que yo presentara un trabajo y cuando les dije que estaba preparando algo nuevo me propusieron coproducir la obra y estrenar en el Espacio Cultural Sergio Porto, que fue un lugar de resistencia durante la dictadura. Me dieron carta abierta. Nos fue muy bien, causó impresión la construcción de la obra y el trabajo de Analía”, señala. Si bien habían coincidido en una experiencia anterior ambos como intérpretes, es la primera vez que Farace dirige a Couceyro. “La idea no era construir un cliché de la anciana, sino evitar a Mamá Cora. Más bien ir hacia un viejo que está bien, que está vital; pensar la muerte no como un declive sino como algo que sucede en un momento y que no es tan dramático. Analía tiene un enorme recorrido como actriz, pero nunca había hecho de vieja. Se arriesgó y me sorprendió porque tiene una batería de recursos increíble. Le pedís una cosa y te devuelve diez”, aclara.
Hubo una idea que sirvió de guía. Para Farace y equipo, la muerte propia es una ficción que se construye desde la infancia al descubrir que existe y que en algún momento sucederá. “La muerte propia no existe en el sentido de que no podemos dar cuenta de ella, sólo podemos tener un imaginario ficcional. Desde que lo vamos construyendo, generalmente en la infancia, esa ficción es como un animal fiel que nos acompaña y que se hace mucho más presente en la vejez”, explica. Tal vez sea la concepción de la muerte como ficción lo que habilitó que la pieza estallara en asociaciones poéticas. Así surgen La Muerte con cara de burro (interpretada por Matías Vértiz) y La Vida (Florencia Sgandurra) como una mujer joven que toca el piano. “Si aceptamos que la muerte existe, entonces la vida también. Nos parecía que la vida podía ser una suerte de música que escuchamos, de melodía que nos precede y nos sucede. La vida es sentido y emoción sin palabras. La vida y la muerte vienen juntas, visitan juntas a Constanza”, agrega. El resultado es una pieza pequeña y potente, que aborda un tema triste pero con un tratamiento que está en las antípodas de la solemnidad.
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