TEATRO › ENTREVISTA A DANIEL VERONESE, DIRECTOR DE “ESPIA A UNA MUJER QUE SE MATA”
Además de su versión de Tío Vania, de Chejov, desarrolla una amplia actividad teatral que incluye apuestas comerciales en el país y en España. “Siempre estoy en busca de otra cosa”, dice.
› Por Cecilia Hopkins
“No habrá trajes teatrales ni ritmos bucólicos en salones familiares, ni trastos que denoten un tiempo campestre”, advertía Daniel Veronese cuando estaba a punto de estrenar su versión de Tío Vania, de Anton Chejov. Finalmente, la obra fue titulada Espía a una mujer que se mata, y así quedó hermanada a Un hombre que se ahoga, su anterior trabajo basado en Las tres hermanas, del mismo autor, en función de que ambas frases eran, en verdad, la expresión de una imagen que, según el director y dramaturgo, capturaba un halo esencial del mundo chejoviano. Este espectáculo, en principio programado para la actual temporada del Teatro San Martín, fue producido por la actriz española Blanca Portillo, quien el próximo año comenzará los ensayos de Hedda Gabler, de Ibsen, bajo las órdenes del mismo director.
La casa de campo de Vania, el espacio donde confluyen las quejas, insatisfacciones y celos de los protagonistas –un viejo académico aquí convertido en investigador teatral, su hija, su bella esposa, su ex cuñado y un médico rural, entre otros– se reduce a un pequeño living que ve amontonarse a los confundidos personajes. Se trata de la misma escenografía creada para Mujeres soñaron caballos (obra de Veronese que se mantuvo seis años en cartel) aunque es menester señalar que esta decisión no estuvo solamente guiada por la practicidad. La presencia del trajinado dispositivo también crea las condiciones para alguna de las ironías que el montaje dedica a ciertas modas teatrales, dentro de las cuales el propio actor y director se sabe incluido. Las funciones tienen lugar en El Camarín de las Musas, Mario Bravo 960.
Veronese, quien es también director del grupo Periférico de Objetos junto a Emilio García Wehbi y Ana Alvarado, viene desarrollando una amplia actividad teatral que incluye también apuestas comerciales en el país (El método Grönholm, del catalán Jordi Galcerán) y fuera de él: en estos días se estrenó en Madrid una versión de El túnel, de Ernesto Sabato, en la cual Veronese dirigió a Héctor Alterio en el rol protagónico. “En España se trabaja de otro modo, porque los actores no están acostumbrados a realizar aportes creativos como se hace acá –opina el director en una entrevista con Página/12–; allá siempre se piensa que el director es la voz inteligente de un proyecto. Por esto fue muy bueno que Alterio me haya dicho: ‘hacerlo será difícil para mí... pero qué bueno meterme en algo que vaya a costarme’.”
–¿Cuál es la necesidad de cambiar el nombre a Tío Vania, si el espectáculo es, salvando algunos textos, la obra de Chejov de punta a punta?
–La obra siempre fue pensada como una versión de la obra de Chejov, pero como está bastante modificado pensé en llamarla de otro modo. Hay una frase que me acompaña desde hace tiempo que me resulta muy chejoviana: un hombre que se ahoga espía a una mujer que se mata. La primera mitad de esta frase me sirvió para titular la versión de Las tres hermanas y la segunda, pensé en usarla para ésta.
–¿A qué aspectos del espíritu del autor se refiere?
–Para mí, la frase tiene que ver con el espíritu que atraviesa las dos obras y, en realidad, toda la obra de Chejov. Por esa búsqueda del bienestar y la tranquilidad espiritual o familiar. En esos personajes hay un deseo eterno de ser feliz y, a la vez, todo demuestra que esto es imposible. Tal vez ellos pudieron haber dado un paso hacia la felicidad, pero como no lo consiguieron, piensan las razones por las cuales no lo hicieron. Pareciera que hagan lo que hagan nunca serán felices. Es un pensamiento que no tiene que ver con mi acontecer cotidiano pero que, verlo reflejado en el teatro me apasiona y estimula muchísimo.
–¿Cuáles son los cambios de peso que realizó en la obra, aparte de la introducción de algunos textos de Las criadas, de Jean Genet?
–Necesitaba hacer cambios, en principio porque no me gustan los soliloquios. Chejov pensaba que el teatro debía ser conciso pero creo que hoy en día necesitamos una síntesis aún mayor. El hecho de no hablar nada y en realidad hablar acerca de todo fue muy potente en la época en la que fue escrito, muy novedoso. Pero hoy necesito que el ritmo teatral y el caudal de acontecimientos tengan otro vértigo.
–¿Se trata de buscar una condensación de los hechos?
–Ahora ya no trabajo con objetos pero haberlo hecho me dio la posibilidad de entender que la belleza visual tiene que ver con la síntesis porque una buena imagen vale lo que mil palabras. Quise buscar el nervio, llegar a lo necesario. No regodearme ni en las palabras ni en las imágenes. Ir al choque, al conflicto, diluir las escenas de a dos. Así es como los momentos de soledad de los personajes no existen casi.
–Se habla de teatro en su versión, con textos extraídos de La gaviota, también de Chejov...
–Sí, hay parte de esos textos, porque me gusta hablar de teatro en mis obras. Por eso pensé que Serebriakov (el profesor, en Tío Vania) podía ser un teórico del teatro. Puse parte de Las criadas porque quería un autor reconocible pero anacrónico para ese momento. Nos servía ponerla porque en su momento fue una obra ríspida, que planteaba travestismo, representada en cárceles, además.
–¿Algunos pensamientos de Serebriakov coinciden con los suyos?
–Serebriakov defenestra ese tipo de teatro, pero a la vez, dice cosas que yo también afirmaría. Es un personaje ambiguo, ambivalente. Como los demás personajes, es digno de lástima y de castigo. Igual que Tío Vania, porque cuando les echamos la culpa a los demás por lo que no somos, como hace él, nos estamos equivocando.
–¿Le interesa el tema de la decadencia del intelectual que en un momento fue considerado brillante?
–Me gusta porque es común que los grandes vayan siendo olvidados, que queden al costado o caigan de la cúspide. Es tan poco mensurable el arte, por eso creo que el periodista o el crítico pueden equivocarse. Aunque la gente, el público, también le da crédito a algo que no lo merece o le da la espalda a algo que tiene mucho valor. Lo profundo puede resultar muy elitista.
–¿Cuando en la obra se critican las formas nuevas de teatro también se hace una crítica a su propia obra?
–Siempre estoy en busca de otra cosa en lo que hago. Me replanteo a quién le interesa mi teatro. A mí me pasa que no puedo serenar la ambición de encontrar una forma en la que creer para luego superarla. Pero no me gusta mucho estar en el lugar de dramaturgo o director que influye sobre otros. A veces no estoy de acuerdo con lo que se dice de mi teatro. Nadie tiene la verdad acerca de producciones artísticas. Hay una lógica de pensamiento que encasilla y esto me parece un error, porque el arte no es matemática. Así que a veces me gusta saltar de las casillas en las que me meten.
–¿Por eso aceptó dirigir El método Grönholm?
–En parte, sí. Tenía ganas de hacer una comedia liviana con buenos actores, reírme un poco, y no hacerme cargo de lo que dice el texto. Me gusta hacer ese teatro, luego meterme con este Tío Vania, y también trabajar con El Periférico.
–¿Cuándo se conocerá el nuevo montaje de El Periférico?
–A fin de año estrenamos El manifiesto de niños, ya visto en Bruselas el año pasado. Es una puesta que incluye proyecciones, trabajo con actores y objetos (interpretarán García Wehbi, Maricel Alvarez y Blas Arrese). La obra refleja comportamientos de niños en relación con la violencia, en un collage de situaciones. Es un trabajo oscuro porque tenemos un nivel de experimentación temática muy especial que surge cada vez que nos juntamos Ana, Emilio y yo. Pero no nos gusta influir sobre otros. Cuando se crea un dogma y se defiende a ultranza es un error.
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