TEATRO › ANA SANCHEZ Y MATIAS MENDEZ HABLAN DE LA OBRA “FLIA”
En una puesta de extrema sencillez, el grupo La Fronda plantea, a través del trabajo de improvisación de sus actores, los cambios de roles que ha venido sufriendo el modelo familiar tradicional.
› Por Cecilia Hopkins
En Flia, la nueva producción de La Fronda, el grupo familiar que asumen los siete intérpretes cuenta al detalle las dificultades de estar a la altura de las circunstancias cuando de roles se trata. Especialmente cuando se desconoce a ciencia cierta cuál es el que le toca desempeñar a cada uno. Esta vez la dirección no estuvo a cargo de Ciro Zorzoli (creador, junto al mismo grupo, de Living, último paisaje y Ars higienica, entre otras) sino de Ana Sánchez, quien desde hace tiempo cubre el doble rol de asistente de dirección y de dramaturgia. En esta oportunidad, colaboró en lo autoral Matías Méndez: entre ambos ordenaron el trabajo de improvisación de los destacados actores (Rodolfo Demarco, José Mehrez, Fernando Migueles, Paola Peimer, Marianela Pensado, Germán Rodríguez, Florencia Sacchi) en una puesta de extrema sencillez que ubica los acontecimientos entre la llegada y la partida de los integrantes de la familia al hogar, apenas señalado por una baqueteada mesa de cocina y un par de sillas.
Sánchez enumera las exigencias de la familia, uno de los motores temáticos de la construcción de la obra: “las familias, cada vez más reducidas, están exigidas a autoabastecerse, deben ser solventes económicamente, ser capaces de mantener un vínculo estable, de criar a los hijos, de hacerse cargo de los padres ancianos, de mantener un hogar funcionando para acoger a todos sus integrantes...”. En este punto, Flia hace foco sobre las diversas posibilidades de aglutinamiento familiar, relacionadas con las más diversas circunstancias: separaciones, fallecimientos, conveniencias económicas, entre otras. Así, las tareas dejan de ser privativas de uno u otro sexo, sin demasiadas alternativas: “los roles anteriormente ‘masculinos’ de trabajar y mantener al grupo familiar, son también femeninos –analiza Méndez– y, por el contrario, muchos hombres cumplen funciones que tradicionalmente eran privativos de las amas de casa”. Flia puede verse los viernes a las 23.15 en el Teatro del Abasto, Humahuaca 3549.
–¿Cuáles son las transformaciones relevantes que ha venido sufriendo el grupo familiar actual que inspiraron este trabajo?
Ana Sánchez: –Al momento de abordarlo, los “mundos” de la familia se nos fueron abriendo con el trabajo, surgidos de las propuestas de cada actor.
Matías Méndez: –Creemos que el grupo familiar se ha transformado en las últimas décadas, tanto en su estructura, como en sus funciones e imaginario. Entre otras posibles, hay familias “ensambladas”, formadas por parejas que ya tienen hijos de matrimonios anteriores o familias monoparentales, formadas por mujeres que deciden tener hijos ellas solas. Pareciera ser que algunas funciones tradicionales de la familia han sido virtualmente delegadas en la escuela o en otras instituciones. También es habitual que se distinga entre la familia biológica y la de “elección” propia. Entonces, algunas de estas transformaciones estuvieron en el caldo de cultivo creativo de Flia.
–¿Cuáles fueron las consignas de trabajo?
M. M.: –Algo muy frecuente en los ensayos fue pedir a un actor que desempeñara simultáneamente varios roles de una familia tradicional: padre, tío, hermano, etc., adaptándose a la propuesta de otro actor, que lo instituía en cada uno de esos roles según el hilo de la improvisación. Esto atravesó el trabajo y derivó en un extrañamiento respecto del rol tradicional de “ser padre” o “ser hijo”. Algunos momentos del espectáculo le abren la puerta a la incertidumbre acerca de quién es quién y acerca de qué hace cada quien en esta familia. Esta incertidumbre no es sólo una elección estética o dramatúrgica, entendemos que refleja un aspecto del imaginario familiar actual.
–¿Se puede entrever una suerte de añoranza por el grupo familiar de corte más tradicional?
A. S.: –El hecho de hablar de familia poco convencional remite a una comparación con la familia tradicional que es la que todavía se impone como modelo. Más que una añoranza yo hablaría de la búsqueda de respuestas acerca de la reestructuración de la familia, aceptando la necesidad que tuvimos las mujeres de salir del hogar, de ocupar otros roles dentro de esta sociedad, sin resignar la maternidad. Cada vez las familias son más reducidas y eso hace que la responsabilidad de los hijos quede en manos de sólo dos personas y, como dice la psicoterapeuta Laura Gutman, “dos personas son poco para un niño”.
–El personaje de la mujer o está ausente o bien desempeña una multifunción. ¿Qué ideas motivaron esta forma de funcionamiento?
A. S.: –En principio la idea de familia sin madre me atrajo, ya que estamos más habituados a la familia sin padre, en tal caso, y me pregunté qué destino tomaría todo sin ese pilar fundamental que es la madre, sobre todo con hijos todavía dependientes. En algunos casos, la figura maternal se reemplaza, si no es con abuelas, con dinero y si no, no se reemplaza y queda el vacío. Tal vez la idea de mostrar literalmente la ausencia de la madre pone de manifiesto que no está naturalmente aceptada hoy como sí lo está la ausencia de padre.
M. M.: –La ausencia y la multifuncionalidad de la mujer no es del todo algo nuevo en la institución familiar. Lo es en el sentido de los roles antes masculinos que ahora en la sociedad posindustrial ocupa la mujer, sí, pero si atendemos a la antropología cultural, y hacemos una especie de arqueología de la “familia”, nos encontraremos con que a la mujeres se las tomó como valor de cambio desde los albores de la familia (en la mayoría de las sociedades patriarcales eran anexadas al hombre como dote de y eran la piedra angular de las alianzas entre clanes). Esta especie de “cosificación” y “mercantilización” temprana de la mujer era funcional a que se la relegara a los roles más serviles (crianza, cuidado no sólo de los niños, sino de los enfermos, de los ancianos y de la casa misma). Y en esta cosificación, la mujer termina por ser una especie de no-sujeto, de ausencia, de bien que se intercambia para lograr alianzas, o que se reemplaza (por niñeras o criadas). La obra tal vez esté hablando en algún nivel de análisis de cierto cambio en esta prefiguración del rol femenino en la familia, cambio que es innegable en la actualidad.
–¿Las relaciones económicas que entablan los integrantes de una familia aglutinan a sus miembros o colaboran en la disolución?
M. M.: –Es que yo sería más mal pensado: invertiría el orden causal de la pregunta. Preguntaría si es posible pensar la familia sin hacer alusión a las relaciones económicas. No podemos desatender a este origen en parte material de la familia que explicábamos antes: las alianzas y las dotes. Que la familia es contenedora, nutricia, indispensable para el normal desarrollo afectivo de los individuos, llena de amor y regocijo, es tan cierto como que es el nervio de varias instancias materiales. Piénsese por ejemplo uno de los argumentos más fuertes cuando se discute la posibilidad de matrimonios entre personas del mismo sexo: no puede ser porque atentaría contra los derechos de herencia y sucesión de “la” familia tradicional. Desde esta óptica, la respuesta a la pregunta sería que las relaciones económicas, que siempre subyacen en la integración de la familia, la aglutinan, obviamente, porque forman parte de su naturaleza en nuestra cultura, pero también la jaquean; sobre todo, si la superestructura afectiva familiar no es fuerte y no se ha consolidado. En el espectáculo, éste también es un eje temático: la obra se desarrolla en torno de una mesa y entre cuatro paredes que constituyen un territorio conflictivo y en disputa por varios integrantes de la familia.
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