TEATRO › ENTREVISTA A ALEJANDRO TANTANIAN
La diversidad estética es lo suyo: el actor, dramaturgo y director está involucrado, desde distintos lugares –ya sea como curador o en la dirección de la puesta–, en tres espectáculos que coincidirán en la cartelera.
› Por Cecilia Hopkins
Con pocas semanas de diferencia, el actor, dramaturgo y director Alejandro Tantanian habrá estrenado tres espectáculos de características muy diversas. De la primera de las obras ya aparecida en la cartelera –Bestiario Grimm, en el Centro Cultural Ricardo Rojas, los miércoles y los jueves– participó en calidad de curador. A instancias suyas, diez directores y dramaturgos (Paula Bartolomé, Ximena Espeche, Milagros Ferreyra, Ariana Harwicz, Pablo Iglesias, Bea Odoriz, Sol Pérez, Mónica Salerno, Lautaro Vilo y Susana Villalba) asumieron el reto de inspirarse en los cuentos de los famosos hermanos –compiladores de textos anónimos, una actividad muy afín al Romanticismo imperante en el siglo XIX– con el objeto de interrogarse sobre el miedo y ciertos iconos de la infancia y su persistencia en la vida adulta. En la muestra de trabajos resultante, Tantanian intentó, según él mismo expresa en una entrevista con Página/12, “no participar en las decisiones poéticas de cada uno de los autores, sino ser espectador privilegiado del proceso, estar detrás y a la izquierda del director, ser algo así como su conciencia, para después desaparecer”. Los dos estrenos restantes de Tantanian lo tendrán ya como director, ambos en el Teatro San Martín. Así, en la sala Casacuberta, el próximo martes subirá a escena Recital Ibsen, sobre textos del dramaturgo noruego, con la interpretación de Elena Tasisto y a Alfredo Alcón (ver aparte), en tanto que próximamente, en la sala Cunill Cabanellas, se estrenará Cuchillos en gallinas, del estadounidense David Harrower, al frente de un elenco compuesto por Gaby Ferrero, Juan Minujín y Diego Velásquez.
–¿Por qué pensó en los hermanos Grimm y en un bestiario?
–El nombre de Bestiario surgió por la idea de recolección, a la manera del bestiario medieval. Los Grimm no hicieron otra cosa con los cuentos: los recolectaron en una suerte de enciclopedia del miedo, de seres improbables, de espacios frondosos. Nosotros nos internamos en ese bosque de cuentos, nos emboscamos para pensar en los textos que ellos nos legaron.
–¿Qué ideas acerca del miedo promueve este proyecto?
–El miedo fue el disparador del trabajo. Los miedos de la infancia fueron rectores, pero también la violencia urbana y la manipulación política del miedo. Pero como las miradas que promueve el espectáculo están dentro del “cuerpo” del bestiario, me parece que es más experiencial que teórico, de modo que prefiero que los espectadores sean quienes las definan.
–En relación con Recital Ibsen, ¿cuáles son los temas que unifican los fragmentos seleccionados de las obras de Ibsen? ¿Qué efecto particular persigue un montaje de misceláneas?
–Recital Ibsen surge de una imagen: Ibsen frente a su ventana a metros de su muerte. Observa la calle, escandiendo el tiempo. Desde ese lugar, a partir de esa imagen los temas que obsesionaron a Ibsen se desgranan sobre el tiempo que Recital Ibsen se toma para ser: la verdad, la libertad, el ansia de individuación, el arte... Un tema parece fundirse en otro para esconderse y develar luego su presencia, metamorfoseado. Los textos dramáticos de Ibsen se entremezclan con sus cartas, sus pensamientos, sus poemas, sus sueños. La idea es partir de Ibsen para hablar del hombre. No es un homenaje ni un acto celebratorio, sino un intento de plasmar los efectos de un pensamiento (el de Ibsen) en la curva de los años que lo sucedieron. Recital Ibsen tiene la voluntad de dar cuenta del efecto Ibsen: no hacer pie en la celebración, sino en los efectos que su obra deja en el tiempo.
–¿Cuáles son esas conquistas del teatro de Ibsen?
–Ibsen demolió los pilares del pensamiento teatral para fundar una nueva manera de mirar. Son multitud los que creen que Ibsen refleja la vida burguesa, pero pocos saben que Ibsen decidió demoler –mediante el poder de sus creaciones– todas y cada una de las certezas que aquella sociedad creía poseer. Ibsen, de alguna manera, fracasa; ya que sus piezas parecen domesticarse y su furia, aplacarse ante los efectos de la repetición.
–¿Se puede decir que la obra de David Harrower Cuchillos en gallinas discurre acerca de la emancipación intelectual de la mujer?
–La pieza de Harrower habla –entre otras cosas– del poder de la palabra. Aquí encarnando en el cuerpo y el espíritu de una mujer. La Mujer Joven de Harrower sufre –en el devenir de la obra– un proceso de iluminación. Y –como todo proceso que conlleve el despertar del espíritu–- deja cuerpos en el camino. Dice la Mujer Joven: “Todo lo que debo hacer es empujar los nombres hasta el fondo de lo que hay como cuando empujo hasta el fondo mi cuchillo en el estómago de una gallina”. Después agrega: “Así es como sé que Dios está allí”. Trata de situarse en el medio, de ser aquel que sabe hundir algo en algo. La Mujer Joven intenta desentrañar el misterio de las cosas yendo más allá del nombre, violentando la cosa para conocer, para rebautizar. Como un niño, desarma el juguete para entender el misterio. Del otro lado de la piel está el nombre, del otro lado de la carne está el misterio, en la sangre están los nombres propios.
–¿De allí el nombre de la pieza?
–La Mujer Joven se transforma en poeta. La obra también cuenta esto: la formación de un poeta. Si el cuchillo se hunde en el estómago de una gallina, la creación estalla. Si más allá de las cosas está el nombre, la única forma de acceder a él es violentando la cosa. Para conocer hay que devorar. Para saber hay que destruir. El saber, entonces, entraña destrucción.
–¿Existe alguna relación con Casa de muñecas, como para vincular a ambos autores?
–Se podría decir que ambas relatan un proceso de individuación. Tanto Nora como la Mujer Joven recorren en el devenir de las obras el camino que las transforma en personas: abandonan la pluralidad del género para ser singulares, se separan del rebaño para dar cuenta del propio campo: ambas caminan hacia el conocimiento del otro y de sí mismas. Ibsen plantea el problema con las exigencias del naturalismo; Harrower encuentra en la poesía el espacio para narrar su historia. Ibsen se detiene en la ciudad; Harrower prefiere el campo. Ambos entienden que la lucha de cada ser humano es la de poder ser. Y ambos trazan una parábola para dar cuenta de este imprescindible derecho.
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