TEATRO › LAS IDEAS, CON FEDERICO LEON Y JULIAN TELLO
El autor de Las multitudes recupera la intimidad: él mismo y su amigo Julián Tello se reúnen sobre el escenario en un encuentro informal para generar ideas para futuros proyectos artísticos y, ping pong mediante, cuestionan los límites entre la ficción y la realidad.
Después de Las multitudes, un montaje con 120 personas en escena de distintas edades, desde niños hasta ancianos, sobre el amor y su búsqueda, Federico León recupera la intimidad: sólo dos personajes, él mismo y el actor y amigo Julián Tello, en un encuentro informal para generar ideas para futuros proyectos artísticos. Parecen ser ellos haciendo de sí mismos, exhibiendo los pliegues de la creación, las preguntas recurrentes sobre la representación y el verosímil. La pieza se llama precisamente Las ideas y se presenta desde el viernes 1º de julio en el estudio de León en el Abasto (Zelaya 3134, los viernes y sábados a las 21 y los domingos a las 20). El espectáculo acaba de regresar de una gira por las ciudades europeas de Nancy, Montpellier, Amsterdam, Lisboa, Porto y también Québec en Canadá.
Actor, autor y director, León es desde hace años reconocido y apoyado en el exterior. Su trabajo más reciente contó con varios coproductores extranjeros –el Kunstenfestivaldesarts (Bruselas), el Festival de Genève (Suiza), el Festival de Otoño (París), la Fundación Teatro a Mil (Chile) eIberescena (España)– y con dos co-productores locales, el Cultural San Martín y el Festival Internacional de Buenos Aires. Con estos aportes armaron un dispositivo muy complejo y eficaz: una mesa de ping pong que funciona como tal, pero que se dobla y deviene pantalla. Sobre ella, computadora y proyector mediante, exhiben todo lo que van tramando, lo que ya filmaron a modo de ensayo ofreciéndolo al público, ubicado bien cerca. Registros de ensayos, material de otros proyectos en diferentes estadios, ideas para futuras obras, ideas que se les ocurren en el momento, otras que se descartan y van a parar a la papelera de reciclaje. En el medio fuman, toman whisky, hablan con una novia por teléfono y se preguntan cómo debieran ser estas acciones para funcionar teatralmente. ¿El cigarrillo debe ser de marihuana, el whisky puede ser té, la conversación debe ser real? Todo sirve para horadar sus obsesiones sobre la representación, sentados cada uno de un lado de la mesa. De a ratos se paran y juegan pero casi siempre lo que sostienen es un ping-pong mental.
La repetición de las dudas, la aparición de nuevas ideas, los giros permanentes sobre las mismas cuestiones, aunque diferentes cada vez, generan humor y cierta saturación. Los dos personajes en escena tienen mucho de los actores, y a la vez no. Están vestidos como podrían lucir ellos mismos, el personaje de León llama Juli al de Tello, aunque es evidente que el Juli de la escena es una versión burlona de sí mismo. Si León y su personaje llevan delante la obra por medio de la razón de modo casi obsesivo, Juli acompaña con su teclado, más inclinado a fumar, tomar y hacer sonar el instrumento, que a tener una actitud despierta y activa para la creación. Entre el estado de “cuelgue” de uno y la obsesión del otro, forman un dúo con un efecto contradictorio. Enternecen y también saturan.
Involucran al público en un proceso en tiempo real, que pasa a ser testigo del surgimiento de las ideas, de los recursos para ejecutarlas, de las hipótesis y del tratamiento que le dan. Y la computadora toma protagonismo, como un tercer personaje. El espectador puede leer lo que León escribe y aparece proyectado, sus correcciones, seguir su proceso mental, su manera de asociar y de trabajar con los materiales. La dupla despliega además un dispositivo muy afiatado con proyecciones de escenas y de imágenes muy cuidadas y bellas, que se confrontan con la rusticidad del personaje de Tello y con la circularidad al infinito del de León. La inquietud principal de este último parece ser: ¿Cómo hacer para que algo en escena sea creíble y funcione?
Creador de espectáculos poderosísimos (desde Cachetazo de campo hasta Las multitudes pasando por Mil quinientos metros sobre el nivel de Jack y El adolescente), León, también a cargo de la dirección, genera una ficción que gira sobre la misma creación teatral. Una suerte de meta-discurso convertido en ficción que juega con los límites entre realidad e invención. Por momentos, planea la sensación de que muchas de las dudas que aparecen en escena son las que él mismo podría transitar en su proceso creativo personal. Por momentos, no tanto. Una exageración y un ronroneo mental desplegados en toda su potencia.
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