Jue 16.06.2016
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TEATRO › INDEPENDENCIA, DE LEE BLESSING, CON DIRECCIóN DE JORGE AZURMENDI

Entre el amor y la opresión

La adaptación local de la obra del multipremiado autor estadounidense explora el universo femenino y la complejidad de los vínculos familiares. Los personajes son una madre con problemas emocionales y tres hijas que necesitan “liberarse”.

Independencia, de Lee Blessing, es una fotografía de la disfuncional familia Briggs y de algunos de sus intentos por salir adelante, las más de las veces frustrados. Es una historia que tiene que ver con el amor y sus límites, ya que esta familia está compuesta por una madre con problemas emocionales y tres hijas que necesitan, como le pasa a casi todo el mundo en cierto momento, hacer su vida, volar del nido (aun cuando ya lo hayan hecho: la atadura no se manifiesta sólo de modo concreto). Cada cual tiene su postura al respecto, la de la madre claramente se evidencia: no las quiere dejar ir, impide la independencia. En la obra de Blessing, que estrenó el martes con dirección de Jorge Azurmendi en El Extranjero (Valentín Gómez 3378) y continuará los domingos a las 18, cada personaje persigue un objetivo. Y como todos son distintos, la historia se vuelve una puja constante, signada por el amor y la opresión.

En un living de muebles viejos, un espacio lúgubre y detenido en el tiempo, transcurre la acción, y la sensación del espectador es la de estar accediendo al corazón de una familia, con sus encuentros y desencuentros, su latido íntimo. La historia está ubicada en Independence, una pequeña ciudad en el estado de Iowa, Estados Unidos, durante un verano caluroso. El melodrama se inicia con la visita de Kess (Cecilia Chiarandini), la hija mayor, homosexual y profesional, que vive lejos y que acude al llamado de Jo (Anahí Gadda), segunda hija de Evelyn (Cristina Dramisino). Como excusa para acercar a su hermana a la vieja casa familiar, Jo dice haber tenido un accidente en el cuello, pero pronto se sabrá que tiene un propósito oculto.

Cada una de las hermanas es un universo en sí, y esto queda fuertemente expresado en vestuarios y actuaciones, que revelan la diversidad de la condición femenina. Además de la mayor, Kess es la más resuelta, la que toma las decisiones, la más racional. A Jo –que está embarazada– la maneja la culpa, es una joven atribulada, atrapada en las redes de su madre. La tercera, la menor, es Sherry (Lucía di Carlo): tiene 19 años, sigue yendo al colegio y ya determinó que una vez que termine sus estudios, volará. Es artista, vive de juerga, viste medias de red y minis y habla con desparpajo de sus relaciones sexuales. La familia Briggs es un matriarcado: de personalidad extremadamente fuerte, Evelyn maneja los hilos y las vidas de quienes la rodean, apelando a recursos psicológicos y, cuando no le queda otra, a la violencia.

Sobre esos ejes temáticos gira la obra: la exploración de distintas facetas del universo femenino –vulnerable y vulnerado, a causa de actitudes masculinas– y la complejidad de los vínculos familiares, especialmente la que caracteriza a la relación entre madres e hijas, teñida en este caso de dependencia mutua, ternura y culpa. No todo es tan gris en la casa de las Briggs. Si bien predominan los momentos de dolor y rabia, de profundo desentendimiento, también hay luz en los intentos de reconstrucción, promovidos fundamentalmente por Kess.

La tensión dramática oscila entre esos dos polos. La obra por momentos conmueve –con el acompañamiento de un piano– y, por otros, asusta cuando muestra hasta dónde puede llegar una persona para dominar a otras, impidiéndoles la búsqueda de su felicidad para asegurarse la propia. En alguna que otra situación se impone la comicidad, como cuando Jo, más conservadora que Sherry, se viste como ella y no sabe cómo caminar con sus tacos altos. De algún modo, la versión de Azurmendi, enfocada en actuaciones y vínculos, no condena a los personajes: podría decirse que ninguna de ellas es culpable.

La obra interpela al espectador, obligándolo, en el buen sentido, a tomar la determinación de que las separaciones pueden doler pero también ser necesarias para vivir mejor. Y mientras el público seguramente se posicione en esa idea –ya que pareciera ser la sugerencia de Independencia– también va a pensar si sería posible causarle menos dolor a Evelyn. Aunque el texto fue escrito en los ochenta, la identificación resulta inevitable. Quizás porque la economía del afecto en una familia parece atascada en los mismos dilemas, aquí o allá, antes y ahora.

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